Capítulo 60

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"Cicatrices que no sanan"

Luke.

Sentí un nudo en la garganta, como si el aire mismo me abandonara. El pecho me ardía, como si un puño invisible lo aplastara con fuerza.

No... no podía ser real. Mi mente se negaba a aceptarlo. Todo dentro de mí gritaba que debía ser un truco, un mal sueño. Pero ahí estaba ella... con ellos. Con él. Cada segundo que pasaba era como un golpe en el pecho, rompiendo la imagen de la mujer que pensé conocer.

Vacío... como si todo lo que alguna vez fue se esfumara, dejando solo un hueco oscuro en mi pecho. Era como si todo lo que me mantenía en pie hubiera sido arrancado de raíz, dejándome a la deriva en un abismo.

Estaba en shock. Lo que había visto... ¿era real? No, no podía serlo. Mi mente debía estar traicionándome, porque esa no era la Adira que conocía. No podía ser ella.

Me aferraba desesperadamente a la idea de que era una mentira, algo, cualquier cosa para evitar enfrentar la verdad. No podía aceptar que... ella lo eligiera. Pero lo estaba haciendo.

Ella jamás estaría junto a Smith. Jamás ayudaría a Jonathan a escapar. Jamás levantaría un arma contra su propia gente. Jamás huiría con el enemigo.

Jamás.

Al menos, no la Adira de la que me había enamorado.

Tal vez Edric la había enviado en una misión secreta, o quizás la habían secuestrado y ahora estaba en peligro. La única razón para que ella estuviera allí tenía que ser contra su voluntad.

Sí, todo debía ser parte de un plan para atrapar a Smith. Pero la rabia me consumía, una confusión desesperada me dominaba. Quería creer que lo estaba haciendo para engañar a Smith, para salvarnos a todos, pero... ¿por qué entonces no hacía nada? ¿Por qué parecía tan... decidida?

Mis piernas estaban paralizadas. Quería correr hacia ella, detenerla, sacarla de allí. Pero algo en mí se quebró, como si mis músculos ya no respondieron. Me quedé quieto, atrapado entre la impotencia y la desesperación, viendo cómo se alejaba.

¿Qué tan lejos estaba dispuesta a llegar con su mentira? Ya tenía a Smith... ¿por qué no hacía nada?

Busqué en sus ojos azules alguna señal, algo que me confirmara que todo era parte de una estrategia, pero cada vez que la veía acercarse más al helicóptero, una parte de mí se quebraba. No quería aceptarlo. No podía aceptar que... ella lo eligiera. Pero lo estaba haciendo.

Fue en ese momento, cuando acepté que no era una ilusión, que algo dentro de mí se partió en mil pedazos. La realidad me golpeó como una ráfaga de balas, cada una perforando más profundo, hasta que ya no quedó nada más que un dolor insoportable.

Cada fibra de mi ser gritaba que no debía dejar que ese helicóptero despegara. Mi mente corría con mil órdenes, cada una anulada por la otra. Pero hacerle daño... ni siquiera podía imaginarlo. Aún cuando todo se desmoronaba, mi corazón no me dejaba levantar un dedo contra ella.

Esperé. Esperé y rogué que se detuviera, que bajara de esa maldita aeronave. Que volviera a mí, a salvo, a mi lado.

Tenía a cientos de soldados heridos y otros esperando mis órdenes. Pero no podía darlas. Jamás derribaría ese helicóptero, sin importar qué estuviera sucediendo. Ni por un segundo se me cruzó la idea de herirla.

Incluso en el último segundo, cuando las aspas del helicóptero cortaron el cielo y el estruendo se mezcló con los latidos desesperados de mi corazón, seguía esperando... rogando que ella cambiara de idea, que bajara de esa maldita aeronave. Pero no lo hizo. Y ese sonido de las hélices, alejándose, fue el eco de mi corazón rompiéndose.

Más que un monstruo [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora