Capítulo 20: Por ti, no por él.

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«Todos los corazones cantan una canción, incompleta, hasta que otro corazón responde con un susurro».

-Platón.

Normalmente, la oscuridad se cernía sobre los días más impredecibles y menos deseados. Envolvía los cuerpos de las personas hasta asfixiarlos y dejarlos sin vida. Una neblina sin fin; cegadora; desesperanzadora. El reino de los viles jamás se destruiría, mientras que el reino de los débiles caería en ruinas, tomándolos por sorpresa.

Lauren pensaría que esa oscuridad jamás se cerniría sobre ella porque estaba bien con la vida que llevaba.

Sócrates dijo a su discípulo Jenofonte que toda vida era una fábula, una narración hilada a través de vivencias, experiencias que nosotros mismos decidíamos interpretar de una manera u otra, o aquellos que nos conocían interpretaban a su propia manera.

A eso, ella respondería que la vida también era injusta y dolorosa. Era magnífica, pero a veces abusiva. Era cruel, pero real. Lo era cuando encontraba la felicidad en la armonía de su vida; se sentía en paz y el mundo parecía suyo.

Si le preguntaran dónde era feliz, diría que con sus amigos y su hermano. Pero si le cuestionaran cuál era el verdadero significado de la vida para ella, se limitaría a recitar algún verso de un libro que encontró por ahí.

Se dirigió a la biblioteca, consciente de que Dominic estaría allí. Pasaron dos semanas desde el beso, y desde entonces, lo besaba una y otra vez, hasta que sus labios quedaban lastimados e inflamados. Era una adicción que aprendió a conocer en esos días.

Decidió olvidar los recuerdos de la noche en la cabaña porque se obsesionó tanto que pasó noches sin dormir, reviviendo el momento una y otra vez en su mente. Sin embargo, volvió a cometer los mismos errores.

Si besarse con su compañero de clases, amigo de su hermano y el mismo chico que solía rechazarla en el pasado era un error, entonces, ¿por qué lo prohibido venía acompañado de una sonrisa hermosa con hoyuelos, ojos azules profundos, cabello negro desordenado, tatuajes, una altura imponente y un encanto abrumador?

No era justo.

Se adentró en la parte más recóndita de la biblioteca, donde los libros, ya viejos, se deshacían, y entonces lo vio. Ahí estaba Nic, sentado con una pierna cruzada sobre la otra, sosteniendo un libro y con los lentes puestos. Esos lentes que lo hacían lucir aún más maravilloso de lo que ya era.

—Te ves tensa.

Fueron las primeras palabras que escuchó. Se cruzó de brazos y lo miró con desdén. ¿Sería eso todo lo que saldría de sus labios cuando estuviera con ella?

—En realidad, estoy bastante tranquila —mintió.

—Hm —pensativo—, no lo parece.

Frunció los labios, se balanceó sobre sus talones y desvió la mirada hacia el suelo. A pesar de compartir saliva con Dominic todos los días, aún se avergonzaba y actuaba con torpeza a su alrededor.

Ella volvió a mirarlo y encontró que él ya la observaba con una gran sonrisa.

—Ven aquí, amor.

Jamás se había movido tan rápido en su vida. La recibió con los brazos extendidos y le ofreció un lugar en su regazo.

—Hola —murmuró cerca de él. Una sonrisa ridícula se le extendió por el rostro y sus mejillas se tornaron de un sutil rojo.

—Hola, Laurie —respondió. Sin permitirle decir algo más, la sujetó de la barbilla y con la otra mano en la cadera, la besó.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora