Capítulo 9: A la lejanía.

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«Miedo de mí. Cada vez que pienso en mí dejo de reír, de cantar, de contar. Como si hubiera pasado un cortejo fúnebre».

-Alejandra Pizarnik.

No dejaba de mirarla.

No sabía por qué, pero cada vez que apartaba la vista de esa expresión concentrada y labios fruncidos, un magnetismo lo obligaba a volver a ella. Temía que si no lo hacía lo suficiente, en algún momento, la perdería para siempre.

Contrólate.

—Espero que no le dieras las respuestas del examen, Blackwell. —Bianchi lo examinó con cierta sospecha desde su asiento y él se contuvo de responderle que se metiera en sus malditos propios asuntos.

—¿Las respuestas? —Cerró su expresión.

—A Russo —le dirigió otra mirada—. Desde que llegó, no has parado de observarla. No sé si algo ocurre entre ustedes, pero no confundas su relación con mi clase.

Dominic contuvo una carcajada. Lo único que ocurría entre ellos era enemistad y rechazo.

—No existe ninguna relación entre Russo y yo —clarificó más seco de lo esperado—. Además, no es a la única, ¿no fue usted quien me pidió vigilarlos?

—Exactamente —coincidió—. Vigilarlos, no vigilarla.

Tensó la mandíbula y se convenció a sí mismo del sentimiento de indiferencia que Lauren le generaba. Seguía siendo la misma chiquilla irritante de hace un par de años.

Aunque...

La manera en la que sonreía con disimulo como si quisiera alegrarse por su esfuerzo, pero algo la detuviera y lo rápido que escribía, le hacía percatarse de que había más en Lauren de lo que solía demostrar. Era una mierdita tensa y, a él le entretenía descifrarla.

—A partir de ahora, tienen treinta minutos para finalizar el examen —exclamó a la clase.

No entendía por qué Bianchi supuso que sería una buena idea que él supervisara el examen, pero tal vez, que su padre fuera fundador de la universidad tenía mucha participación en ello. En ocasiones, odiaba la influencia que Christopher tenía en todos, pero sería un imbécil mentiroso si no admitiera lo mucho que disfrutaba de su privilegio.

La primera —al menos, así se vio ante sus ojos— en elevar la cabeza para escucharlo fue Lauren. Al hacer contacto visual, Dominic le guiñó un ojo. Ella, en respuesta, hizo una mueca. En seguida, regresó al examen.

Si su corazón se aceleró, lo ignoró. No era una emoción a la que prestaría mucha atención.

—¿Por qué Alessandro Russo se enteró del examen de recuperación de Lauren? —cuestionó. No toleraba que pensara que traicionó su confianza.

—Yo se lo notifiqué.

Dominic hizo una mueca.

—¿Por qué?

—No le debo mis razones, Blackwell.

Se abstuvo de amenazarlo con perder su trabajo si no confesaba sus razones, pero él era un mejor hombre; más racional y menos hijo de puta.

Pasada la media hora, se encaminó hacia la salida con Lauren adelante. No la incomodaría con su presencia, así que optó por tomar la dirección opuesta a la que ella seguiría.

Estaba a punto de alcanzar el final del pasillo cuando sintió una delgada mano tomarle el antebrazo. La respiración se atascó en su garganta.

¿Sería...? No, era ridículo imaginarlo. Ella jamás se volvería a acercar por deseo propio a él.

Estaba a punto de soltar un comentario mordaz e irse, pero entonces, los ojos agrandados, muy negros y brillantes de Lauren lo miraron, y las palabras murieron en sus labios.

A veces, agradecía lo tensa que era porque de no ser así, ya se habría percatado de lo nervioso que lo ponía.

—Antes de que me mandes a la mierda, agradezco tu ayuda —dijo, a la defensiva—. Realicé un trabajo más o menos bien gracias a ti, Dominic.

Había tantas cosas erróneas en su oración, pero por un momento, todo lo que escuchó fue su nombre salir de esos labios rellenos y muy rojizos.

Salió de su trance y frunció el ceño, en desacuerdo.

—Discrepo.

—No te preocupes, ya no te molestaré m... ¿qué? —Fue turno de ella por hacer una mueca, confundida.

—Discrepo contigo. —Se cruzó de brazos—. Agradezco tu agradecimiento —ironizó—, pero no hiciste un trabajo más o menos bien, lo hiciste perfecto, y no fue debido a mí. Date más mérito en lo que haces, Russo.

Se contuvo de sacudirla de los hombros para que reconociera su gran trabajo y no lo demeritara.

—Sí, um... —carraspeó, incómoda—. Te lo agradezco. Nos vemos.

—Fue Bianchi —se apresuró a decir.

—¿Huh?

—Él le informó a tu padre del examen.

Suspiró, resignada.

—No sé cuántas veces te he agradecido en los últimos días, pero gracias. —Rió con torpeza.

Intentó marcharse, pero él no se lo permitió. Esa chica realmente sabía cómo escapar de las situaciones que no le beneficiaban y la sacaban de su zona de confort.

—Ya sé cómo puedes agradecerme haberle preguntado a Bianchi sobre tu padre. —Dominic esbozó una diminuta sonrisa.

Ella arrugó la frente.

—Imbécil aprovechado, sabía que todos tus favores vienen incluidos con alevosía. No puedo creértelo, mald—.

La interrumpió antes de que finalizara.

—Acepta tener un picnic conmigo.

Lauren mantuvo los labios entreabiertos por unos segundos, enmudecida.

—No me digas, como el picnic donde todos tus invitados te dieron de comer en la boca. —Resopló. Fue un resoplido tembloroso—. Antes prefiero tragar tierra.

El recuerdo de ese día le revolvió el estómago con náuseas e impotencia. Todavía, no escondió la risa que creció como un estremecimiento.

—No habrá necesidad de tragar tierra —se burló—. Un picnic real, en la playa, con comida recién hecha.

Lauren enarcó una ceja.

—¿Quién hará la comida?

Dominic expandió la sonrisa.

—Yo.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora