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Emilio


Hoy es uno de esos días. No quiero ser yo mismo y siento que estoy encerrado en una cárcel cuya celda fabriqué con mis propias manos. Estoy rodeado por una docena de personas, cada una con una queja propia. Me pulsan las sienes y podría jurar que mi cabeza estallará en cualquier momento.

Gastón está sentado más allá, en los escalones de una de las galeras.

—Jefe —el encargado de la hacienda ya perdió la paciencia—, se lo digo de nuevo... Ese pedido tiene que estar listo para el viernes, si no, perderemos a un cliente más... Uno más, don Emilio.

Me aprieto el puente de la nariz, tengo los dedos fríos.

—Lo sé —pero no sé si lo sé—. Déjame conseguirte los insumos. Por favor, que manden llamar al técnico para que haga las reparaciones.

—Lo haré —mira a otra persona—, pero también queremos pedirle otro favor.

Estamos reunidos porque pretendía hacer un recorte de personal, comentarles que estoy decidido a no perder la marca de la cerveza que viene defendiendo mi familia desde la época de la Revolución; desde que todo era pulque y no cerveza.

Hasta que el encargado dice—: Los muchachos quieren tratar en persona con usted.

Por instinto, busco a Gastón y lo capto levantándose de su sitio. Viene de inmediato hacia el círculo de personas. Todos son hombres respetables que mi padre mantenía aquí porque son leales, porque no se fueron en las crisis y no se han ido ahora.

—Al menos deberías tener la decencia de mirarme a la cara para decirlo —Gastón casi está gritando—. Esto es increíble, Emilio.

Quien está próximo a perder la paciencia en este instante soy yo. Cierro y abro los ojos rápidamente. Todos están esperando a que diga algo. Quieren que haga caso de sus pedidos, como habría hecho mi papá.

A veces siento que me hierve el odio hacia él en la sangre. Es un sentimiento frente al cual no puedo caer. Es una tentación bastante dulce, que me libraría de muchas responsabilidades aquí... Pero en el fondo, nunca fue un mal padre.

No conmigo, al menos.

—Sé que ustedes no están acostumbrados a que les pida favores. No voy a empezar a abusar de su confianza y tampoco me permitiré dejarlos sin trabajo.

Todos siguen estoicos. No quiero estar más aquí.

—Don Emilio, esas tierras le están quitando todo a la cervecera. Su papá ya habría vendido.

—¿Y tú qué sabes de lo que haría mi papá?

El hombre ni se inmutar por la queja de mi hermano, pero su quijada está tensa.

—Gastón —él sigue apretando los puños, al otro lado del gentío—. Por favor, espérame en la casa.

—No. Que digan lo que me quieran decir ahora, no me iré.

—Lo siento, pero será mejor que lo hablemos más tarde.

El encargado tiene la cara roja. No creo que sienta pena por mí ni mucho menos por Gastón. Siento que el estrés ha inundado cada parte de mi cuerpo.

Suspiro, ya cansado.

—Mire, hay varios compradores que quisieran ver los terrenos de cebada. Este lugar no se puede manejar con tan poca gente. Su papá lo sabía, por eso iba a vender antes.

Gastón está detrás de él. El encargado hace un cabeceo hacia él, luego se va. Cuando nos quedamos a solas, me escuecen los ojos. Llevo tanto tiempo así, que me olvido de lo mucho que detesto el drama.

No lo habría buscado voluntariamente, pero por estos días parece estarme siguiendo a donde quiera que voy.

—No vamos a vender —Gastón dice—, ese hombre no sabe de lo que habla... Si producimos más...

—Gastón, por una vez, tienes que dejar de creer que este es un legado y que es tu deber impulsarlo. Al señor no le importaba el legado... Como ya te habrás dado cuenta.

Él mira en otra dirección.

—Tú puedes volver a la ciudad cuando quieras, no me molesta hacerme cargo.

Esbozo una sonrisa sin poderla contener.

—No eres ciego ni tampoco sordo —me echo a andar—. En el momento que yo me vaya te quedarás sin empleados.

—Emilio, tú no quieres estar aquí, no quieres vivir en esa casa... Déjamelo a mí, yo sabré qué hacer.

Me giro y él se detiene de golpe apenas nos enfrentamos.

—Tienes razón, no quiero estar aquí. Quiero recuperar mi carrera y quiero volver a hacer lo que me gusta. Y quisiera tener la confianza de dejarte todo a ti, no me importaría para nada... Pero tus actos, tu comportamiento hacia Lina... Tengo que mediar entre ustedes para evitar que se hagan daño el uno al otro... Se olvidaron de que el culpable está muerto. Sobre todo tú, que actúas como si el amor te lo hubiera negado Lina y no tu padre.

Es más de lo que he intentado hablar con él en mucho tiempo. Y aunque sé que no cederá primero, guardo una ligera esperanza de que vea las cosas en perspectiva.

—Tu madre corrió a la mía y por su culpa no la veo hace años —le tiembla la voz al decirlo.

De la nada vuelve a tener quince y yo veinticinco. Estamos en el despacho, escuchando la lectura del testamento de papá. Lina está inmóvil en su sitio, mirando al vacío con un vestido negro tan elegante como su peinado.

Yo... yo escucho.

Soy bueno escuchando. Me dolió enterarme de que mi padre había tenido un hijo al que crio como un ahijado por mucho tiempo. Nunca me he querido imaginar cómo Gastón lidia con ese rechazo.

Y su madre lo abandonó aquí...

—¿Por qué estás tan seguro de que Lina hizo eso? —le pregunto.

Siempre he querido saberlo. Quiero tener la información necesaria si voy a juzgar duramente a mi madre por sus elecciones.

Gastón sonríe y agacha la cabeza.

—Mi mamá me llamó una vez y me lo contó todo —no llora, pero tiene la cara roja—. Ahora tiene que trabajar en cualquier cosa... No le alcanza el dinero... Mientras tu mamá goza de su dinero y sus comodidades.

Alzo las cejas para increparlo a que continúe, aunque no puedo creer la mitad de lo que ha dicho.

—Estoy seguro de que tu madre no pasa hambre.

—Tú no sabes nada, Emilio.

—Escúchame, sé que no confías en mí —doy un paso hacia él, pero se aleja—. Gastón, dime que no le has estado enviando dinero.

Su cara se torna lívida y tarda unos instantes en responder.

—Ustedes siempre estuvieron en primer lugar... Aunque tú no te quisiste quedar con él, siempre te prefirió a ti... Y no te odio por eso, pero tu madre se hizo la víctima, se vengó de mi madre... Estoy completamente seguro de que me odia. Y por eso yo la odio a ella.

Asiento, pero sé que esas no son palabras suyas.

—Gastón, respóndeme.

Se da la vuelta en lugar de hacerlo. Lo llamo dos veces mas la rigidez que emana su cuerpo me hace querer alejarme también.

Miro el reloj para comprobar la hora, sabiendo que tengo que hablar con Lina finalmente y preguntarle lo que no quería. 

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora