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Antonia


Mi papá.

Papá.

Hermano.

Escucho que una silla se recorre y regreso por donde vine, sin correr pero todo lo a prisa que me permiten los pies. Estoy a punto de llegar a la cocina cuando escucho la voz de Gastón de nuevo.

No puedo decir que su plática sea desagradable, pero sus comentarios sobre Lina y Emilio suelen rozar la imprudencia. Ahora veo que lo hace delante de ellos y nadie le pone un límite.

Pero son hermanos.

Empiezo a acomodar unos cuadernos de teoría, porque no estoy segura de que Emilio vaya a venir.

—Si estuvieras en una academia habrías perdido todo el semestre —él luce impertérrito en el comedor.

Toma un vaso con agua y se gira tan rápido como llegó.

Casi me atraganto con el agua que acababa de beber también. No me está mirando y siento un poco de alivio al ver cómo se limita a caminar de vuelta por donde vino, pero ahora al salón.

Una de las muchachas de la casa pone un platón con panecillos en la mesa del comedor. Tomo dos y me disparo de regreso.

Emilio ya está sentado en su lugar cuando me acomodo en el mío. Tiene partituras delante de él. Así que espero con toda mi alma que no me ponga a solfear en este momento.

Pese a lo que quiero decirle, le extiendo uno de los panecillos en la servilleta, recorriéndola cerca de su brazo.

Casi siento que va a rechazarla, pero cuando llega la tetera con el café, algo dentro de mí se regocija al ver que lo primero que hace antes de servirse es dar un mordisco al postre.

—No sabía que se podían hacer panecillos así.

—La cocinera de esta casa siente una curiosidad tremenda por las recetas exóticas. Francia, Italia, Rumania... ya sabes.

—Ah, con razón ese pollo a la leña.

—Su especialidad.

Le sonrío, pero no parece notarlo. Su porte no hace sino provocarme más angustia, porque ahora sé que todo lo que hay es producto de mi imaginación, que me sentí tocada por la manera en la que hace todo y que temo que sea algo más que físico.

Aun así quiero aprender de él.

—Nunca te tiraría el micrófono —me armo de valor para decirlo—. A los jueces se los tiré porque esa mujer dijo que mi madre estaría avergonzada de mí si me escuchara cantar. Digo, todo lo que haces dentro de la escuela lo usan en tu contra... Y a donde voy trato de ser sincera, no es mi culpa que todo lo quieran dramatizar.

Emilio me mira solo un segundo y le da un sorbo a su café. Alcanza la tetera, me acerca una taza y la sirve.

El vapor perfumado invade mi espacio personal y me regala más tranquilidad también.

—Desearía que tu hermano me hubiera consultado eso primero, no estarías tan bloqueada como ahora —dice, y me acerca la taza con café.

Me encojo de hombros, el aroma danzando en mis papilas gustativas.

—No fue su idea. Mi padre tiene amigos en la televisora, querían que entrara para asegurar un ganador que les remunerara ese premio.

—¿Cantas en inglés?

Asiento.

—¿Sabes? Creo que prefiero que me digas cuándo no estás dispuesto a que hablemos de cosas personales.

—¿A qué te refieres?

Parece interesado de forma genuina. Ruedo los ojos e ignoro mis ganas de contestar con una broma: probablemente la creerá fuera de lugar.

Probablemente me cree a mí fuera de lugar.

—A esto. Que cambias de tema cuando empiezo a ponerme profunda.

Emilio frunce las cejas y sus ojos se posan en los míos por encima de la cerámica de su taza. Antes de buscar otra cosa que mirar, ladeo la cabeza, esperando a que se atreva a negar lo que digo o que al menos tenga una explicación, pero ninguna de esas cosas llega.

Ha puesto los antebrazos sobre la mesa y sopla de la taza el humillo que sube. Parpadea con constancia aunque se lo ve demasiado concentrado en lo que sea que está pensando.

—Como sea...

—Antonia, no tengo intención alguna de incomodarte. Me encantaría que fuéramos civiles, y ya está.

Que me corriera del salón me habría dolido menos. Pero no se lo hago notar, tiene sus motivos para cargar siempre con ese humor y no desearía ser uno más.

Una parte de mí quiere preguntarle acerca de Gastón, y la otra distingue perfectamente ese drama del que habló Rosi. Ahora no es una simple cortinita que quieres correr para husmear detrás, sino la roca que está bloqueando una cueva en la que alguien ocultó cadáveres. 

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora