«Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos».
-Eduardo Galeano.
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Las personas indiferentes siempre permanecían al margen de las cosas, mostrando un nulo interés por la existencia. Su padre estaba demostrando ese mismo nulo interés hacia la existencia de su hija.
Lauren no terminaba de armar el rompecabezas en su cabeza para entender por qué, de un día para otro, Alessandro decidió ignorarla.
Después de que el semestre finalizó y se entregaron las calificaciones finales, Lauren esperó que su padre le exigiera explicaciones sobre su rendimiento académico, pero eso no sucedió. Alessandro se mantuvo en silencio e ignoró la situación.
Cuando tampoco mostró interés en Drew, se desconcertó. ¿Le habría ocurrido algo tan grave como para no preocuparse por lo que, durante tantos años, les exigió hacer a la perfección?
La atmósfera de la casa retumbaba con una extraña quietud, como si se esperara algo que nunca llegaría. Aún no se habían colocado los adornos navideños, lo cual resonaba con la costumbre de sus padres de delegar la tarea al personal año tras año, y así evitar cualquier participación directa. Nunca compartieron la experiencia de adornar un árbol navideño ni de decorar la casa.
La única vez que Drew y ella decidieron tomar la iniciativa y adornar por sí mismos, fueron recibidos con una reprimenda tan desalentadora que nunca más se atrevieron a intentarlo. Era el tipo de sombra de desaprobación que se cernía sobre sus esfuerzos y oscurecía la posibilidad de compartir momentos de conexión familiar.
La ausencia de adornos navideños no era solo una falta de decoración, sino un reflejo tangible de la distancia emocional que existía entre ellos. Era un recordatorio silencioso de que, aunque compartían el mismo espacio físico, sus corazones parecían estar en mundos separados.
Caminó por el pasillo que conducía a la terraza para fumar un cigarro y liberar tensión, pero al llegar se encontró con Charlotte sentada en uno de los sillones. Lauren comenzó a retroceder antes de captar la atención de su madre, pero no fue lo suficientemente rápida.
—¿Qué haces aquí? —Como cada vez, el tono en la voz de su madre era frío y apagado.
En ocasiones, le dolía verla en un estado tan deprimente y devastador, pero nunca le permitió acercarse; siempre la alejó y la rechazó. Llegó un punto en el que Lauren se dio por vencida.
—Ya me iba.
—Siéntate. —A pesar de que había otros tres sillones a lo largo de la terraza, Charlotte se apartó y le brindó espacio para acomodarse junto a ella—. Puedes decidir no hacerlo, por supuesto.
Aturdida, se acercó y tomó asiento a su lado. Charlotte le ofreció la cajetilla de cigarros, y, con torpeza, tomó uno. Le acercó el encendedor, y, con el cigarro entre los labios, inhaló para encenderlo. Lauren cerró los ojos y exhaló el humo con lentitud. Durante los siguientes cinco minutos, permanecieron en silencio.
—¿Quién era Raphael?
La pregunta la tomó tan distraída y con las defensas tan vulnerables, que se encontró tosiendo el humo del cigarro. La nuca le sudó a pesar del frío, y uno de sus dedos casi dejó caer el cigarro. Fue como una sacudida tempestuosa; el miedo la envolvió, como cada vez que escuchaba ese nombre. La oscuridad se apoderó de ella, impidiéndole ver sus pasos o la dirección hacia la que se dirigía.
—Desconozco —respondió con sequedad.
—¿Lau?
—No me llames así. —Tensó la mandíbula.
—Lo lamento —se disculpó—. Los escuché.
Frunció el ceño y la observó.
—¿De qué estás hablando?
—Fue después de que arrojaras la máquina. —En ese instante, una presencia desconocida e invisible se colgó de la espalda de Lauren, pesada y desgarradora—. ¿Quién es Raphael?
—¿Estás diciendo que...? —Lauren estalló en una risa histérica—. ¿Estuviste allí mientras Alessandro me asfixiaba y no interviniste? —Aplicó tanta fuerza sobre el cigarro que lo rompió—. No hiciste un carajo.
—Lo siento, Lau.
—¡Te he dicho que no me llamaras así! —La observó con tanto rencor que se sintió culpable cuando Charlotte golpeó la espada en el sillón y un jadeo ahogado salió de sus maltratados labios.
Se levantó e intentó marcharse, pero su madre la detuvo del antebrazo y le rogó con la mirada que se quedara.
—Lamento no haber hecho nada —masculló—. Por favor.
Lauren se soltó de su agarre, cruzó de brazos y aguardó.
—Estaba aterrada, tenía tanto miedo de que te hiciera daño, pero no... —la voz de Charlotte se quebró—. No sabía qué hacer. No podía moverme ni hablar, no podía obligarlo a soltarte y yo no... hice nada. Lamento haberte defraudado.
Se cubrió los ojos y comenzó a llorar. Sus sollozos se mezclaron con el viento que golpeaba con fuerza contra los ventanales, y sus lágrimas se desvanecieron en la neblina.
—¿Por qué sigues con él? —Lauren la contempló—. ¿Por qué están juntos?
Su madre descendió la mano para observarla. Sus ojos estaban rojos e hinchados, como si no fuera la primera vez que lloraba en el día, en el mes, en el año, o en la vida entera.
—Prestigio.
—No tendrán menos prestigio si se divorcian. —Ambos eran dueños de sus negocios y no necesitaban del otro para sobrevivir—. ¿Por qué siguen juntos? —repitió.
Lo pensó por unos segundos y su primera reacción fue esbozar una mueca, pero poco después exhaló:
—No lo sé.
—¿Hay algo que sientas por él que no sea odio o resentimiento?
Su madre negó.
—Morirás en el intento de sobrevivir a tu odio, Charlotte. —Se hizo hacia atrás—. Decide no vivir una vida miserable.
—He intentado durante años ser suficiente para él.
Bienvenida al club.
—Sí, es una mierda.
—¿Algún día me dirás qué sucedió con Raphael?
Lauren esbozó una media sonrisa irónica.
—No.
—¿En algún momento lo hablarás con alguien?
—Tal vez.
Se dirigió hacia la salida con rapidez y cerró el ventanal tras de sí. Dejó escapar un suspiro tembloroso y recargó la cabeza en el cristal.
Tal vez.
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Divinos Dioses Heridos
RomanceLa existencia humana es un entramado infinito de palabras, regido por un poder superior a ellos mismos. Fuerte, poderoso, imponente. Aterrador y deslumbrante. La belleza de un ángel, envuelto en dinero y veneno con sabor a afrodisíaco. El apellido R...