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Antonia


Cuando salgo de la cabina, tengo jaqueca y mucha hambre.

Rosi está sentada en mi lugar, riéndose de no sé qué cosa. Teo no está y Emilio está manejando algo en la consola del centro. Me inclino para tomar mi abrigo y la bolsa que traje con mis pertenencias. El libro de poesía está encima del cuaderno pequeño en el que él estuvo concentrado antes.

—Estaba diciéndole a Emilio que extraño los postres que hacían en La Generala —Se frota las manos—. Quizá podríamos ir a buscar aquí en la ciudad.

Se pone a buscar algo en el móvil. Emilio está terminando de apagar las otras mezcladoras. Por unos momentos me quedo inerte, sin ver directamente a ninguno de los dos pero rogando por que Rosi no insista.

Si lo hace, no podré decir que no.

Quiero ir y también siento que extraño las raras tardes en el salón de la casa grande, mientras Emilio me hacía leer teoría musical y me contaba largas historias no para torturarme, quizá haya sido otro de sus métodos de enseñanza.

No consigo evitarlo más y lo busco con la mirada, añorando esos minutos en los que sólo me importaba el final de la historia en turno, pero también el desarrollo, lo que fuera que él quisiera hacerme entender.

Había algo en su voz, en su tono, en la concentración que les imprimía a sus palabras; es casi como si Emilio pensara cada uno de sus movimientos, veinte veces antes de hacer nada.

Aparto la vista y me giro, algo palpitando dolorosamente en mi pecho.

De pronto necesito que Rosi insista.

—Yo no le avisé nada a mi papá, a lo mejor tengo que... —me detengo a medio camino antes de encender mi móvil.

Rosi deja su lugar para venir y sujetarme los hombros.

—Tu papá se fue de las oficinas con Caro, no creo que tengas que preocuparte por eso —dice—. Además, ya eres una adulta.

—Rosi, Emilio debe de estar cansado —replico—. Hemos estado aquí demasiadas horas.

Ella no obedece mi súplica visual. Busca al susodicho y se cruza de brazos, mientras este guarda en el maletín los cuadernos con sus composiciones. Me muerdo el interior de la mejilla, sin saber bien hacia cuál lado debería de huir.

O si al menos es mi deber moral hacerlo.

—Por favor, es solo una cena. Sé que te hace falta vida nocturna —le está diciendo a Emilio, su voz más chillona de lo normal.

Me cuelgo la bolsa al hombro.

—Tengo miedo de lo que pueda ser para ti la vida nocturna —la voz de Emilio suena a mis espaldas cuando salgo del estudio.

Busco el número de mi hermano para preguntarle si todavía se encuentra por aquí. Se me ocurre que su oficina es el lugar indicado para esconderme. Sin embargo, cuando le pregunto, tardo menos en decepcionarme que lo que tomó encontrar su número telefónico.

Rosi sale de la habitación también y se está poniendo una chaqueta.

—No te vas a poder ir sin nosotros —me apunta con el dedo.

Antes de que pueda responder Emilio se une a nosotras. Y evidentemente no puedo rehusar.

*

Hago un moño con mi pelo y vuelvo a apoyar los brazos sobre la mesa en la que nos encontramos. Rosi ya lleva un par de tragos a su cuenta y ataca las alitas adobadas con mucho apetito. Nada de tortitas, solo snacks, aderezos y cerveza.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora