Capítulo 29: El jardín de la belleza.

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"Pero sí sé que a veces, cuando me examino el alma, la siento un poco quebrada".

-Juan Rulfo.

Pasaron tres meses desde que Dom le pidió salir con él y se había estado comportando como un imbécil.

Un imbécil encantador, consentidor, empalagoso y hermoso. Un imbécil que daba lo mejor de sí cada día para demostrarle que el amor no era tan hija de puta.

Cuando sus amigos se enteraron de su noviazgo, no se sorprendieron; su reacción fue de alivio. Fue muy extraño, pero la mayoría sabía que Dom tenía sentimientos por ella. En cuanto a su hermano, se mostró incómodo los primeros días, pero, después de aceptar que era algo inevitable, comenzó a considerarlo no solo como su amigo, sino también como su cuñado.

Era miércoles por la mañana y desayunaba en su cafetería habitual con Liv. El séptimo semestre no era tan aterrador como muchas personas lo hicieron parecer (a Lauren le gustaba vivir en el delirio).

La observó tomar su café de manera distraída y automática. Intentó captar la mirada de su amiga un par de veces, pero Liv siguió perdiéndola por detrás de ella.

—¿Sucede algo?

Livia lo consideró y, con una ligera sonrisa, negó con la cabeza. A Lauren no le gustó la ausencia de brillo en sus ojos.

—¿Qué sucede? —modificó la pregunta. No era si algo sucedía, sino qué.

—Carajo, Lauren, no pasa nada —soltó con brusquedad.

Se removió incómoda, perturbada por el tono de Liv. Una vez más, su amiga evitó mirarla.

No la presionaría, pero tampoco soportaba ver su expresión en blanco.

Empezó a notar ciertos comportamientos en su amiga. Al principio, pasaron desapercibidos, pero con los días, Liv se distraía en clase, salía y no regresaba, o se quedaba dormida a media lección. Sin embargo, cada vez que Lauren la cuestionaba, ella recuperaba su amable sonrisa y volvía a la normalidad.

Durante sus salidas, Liv seguía siendo la misma chica alegre, graciosa y encantadora de siempre, pero por las noches ya no respondía mensajes o llamadas. Al principio, le dio espacio, pero cuando se convirtió en una constante, la preocupación acrecentó.

No sabía qué le pasaba, pero quería ayudarla y mostrarle que contaba con su apoyo.

—Estoy aquí para ti, ya sea que decidas hablar o no —dijo con suavidad—. Prometo no presionarte, pero tampoco me pidas que te abandone.

Liv se frotó el ojo izquierdo con el dorso de la mano, revelando un cansancio que la hacía parecer mayor de lo que realmente era.

—Lo siento, Lau. —Su voz fue apenas un susurro, tan suave que casi no logró escucharla.

—No debí insistir.

Liv sacudió la cabeza, indicándole que no tenía la culpa.

—No, yo lamento... todo —tomó un sorbo de su café tibio—. He cancelado muchas de nuestras salidas y no he respondido a tus mensajes ni llamadas. A veces, te respondo con brusquedad o finjo no escucharte para evitar hablar. Pero no es culpa tuya, Lau. Lo siento.

—Me preocupas —admitió.

Liv cerró los ojos por unos segundos. La sombra de sus pestañas se mezcló con la de sus ojeras. Su palidez resaltó con la luz de la mañana, y sus manos delgadas apenas sostenían la taza de café. Lucía tan vulnerable y cansada que a Lauren se le encogió el estómago.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora