Capítulo 28: Los lugares más inusuales se convierten en los más especiales.

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«Toda la diversidad, la hermosura, el encanto de la vida, se componen de luces y sombras».

-Leo Tolstoy.

Dominic acordó encontrarse con Lauren en el mirador de la universidad. Para él, ese lugar era especial, construido con un propósito: que la gente comprendiera que, incluso en los rincones más remotos o desolados, existía un rincón de esperanza, un resquicio de promesa.

Estaba nervioso. Mierda, no recordaba la última vez que se sintió tan intranquilo. Manos sudorosas, nuca empapada, piernas temblorosas y presión en las sienes. Su mente divagaba hacia pensamientos oscuros, con el miedo al fracaso y la sensación de no ser suficiente.

Pero entonces ella llegó, con una sonrisa cautivadora, el rostro radiante y un aura encantadora. Con su llegada, sus miedos se desvanecieron y todo cobró sentido de nuevo.

Quería besarla.

—Me preguntaba cómo teníamos acceso si falta una semana para que las clases comiencen, pero luego recordé que la universidad lleva tu apellido —dijo, rodando los ojos—. Gente rica y sus cosas de gente rica.

Dominic rió.

—Recuerda que tú eres parte de la gente rica, Russo.

—Sí, sí. —Hizo un mohín con la mano—. ¿Por qué estamos aquí? 

Lauren permaneció inmóvil y Dominic logró ver a través de ella. Por un lado, esperó su respuesta, pero por otro, una nube atribulada se formó sobre su cabeza.

—Dime qué es, Laurie.

—¿Qué cosa? —Caminó hacia él y lo confrontó de cerca. Su expresión denotaba confusión.

—Lo que te agobia, pero no te atreves a decir.

—Solo yo, tratando de sabotear mi propia felicidad —le sonrió con los labios cerrados, resignada—. Mi mente trata de convencerme de que no merezco nada de esto. Que no... —suspiró—, te merezco.

—Estupideces.

—Dom...

—No, escúchame —la tomó de la nuca y la obligó a no apartar la mirada—. No pretendo minimizar tus sentimientos, pero es una estupidez que creas no merecerme —pronunció, con una arruga en la frente—. Russo, he sido tuyo desde los siete años. Aun cuando lo negaba, seguía perteneciéndote. Cada mañana despierto y espero verte a mi lado; cada día aguardo ansioso el momento de hablarte, de besarte, porque solo así el mundo cobra sentido de nuevo. Te oigo en cada canción, te leo en cada poema, te siento en cada rincón, te echo de menos en cada persona. Mi alma ruega por ti —su seriedad resonaba como ecos imponentes en el lugar—. Venero tu vida, tu esencia, todo lo que eres. Adoro tu luz y musito plegarias al cielo para que la sublime brisa de tu magia nunca se desvanezca.

Antes de que Lauren tuviera oportunidad de reaccionar, él se apartó y se adentró en un cobertizo. Ella lo siguió por detrás.

—Encantadora e impaciente —observó con cierta burla—. No pretendo agobiarte, pero es importante que lo entiendas.

Ella inclinó la cabeza con curiosidad al verlo mantener los brazos cruzados por detrás. Poco a poco, descubrió sus manos y reveló un ramo de rosas de diferentes colores: seis rojas, dos blancas, dos amarillas, tres rosadas, cuatro violetas y siete azules.

Un jadeo sorprendido escapó de los labios de Lauren.

—¿Conoces el significado, amor? —musitó con voz profunda.

Ella abrió la boca e intentó responder, pero las palabras se le atoraron. Se esforzó una vez más, pero solo logró emitir un sonido torpe y sin sentido.

—Yo te ayudaré. —Sonrió y le besó la mejilla. Se tomó su tiempo para que el gesto quedara grabado en la piel de Lau—. En la antigüedad, en la familia Blackwell se regalaban veinticuatro rosas con los colores rojo, blanco, amarillo, rosa, violeta y azul respectivamente para transmitir sus sentimientos. Con el fin de expresar el más profundo anhelo del alma, enviaban a sus caballeros a entregar las rosas, pero yo prefiero hacerlo personalmente.

Soy tuyo —recitó ella.

Asintió en respuesta, le entregó las rosas y le rozó la mejilla con los nudillos.

—Soy tuyo, Russo —suspiró con alivio y relajó los músculos—. Completa y absolutamente tuyo.

Lauren se acercó y lo abrazó con una fuerza dolorosa, pero para él, el dolor pasaba desapercibido en comparación con la oleada de cariño y gratitud que lo invadía. En ese abrazo, encontró refugio, seguridad y la certeza de que, independientemente de lo que el futuro les deparara, la quería a su lado.

—Te prometo que lo haré mejor —dijo, con la voz amortiguada por el cuello de Dominic—. Eres todo lo que nunca imaginé tener, pero que imploro preservar. —Elevó la barbilla y lo miró con firmeza—. Espero que comprendas que adoro estar contigo, no solo por lo que me haces sentir, sino por ser tú. Dom, eres como estar en casa.

Eso fue suficiente para él. Lo siguiente que hizo fue tomarla de la nuca y sellar sus labios en un profundo beso, un beso que expresaba lo que las palabras no eran capaces.

Estaba desesperado.

—Desde hace mucho tiempo he ansiado tener el derecho de llamarte mi novia. —El corazón le palpitaba con fuerza, temía que dejara de latir con normalidad después de eso—. Y el honor de que me llames tu novio.

—¿Nic?

Soltó el aire con lentitud y preguntó:

—¿Me permitirías demostrarte que el amor no es tan espantoso como crees que es?

Al tiempo que Lauren emitía una risilla, Dominic le acarició el arco de las cejas con el pulgar de manera delicada. Era incapaz de controlar las manos y mantenerlas en su lugar; siempre gravitaban hacia ella y hacia su dulzura.

—Laurie —bajó la voz a un susurro—, hagamos un trato.

—¿Qué clase de trato?

—Tú aceptas salir conmigo, me permites consentirte, autorizas exclusividad en nuestra relación, me dejas sujetar tu mano, besarte, tocarte, quererte, y yo... —su hoyuelo se profundizó en una media sonrisa—, yo te prometo ser el mejor novio.

Ella tragó saliva y, antes de que pudiera decir algo, Dominic formuló la pregunta final:

—¿Saldrías conmigo, Laurie?

Le acarició la mejilla, trazando suaves círculos en su piel sedosa con el pulgar. Ella cerró los ojos y rozó sus labios con la palma de su mano.

Su alma buscaba la de ella con los brazos abiertos en un cielo infinito, hermoso y eterno, que surcaba las corrientes del viento en sueños brillantes. Era un cielo tibio que se filtraba en su casa en rayos celestiales y se inflamaba como un resplandor único.

—Sí, Dom. Me encantaría salir contigo.

Respiró.

Por primera vez en varios minutos, el aire llenó sus pulmones. Cada inhalación transportaba un nuevo sentido de vida.

Lauren, la persona que había ocupado sus pensamientos más profundos y sueños más irreales durante años, aceptó.

Sí. Sí. ¡Sí!

—Hasta ahora, es el mejor trato que me han hecho —dijo, con una sonrisa que primero se reflejó en sus ojos y luego en los labios—. ¿Me besas?

Dominic la besó.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora