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Antonia


Sigo mirando la pantalla del teléfono cuando corto la llamada. Lo hago hasta perder la noción del tiempo.

Estoy sentada a la isla de la cocina, y para la llegada de mi hermano, pese a estar comiéndome un plato de galletas, sigo con el móvil entre los brazos.

Las redes sociales se han puesto aburridas y hace dos horas estoy mirando presentaciones viejas de Mónica Naranjo, antes de sus desafortunados comentarios sobre México. Ninguno de ellos le quitó la mitad del talento que tiene, así que hago caso omiso de mi solidaridad y vuelvo a escuchar Desátame otra vez.

—Qué hambre —Brandon va directo al refrigerador y saca una cerveza—, y qué silenciosa.

Pongo pausa al video.

Suspiro y echo la cabeza atrás.

—Hay algo que tengo que decirte sobre Emilio —murmuro.

Mi hermano se sienta en otro taburete, mientras bebe su cerveza.

Claro que sí, es artesanal de La Generala.

Quisiera no tener plena consciencia de ello en estos instantes, pero creo que le tengo que contar a alguien del error que posiblemente cometí antes de meterme a trabajar con Emilio durante meses en un estudio de grabación.

Vuelvo a tomar aire.

—Le compliqué un poco las cosas mientras estábamos en La Generala —lanzo una mirada rápida a la etiqueta en la botella marrón que tiene frente a él.

Es una confusión que tengo clavada en la cabeza y creo que la única forma de que se haga más ligera es que admita todo el pecado.

Desde el inicio.

—Me comentó que no lo pasaste muy bien los primeros días. Pero no es algo que tengas tú, Antoti. Emilio se toma su trabajo muy en serio...

—No es que lo haya pasado mal con él, es que... —estoy incómoda en mi propia piel, y al ver las cejas curvadas de mi hermano no sé si intenta leerme o comienza a preocuparse—. Me lo pasé tan bien que... terminé besándolo.

Pasan unos segundos. El semblante de Bran no dice nada, pero le da un trago largo a la cerveza y noto cómo sus mejillas se inflan más de la cuenta. Uno de los detalles más curiosos de la cerveza artesanal es precisamente que se debe de servir en un vaso para que haga espuma y pierda muchísimo menos su aroma, ya que su proceso de fermentación es diferente.

Brandon paladea por lo que me parece una vida, y se pasa la mano por el cabello rizado y negro, hasta que se despeina el fleco.

—No sé qué decir —espeta—. Antonia, probablemente te falte salir un poco y conocer gente nueva.

No puedo evitar que la sugerencia me hiera, pero siento que tiene razón. No porque Emilio me lleve demasiados años, sino porque convivir con él todos los días es casi lo mismo que haber tenido quince citas en lo que va de un año.

Por si fuera poco, su conversación siempre es interesante. Toda su persona es una caja de los misterios.

—De todos modos —exhalo—, hablé con él y le pedí disculpas... Porque...

Brandon hace una mueca.

—Madre de Dios, dilo. Di qué hiciste.

—Le había pedido que no aceptara escribir las canciones. —Me encojo en mí misma, indefensa y a sabiendas de que he obrado mal—. Se lo pedí porque tenía miedo de que su rechazo significase demasiado para mí. Y sé que es difícil de comprender, pero pensé que necesitaba tiempo. Ya está.

—Espera, ¿te rechazó?

Asiento.

Por su semblante, creo que eso le alivia un poco.

—Todos tienen razón cuando dicen que ama su trabajo. Y parte de su trabajo fue ayudarme... No quiero echarlo a perder. No voy a tirar el micrófono solo porque no puedo diferenciar entre admiración y deseo.

—Jesús, por favor no utilices esa palabra delante de mí.

Sonrío.

—Lo lamento —me sincero—. Quería que lo supieras porque necesito tu ayuda con eso.

—Si te refieres a que no te deje sola en caso de que Emi se comprometa con el proyecto, ten por seguro que así será. —Se pone de pie, arremangándose la camisa—. Ahora tengo más apetito, ayúdame a preparar de cenar.

Justo en ese momento entra mi padre en la cocina. Me dirige una mirada extraña, de modo que soy yo la que debe de romper el hielo.

No lo he visto desde ayer en su oficina, cuando me disculpé y me marché a toda prisa. No estaba preparada para escucharle disculparse por no decirme que estaba saliendo con alguien, porque la realidad es que no tengo las herramientas necesarias para disculparme de regreso.

—Pensé que tal vez te acompañaría Carola —digo.

Papá sujeta su botellita de agua. Brandon me acerca una tabla de picar y un montón de vegetales para que ayude. Es como si la escena estuviera en cámara lenta.

—No, tenía una entrevista esta noche.

Ah, Carola es locutora de un programa también.

—Me pregunto quién es su víctima en turno.

Niego con la cabeza.

—Su programa es genial —digo, sin reírme de lo que ha dicho Bran.

Mi papá se sienta en un banco y sonríe.

—Su invitada de hoy es Mimi.

Uff.

Brandon y yo nos miramos. Pero él se pone a cocinar y la plática anterior queda relegada al secretismo. 

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora