Capítulo 22: Detrás de la oscuridad.

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«El problema del dolor es que no puedo sentir el de mi padre, y él no puede sentir el mío. Supongo que esta es también la misericordia esencial del dolor».

-C.S. Lewis.

Durante los próximos días, se convirtió en una costumbre pasar más tiempo en alguna de las casas de Dominic que en la suya. Estar con él y su hermano menor era reconfortante y cálido. De alguna manera, se sentía en paz con ellos, como si pudiera ser ella misma sin temor a ser juzgada o rechazada.

Pero Lauren tenía la sensación de que todo era demasiado bueno para ser verdad. Disfrutaba tanto de su vida que temía despertar pronto en una realidad miserable y deprimente. Una realidad en la que las sombras serían su única compañía, y por más que luchara por deshacerse de ellas, serían todo lo que le quedaría para no desvanecerse en la soledad.

Le resultaba difícil aceptar que le ocurrieran cosas buenas.

Se adentró en su casa esperando encontrar a su hermano o a su mamá, pero no contaba con ver a su padre en su oficina.

Después de que Bianchi le entregara el examen, Lauren decidió esperar un par de horas o días antes de enfrentarse a su padre. Para su mala fortuna, Alessandro se marchó en un viaje de negocios antes de que ella lo hiciera. No se agobió ni se molestó demasiado, ya que volvería a verlo en cualquier momento. Jamás imaginó que sería ese día.

Pasó por su oficina y Alessandro no hizo el menor esfuerzo de prestarle atención o saludarla. La ira se le instaló como un veneno en la piel. Se dirigió a su habitación y encontró el examen escondido entre uno de sus libros de contabilidad. Lo tomó con la mano izquierda, lo estudió y sonrió con regocijo.

«Todo fue debido a ti. Por ti, no por él».

«Eres buena en lo que haces, pero te falta confiar más en ti misma».

Caminó con pasos rápidos y pesados hasta la oficina de Alessandro y, sin pedir permiso, entró.

—¡Padre, qué alegría verte! —fingió deleite por su presencia—. Estaba muy emocionada por tu llegada.

Alessandro dejó de escribir en el ordenador, cerró la tapa y entrecerró los ojos con cautela.

—¿Qué haces aquí?

—Perfecto que lo preguntes, porque venía a mostrarte algo. —Mostró los dientes en una sonrisa amplia y nociva. Sacó la hoja del examen de detrás de la espalda y la elevó unos centímetros por encima de su rostro—. ¡Oh, padre, estoy tan contenta!

Iracunda, dejó caer el examen sobre el escritorio con un golpe seco que resonó en la habitación. Su padre siguió el movimiento de su mano con la mirada. Lauren apretó los dientes con fuerza.

—¿Te sientes orgulloso de mí, padre? —La ira le nubló el juicio. Algo en su interior clamó por dañar, golpear, gritar, todo dirigido en una sola dirección—.  Mentiroso de mierda.

Alessandro fijó una mirada vacía en su calificación, sujetó el examen entre las manos y lo rompió. Lo rompió, de manera concisa y cruel, como si no significara nada. Como si hubiera contemplado la basura más repugnante de su vida. Como si todo lo que Lauren representara fuera, para siempre, el fracaso.

—No es un cien. —Abrió la laptop y continuó con sus actividades, pretendiendo que nada sucedió—. Vuelve cuando consigas una calificación perfecta en tu primer intento.

Cegada por la furia y el resentimiento, agarró la laptop de Alessandro y la lanzó con fuerza contra la estantería de libros a su derecha. Se oyó un golpe seco, la pantalla se quebró en el centro y los teclados quedaron esparcidos por el suelo.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora