Capítulo 44: Nos divide la eternidad.

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«Y entonces te deseé un feliz cumpleaños, pero no me escuchaste».

-Lauren Russo.

Era su cumpleaños.

Ese día, 1 de mayo de 2024, Livia Ferrara habría cumplido veintidós años. A pesar de que llegarían más años, nunca alcanzaría los veintitrés, ni los veinticuatro, ni los cuarenta. Permanecería eternamente atrapada en los veintiuno.

Más que nunca, Lauren decidió salir y olvidar que su hermano la esperaba en casa, una universidad con su banca vacía aguardaba por ella, sus amigos se preguntaban qué había sucedido, una madre (tal vez) preocupada, un padre que se jactaba por haber tenido razón todo ese tiempo y un novio... No sabía si aún poseía el derecho de llamarlo así.
   
Furiosa, apartó el pensamiento. Era la arquitecta de su propia perdición, la que tocó fondo por las malas decisiones que tomó a lo largo de su vida.

La noticia apareció en los medios de Mónaco hace dos días: «Lauren Russo, hija del magnate hotelero, constructor Heers y ejecutivo de TERK, huye tras el trágico suicidio de su amiga más cercana, Livia Ferrara».

Se recostó sobre la arena y elevó el sobre de cocaína sobre su rostro. Lo examinó de cerca, y se preguntó si eso era lo que iba a hacer, si así era como viviría el resto de su vida.

Hoy era su cumpleaños.

Apretó el sobre y cerró los ojos con fuerza.

Cumpliría veintidós.

Un eco similar a un aullido se convirtió en un dolor sordo en lo más profundo de su pecho.

¿Por qué no acabar con todo si no logró salvar a la persona que amaba?

Todo es culpa tuya. Era tu amiga, y no hiciste nada por ayudarla.

¿Por qué no inhalar toda esa mierda y terminar lo que su padre y Raphael habían comenzado?

Livia jamás te perdonará. Te dio señales, pero eres demasiado egoísta.

Miró la hora: 22:30. No toleraría otro minuto más sobria. No podía. No quería.

En ocasiones, el tiempo se desvanecía y nos abandonaba, deslizándose fuera de nuestros dedos como una marca invisible de oportunidades perdidas, acciones no tomadas y decisiones lamentadas. Tantas veces nos prometimos tanto que terminar con las manos vacías se convertía en otra decepción añadida a nuestras vidas.

Lauren buscaba refugio en lo pernicioso como una excusa para ahogar sus miedos. Eran verdades que cortaban en lo profundo, una manera de escapar de la sensación de debilidad, de la falta de calma y de la búsqueda instintiva del final.

Mantenía la esperanza de encontrar algún día la paz que la retenía en las frágiles alas de papel viejo. Tal vez Livia se sintió así, luchó tanto que sus fuerzas se agotaron. Inhaló tan profundo que un día se cansó de exhalar. El sol que esperaba cada mañana se transformó en noche, para que el vacío no fuera su único compañero.

Si tuviera la oportunidad, cuestionaría a la vida, a sus malditos padres, a Dios: ¿por qué vivir, si todo era sufrimiento? ¿Así era la vida? La verdad era que el corazón de Lauren se partía en dos, constantemente.

Pasarían décadas y jamás tocaría una Biblia, pero una imagen se impregnó en ella hace un par de años: cuando Cristo murió, la pesada cortina del templo que separaba al hombre de Dios se rasgó, y la relación entre el hombre y su creador cambió para siempre. La imagen serviría como una metáfora adecuada para ella, pero su corazón, desgarrado en dos, estaba condenado a doler por la eternidad, sin ofrecer ninguna esperanza ni salvación.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora