Capítulo 1: Diamantes brillantes y corbatas de seda.

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«Leo, en un viejo ensayo de Freud: "La vida siempre provoca malestar". ¿De modo que esta desazón
estas ganas de huir a ningún lado
este aburrimiento de la gente
y aun de las cosas amadas este malhumor matinal
eran, al fin de cuentas, la vida?».

-Cristina Peri Rossi

Lauren perdió la cuenta de las veces que miró el reloj en su muñeca y de las sonrisas falsas que esbozó cada vez que alguien se le acercaba.

La mansión era impresionante, digna de un cuento. Las enormes puertas de madera dejaban entrar y salir a personas ebrias, y un majestuoso camino de adoquines conducía hasta ellas. Los detalles incrustados en las paredes, flanqueados por columnas corintias, y las enormes ventanas ofrecían vistas a los jardines.

Estaba a punto de quemar ese cuento y reducirlo a tierra incinerada y territorio abandonado. La única razón por la que se encontraba allí era para demostrarle a su padre que no era una perdedora. No por completo, al menos. Lástima que su mejor amiga no estuviera con ella para hacerle la fiesta un poco menos miserable.

Giró la copa entre los dedos y contó los minutos restantes para buscar a su hermano e irse a casa.

—¿Follamos?

Levantó la mirada y vio a un chico que apenas lograba mantenerse en pie frente a ella. Balbuceó algo más y se apoyó en su hombro. Con una risa incrédula, Lauren se alejó de allí.

La maldita osadía.

En el pasado, se molestaban en preguntarle su nombre antes de
arruinarlo con ridículas preguntas. En el pasado.

Debía marcharse. En unas horas tendría un examen de contabilidad, y ni siquiera sabía cuántos temas habían cubierto en lo que llevaba del semestre.

Caminó por la terraza con la esperanza de encontrar a su hermano o a los idiotas de sus amigos, pero no había señales de ellos. Pasados unos segundos de caminar entre personas sudorosas y descontroladas, decidió dirigirse hacia la bodega.

En el trayecto, se encontró con un par de chicos ebrios que no notaron su presencia y tropezaron con ella.

Lauren disfrutaba beber, pero no permitiría dejarse llevar por la efímera felicidad que el alcohol proporcionaba. Para ella, era más que una simple liberación o un momento de alegría momentánea. Muchas de esas personas no comprendían su perspectiva. Era decir, ¿de qué le servía beber, embriagarse y obtener una alegría superficial si, al desvanecerse el efecto, volvía a quedarse con el mismo vacío insatisfactorio y lamentable?

Llegó a la bodega y los encontró allí. Discutían sobre vinos, pero a ella no podía importarle menos. Solo quería llegar a casa, mostrarle a su padre su gran triunfo al presentarse en una reunión social y estudiar para un examen en el que esperaba obtener la mínima nota.

Bastante encantador si se lo preguntaban.

—Acordamos que nos iríamos a la una de la mañana y ya son las tres. —Tampoco se molestó en saludar, y en ese momento comprendió al chico de hace unos minutos. No era necesario presentarse para obtener lo que requerías; era inútil e improductivo—. Te advertí que tenía examen, Drew. —Su hermano era el único al que miraba—. No puedo permitirme reprobar otro examen.

—¿Otro? —resopló con burla. Ella no encontró nada gracioso en la situación—. ¿Padre lo sabe?

—Sí —trastabilló—, uh... más o menos.

—¿Más o menos?

—Te prometo que lo discutiremos en otro momento. —Esbozó una sonrisa tensa. No necesitaba que sus amigos escucharan lo desastrosa que era como estudiante, muchas gracias—. Me marcharía sola, pero la última vez el anciano pensó que huí de la fiesta.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora