Capítulo 25: Finales.

3 2 0
                                    

«Hay que amar siendo libre: "Yo no te necesito, te prefiero, te elijo"».

-Walter Riso.

Lauren tenía la urgencia de arrojar la MacBook al otro extremo de la habitación o al rostro de la profesora. Ambas ideas le parecían igual de increíbles y placenteras, tanto que apenas prestaba atención al examen que tenía ante sí.

La semana de exámenes y entregas finales era, sin lugar a dudas, la peor semana en la universidad. Era agobiante, agotadora y sofocante; también la razón por la que muchos estudiantes consideraban abandonar sus estudios.

La profesora los distribuyó en cada butaca de la sala para evitar cualquier intento de plagio o intercambio de respuestas, lo que hacía imposible solicitarle a Liv la respuesta a la pregunta setenta y cinco.

Los minutos transcurrieron rápidos y amenazadores. El gran reloj de arena en el escritorio como un verdugo que acechaba a los estudiantes a medida que la arena se agotaba. En su opinión, ese reloj era una vileza. No era normal la manera en la que todos, cada cierto tiempo, elevaban las miradas para revisar el tiempo que les quedaba.

Al tiempo que se apresuraba a responder las últimas preguntas, el receptáculo de vidrio se vació por completo.

—Favor de mandar sus resultados vía correo —solicitó la profesora Bonnet—. Los veré la próxima semana con las calificaciones finales.

Lauren aspiró y exhaló con lentitud. Resultaba irónico que antes se esforzaba por obtener las mejores calificaciones y destacar en su grado, pero con el tiempo, su único objetivo pasó a ser no reprobar el curso.

Resignada, guardó sus pertenencias y esperó a Liv. Juntas se dirigieron hacia la salida.

—No sabes las ganas que tenía de quebrarle ese maldito reloj de arena en la cabeza —dijo Liv—, pero ya no me quedaba tiempo.

—Estaba más concentrada en cuántos granos de arena caían del receptáculo que en el examen —concordó—. ¿Deberíamos festejar el fin de semestre?

Liv esbozó una pequeña sonrisa.

—¿Películas, vino y postres?

Sí, su idea de festejar era hundirse en mantas calientes, con comida basura, un montón de películas, vino para endulzarse los paladares y quedarse dormidas.

—¿Qué más si no eso? —respondió.

ΨΨΨ

Lauren no entendió cómo se sumaron cinco personas más a su festejo. Y con personas se refería a su hermano, Arch, Em, Vinnie y Nic.

—¿Cómo es que cinco idiotas terminaron en tu casa? —murmuró al oído de Liv.   

—Todo fue culpa de Drew.

Si lo analizaba, Liv tenía razón. Su hermano la llamó durante una discusión sobre las opciones de películas para preguntarle qué planes tenía para la noche. Drew nunca mostró interés en sus noches de cine, pero de alguna manera, una hora después, aparecieron en la puerta de Liv.

—Me agrada tenerlos aquí —comentó Liv, con la mirada descansando por encima del televisor—. Disfrutar de su compañía antes de marcharme. —Su tono fue sereno, pero cargado de una tristeza profunda; no era la clase de melancolía nostálgica, sino la que se instalaba en lo más profundo de los huesos y te envolvía. Era la tristeza que persistía porque quizá no habría un regreso.

Le inquietaba la forma en que Liv se expresó y cómo su cuerpo se volvió rígido. Un dolor desconocido se apoderó del estómago de Lauren, una sensación que su cuerpo reconocía, pero que ella no identificaba.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora