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Antonia


Entono el último verso de la canción y me ayudo de mis manos para darle una especie de tesitura oscura, como si ellas tuvieran el control en el momento, como si el hacer algo con los dedos convirtiera las palabras y la música en un verdadero conjunto.

La última nota en el piano me provoca un escalofrío. Estoy sonriendo y Lina también, aunque permanece agachada, anotando algo en la partitura de Señora.

—Quizá debamos empezar con algunas cosas que se acomoden más a tu color de voz —dice y se yergue.

Últimamente no la veo tan alta. Debe de medir unos quince centímetros más que yo, pero con cada día que pasa es como si sus ojos y los míos estuvieran a la misma altura.

Dudo unos instantes antes de irme a sentar a su lado en el canapé del fondo. Hay una estantería detrás, así que tomo un libro. Tiene las hojas viejas y por la textura cuando hojeo sé que es una de esas ediciones que no se van a encontrar por ningún lado.

—Elena Poniatowska diría que son novelas rosadas para lectores rosados —dice ella.

Elena es una periodista y escritora tan polémica que no dudo que ese pudiera ser su pensamiento; no soy una lectora ávida, pero sé lo que se cuenta sobre ella.

Dejo el primer libro; elijo Como agua para chocolate y acaricio los primeros párrafos de lo que parece ser una receta culinaria. Vi la película con mi hermano una vez que nos quedamos sin cable. Era sábado y en los pocos canales de la televisión libre disponibles solo había programas de ocio y chismes, así que la vimos.

—Léelo, si quieres —Lina trata de llamar mi atención—, ayudará a tu dicción si practicas con algunos párrafos.

—Estoy haciendo ejercicios que me ha mandado Emilio el viernes. Pero, sí, lo leeré. Gracias.

A menudo se forman silencios entre nosotras, pero me siento muy cómoda bebiendo café en su compañía. Es una mujer culta y sabia, con una tristeza profunda en los ojos. Sus ademanes son educados y tan poco afectados que sé que ha recibido una educación privilegiada.

Seguramente, en sus mejores tiempos, esta hacienda debió de producir muchísimo.

—¿La Generala siempre se dedicó a la cerveza?

Lina no me responde de inmediato, pero se pone de pie y va hacia una de las estanterías de su vasta biblioteca. Trae un libro con lomo de cuero, una especie de Atlas, y me lo pone en el regazo. Dejo la taza de café en la mesita al pie y comienzo a hojearlo.

Hay fotografías que datan de la época en la que gobernó Porfirio Díaz, esa especie de salvador dictatorial que muchos odian y otros veneran.

El hombre que posa en el arco de la hacienda viste acorde a la época, con un rifle entre las manos. Su aspecto no es pomposo, sino campirano, como el de los cazadores europeos. La mujer que lo acompaña usa un vestido de manta, pero su porte es todavía más regio.

—En esas épocas las mujeres solían usar corsé, pero a Mina María le importaba un bledo eso.

Debajo de la fotografía se lee una descripción que reza Mina María, "La Generala", y su esposo Emilio Maxías.

—El nombre de ella está primero...

Lina asiente y pasa un dedo por el rostro de la mujer, cuyas trenzas le llegan hasta la cadera. Tiene el mentón ligeramente elevado, una sombra de seguridad rodeándola por completo.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora