Capítulo 12: El arrepentimiento como un sentimiento devastador.

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«Vivo en otra dimensión y no tengo tiempo para cosas que no tienen alma».

-Charles Bukowski.

Hace 5 años.

—¿Por qué eres tan imbécil con ella, hermano? —Emanuele prendió un porro e inhaló, profundo. Con lentitud, soltó el humo y le compartió un poco a Dominic, pero él no estaba con humor para fumar.

—¿Con quién? —preguntó fríamente. Pero él sabía, Dominic sabía muy bien a quién se refería.

Ambos se encontraban en la terraza más alta de la Galería de Arte Blackwell, que en ese momento exhibía la pintura más reciente del famoso pintor Alain Legrand.

—Con Lauren.

Inhaló y, como si fuera él quien estuviera fumando, dejó salir el aire despacio.

—No perderé mi tiempo con personas que no valen la pena.

Dominic era capaz de engañar a cualquiera en Montecarlo, desde los rincones más oscuros hasta los pasillos más recónditos, pero no a él mismo. Las mentiras nunca le sentaron bien.

Temía involucrarse tanto por algo o alguien que lo despreciaba en su lugar.

Lo que ocurría al permitirte sentir era que te volvías más vulnerable y perdías la guerra cuando entregabas no solo tu vida, sino también tu alma. Al final, era una pérdida inevitable e, incluso así, las personas se arriesgaban. ¿Acaso todos eran tan masoquistas?

—Contrario a ti, yo opino que Lauren es una de las pocas personas que valen la pena en este lugar. No nos incluiré, porque somos la misma mierda que todos los demás.

Sujetó el barandal con más fuerza de la necesaria. Le tomó todo su autocontrol no silenciar la suavidad y jodida alegría con la que se refirió a Laurie.

Tranquilízate.

—¿Te gusta? —cuestionó. Algo le quemó por dentro.

—Sí —Emanuele respondió con rapidez.

Fue una respuesta que carcomió sus entrañas. Pero ahí estaba, arrepintiéndose de sus decisiones.

Felicitaciones, tienes el puto cerebro de adorno.

—Ah. —Un sonido extraño le salió desde el fondo de la garganta.

—¿Te molesta?

Giró la cabeza para estudiarlo y decidió que le molestaba su incapacidad para admitir que le gustaba Laurie. Ella era encantadora con sus risas contagiosas y su boca afilada con comentarios sarcásticos; entrañable al expresarse con pasión. Era dura y distante, pero siempre encontraba espacio para la dulzura.

—Para nada —mintió—. Es tu problema, no el mío.

—Díselo a tu rostro —comentó Em, soltando el humo con una risa—. Parece que alguien te metió un palo por el culo.

—Tú tendrás un palo metido en el culo si no te callas.

Emanuele comenzó a reír con más fuerza como si hubiera dicho una gran broma. El sonido era molesto.

—Me irrita tu risa. —Hizo una mueca, fastidiado—. No rías.

Em soltó otra carcajada y le dio unas pequeñas palmadas en la espalda. Dominic lo miró con frialdad, y él elevó las manos de forma inocente.

—Eres como un gato, pero más grande, malhumorado y feo.

Dominic rodó los ojos.

—Y tú como un zancudo. —Emanuele elevó una ceja y añadió—: En cuanto te ven, te matan.

—Aw —conmovido, se tocó el pecho—. Seremos los mejores amigos, Nicky.

—No me llames así.

—Entonces... —canturreó por lo bajo, ignorándolo—, no me cortarás la garganta si me acerco a Lauren, ¿verdad?

Rossi era muy ridículo.

—Tu garganta estará ilesa —dijo—. Quizás.

Abrió la boca con indignación y contestó:

—Esa no era la respuesta que esperaba.

—No estará tan ilesa si no te callas en los próximos cinco segundos.

Rossi apagó el porro y lo guardó en la bolsa de su chaqueta.

—Creo que me he enamorado de ti.

ΨΨΨ

Al concluir la exposición de Legrand, Lauren caminó con pesadez hacia la salida, resignada a esperar unos largos minutos más en el automóvil mientras sus padres y hermano se despedían de los demás.

¿Era tan difícil decir adiós e irse?

Antes de subirse al automóvil de Alessandro, escuchó la voz grave de un chico llamándola desde atrás.
Desconcertada, se dio media vuelta y se sorprendió al ver que era Emanuele Rossi.

—Hola —saludó con incomodidad—. ¿Buscas a Andrew?

—No. —Se acercó con una sonrisa coqueta, se detuvo frente a ella y masculló—: A ti.

—¿Qué? —frunció el ceño.

—Lucías hermosa hoy —comentó, sin perder la sonrisa.

Antes de que pudiera preguntarle a Emanuele por qué de repente estaba siendo tan amable con ella, otra voz resonó como un eco intoxicante y adictivo.

—¿Solo hoy? —preguntó Dominic Blackwell con mordacidad—. ¿Acaso no lo hace siempre?

Lauren tenía la boca tan seca que se remojó los labios no solo para hidratarlos, sino también para sentir un contacto físico que le confirmara que eso realmente estaba sucediendo. Dominic no la miraba, pero su irritabilidad y sarcasmo eran como tinta irascible impregnada en la piel.

—¿Hermano? —Rossi lo observó como diciendo: «¿Qué carajo?»—. ¿No estabas con Drew?

—Sí —asintió de manera cortante—. Pero me despedía de la familia Russo, y sería bastante maleducado de parte mía no hacerlo de todos.

La reacción de Lauren ante su respuesta fue desenfocada: arrugó la frente con seriedad, las manos le comenzaron a temblar, sus orejas se calentaron y el corazón le palpitó con una mezcla de duda e inquietud. En cambio, Emanuele retrocedió como si hubiera recibido un golpe; su mueca se desvaneció, dando lugar a una gran carcajada con la cabeza echada hacia atrás.

Lauren bajó la cabeza. Todo fue un espectáculo diseñado para ridiculizarla. Débilmente, retrocedió, obligando a su cuerpo a ralentizarse. Sin decir una palabra más, recogió lo que le quedaba de dignidad.

—¿Lauren? —Rossi la detuvo—. ¿Ya te vas?

Asintió sin hacer contacto visual con ninguno de los dos.

—¿Por qué?

Decidió mirarlos y con falso aburrimiento, contestó:

—Mi vida era mejor cinco minutos antes de que llegaran. —Sin esperar otra respuesta, se marchó de allí.

En el automóvil de camino a casa, se preguntó si Dominic insinuó que era hermosa. Pero tan pronto como el pensamiento cruzó su mente, lo desechó con disgusto. Él no la consideraba hermosa y nunca lo haría.

Blackwell ni siquiera sabía cómo se llamaba. Si idealizaba todo lo que ocurría a su alrededor, se perdería en ilusiones falsas y sueños imposibles.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora