Capítulo 10: Azul agridulce.

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«Leer, leer no por amor a la literatura, sino para meterme dentro del libro y no sentir mi sucio pellejo, mi yo aburridísimo, mi memoria congelada, mi espíritu muerto».

-Alejandra Pizarnik.

Lauren... ella como que lo arruinó.

Aunque, no sería arruinar si no hizo nada, ¿verdad?

Frustrada, cerró los ojos y escondió el rostro entre las manos. El corazón le palpitaba furiosamente y sus sentidos estaban desorientados. El sentimiento de culpa se le instaló en todo el cuerpo como una sombra persistente.

Pero, no le debía nada a Blackwell, no existía ninguna razón coherente para sentirse culpable y sobreanalizar la situación.

Para empezar, ella jamás aceptó la invitación. Por otro lado, ¿qué hubiera sucedido si todo era una mala broma de su parte? ¿Si llegaba y se burlaba de ella por ser tan ingenua? ¿Acaso no aprendió nada de lo sucedido hace años, cuando no era más que una niña rogando por atención de forma patética? ¿No comprendía que mantenerse alejada de él era su obligación para conservar la cordura?

Si Dominic jugaba con ella, entonces sería culpa suya por confiar en la persona equivocada.

No esperaba ni un mensaje ni una llamada. A pesar de conocerlo desde hacía catorce años, jamás intercambiaron números telefónicos. Nunca fueron tan cercanos... nunca fueron amigos. No creía que lo llegarían a ser. Ni siquiera se seguían en redes sociales. No sabía si eso fue decisión suya, de él, o un pacto mutuo, tácito, pero presente.

De cualquier modo, no paraba de cuestionarse si hizo bien en no asistir al picnic. Hace un tiempo se prometió a sí misma no pensar en Blackwell más de lo necesario, por lo que era una ridiculez martirizarse por ello.

De momento, una videollamada de Liv apareció en las notificaciones de su celular. No le gustaban las llamadas, pero una distracción de sus pensamientos le vendría bien.

—¡Lau! —exclamó, sorprendida—. ¡Me respondiste!

Ella fingió una risa.

—Siempre lo hago.

—No es verdad —negó con la cabeza, provocando que el cabello se le alborotara—. Ni siquiera mis mensajes respondes tan rápido. Dímelo.

Lauren a veces odiaba lo mucho que Liv la conocía.

—¿Decirte qué? —inquirió—. ¿Solo porque respondí más rápido de lo habitual crees que escondo algo?

—Sí, así es. —Su expresión seria no desapareció—. Dímelo.

Lauren suspiró.

—No sé qué quieres que te diga.

—Lo que sucede.

—No sucede nada.

—Mhm.

Mhm —imitó—. Yo... —Era ridícula. Seguro Blackwell estaba en su playa privada, siendo atendido por un par de chicas sentadas en su regazo—; creo que rechacé la propuesta de Blackwell para hacer un picnic juntos.

—¿De verdad? —Liv abrió la boca con sorpresa.

Ella rodó los ojos. Demasiado espectáculo para algo tan irrelevante.

—No es nada —le restó importancia con un encogimiento de hombros—. Es una tontería. Te aseguro que lo ha olvidado por completo. Me habría dicho —elevó los brazos y lo imitó—: «¿Qué haces aquí, Russo? Oh, espera, ya lo recordé. Lo siento, me olvidé de que vendrías. Tengo invitados más importantes que tú. ¿Lo posponemos? Uhm... —hizo una mueca pensativa—, mejor no. ¡Adiós!».

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora