Emilio
He comenzado a creer que Lina tiene razón. Nadie me obliga a quedarme. Nada en mi vida hace que tenga tanto miedo por la estabilidad mental de mi madre, cuando la mía es cada vez más voluble.
Releo la última parte del correo electrónico que me escribió Mimi —Laura Almazán— anoche. Es una chica irritante si se lo propone, pero ama lo que hace y producir su álbum fue una cosa relativamente sencilla. Además, a pesar de tener veinte años, tiene mucha capacidad de absorción, por lo que no reniega de sugerencias ni regañinas.
Sabes que soy supersticiosa y me prometí que mis primeros tres álbumes llevarían tu pluma escrita. Además, estás habituado a trabajar con Toni, no pasarás los mismos problemas que tuviste conmigo. Te puedo prometer que no sufrirás acoso alguno.
Ya te superé.
Así que acepta o hazte responsable de mi fracaso artístico.
No es muy convincente y suena a la niña que es todavía. Con diez años de diferencia entre nosotros, no recuerdo si alguna vez tuve ese nivel de seguridad en mí mismo, o la capacidad de asunción que maneja una chica cuya historia de superación avasallaría al más valiente.
Imagino a Antonia en sus circunstancias y me parece un cuadro vulgar, no da lugar a comparaciones. Aun así, me pesa un poco no poderle remarcar cuán equivocada está: si algo significaría un problema con esas canciones, es precisamente que Antonia no estará contenta con mi presencia.
Gran parte de mi escepticismo se lo debo a la vergüenza. Me niego a dificultar su evolución. Todo lo que consiguió aquí no servirá de nada si la obligo a verme todos los días.
Podrás hacerme ese favor...
Una empleada entra en el comedor. Lleva el teléfono local en una mano y con la otra le cubre la bocina. Se acerca a mí lo suficiente como para poder dármelo sin estirarse.
Permanezco atónito un segundo cuando me indica que es Antonia quien llama.
Tardo unos segundos en asimilar lo que acaba de decir. Pero acepto el artefacto. La duda me carcome hasta que veo la expresión de la chica. Termino asintiendo y pronto me veo a solas en este salón a donde entra la luz por chorros.
Atribuyo a eso el calor que siento de la nada. Y me pongo la bocina en el oído.
—¿Sí? —pregunto luego de carraspear.
Del otro lado se escucha un suspiro, pero ella responde rápidamente, con la voz calma—: Ah, hola. Lamento si te interrumpí, pero acabo de llegar y le prometí a Brandon que te llamaría tan pronto volviera a casa.
No sé cómo, pero sé que está riéndose de sí misma.
Parpadeo y miro a los lados. No hay nadie aquí, nadie me observa ni nadie me escuchará. Cambio el teléfono a mi oído derecho.
—¿Emilio?
—Sí, perdón. ¿Qué decías?
—Que si estabas ocupado. Sé que no te das abasto con la cervecera y Gastón...
—Gastón ocupa más de la mitad de mis ocupaciones, tienes razón. Pero esta vez estaba sentado, analizando mis opciones.
Ella no dice nada por unos segundos.
Yo tampoco.
—Y... ¿Cómo está Lina?
—De no haberte dado cuenta de la precaria situación en la que vivimos aquí, tal vez te habría mentido, pero ya que eres una testigo formal... Por acá todo está pasando el punto de ebullición.
—Con lo lógico, como siempre.
Arrugo las cejas sin pensar; el vacío no está discutiendo conmigo.
Antonia, por otro lado, no sería ella si no tuviera algo sincero para decir. Es un poco refrescante. Creo que por eso su hermano es tan necesario para mí. Respirar honestidad de una persona me recuerda que no todo el tiempo se trata de la apariencia.
O quizá nunca.
Recuesto la espalda en la silla.
—No podría con todo si no fuera lógico, ¿verdad?
—Creo que cuando cantas no lo haces con la lógica, eh. Pero no voy a discutir eso...
—Lo dicho —dice, y me fastidia un poco, pero puedo escuchar la sonrisa en su voz.
Aparto la imagen de sus labios de mi cabeza.
—¿Cómo?
—Nada —repone ella—. Puedes hablar sin tapujos. Al contrario de lo que piensas de mí, no me ofenden las críticas de los demás.
Eso puede no ser del todo verdad. Pero no se lo digo.
La escucho reírse. Cierro los ojos, de pronto sin ganas de preguntar para qué exactamente me llamó. Lo único en lo que pienso es en huir de lo que me quedará cuando cuelgue el teléfono.
—En realidad debería disculparme por un montón de cosas... He hecho muchas suposiciones sobre ti, es verdad. No fueron por malicia. Di por sentado que eras un erudito y no más. —Un silencio—. Solo... ya sé que el otro día te dije que no quería que tú escribieras para mí, sé todo lo que dije... Pero Mimi está entusiasmada y dice que no grabará si no eres tú. Brandon y mi papá quieren que seas tú, y yo no quiero decepcionarlos.
Si me pudiera ver en este momento, se daría cuenta de lo que emana mi rostro, porque casi puedo palpar en mis mejillas el ardor cuando siento esa decepción de la que habla.
—Entonces quieres que te escriba para no decepcionar a tu familia. ¿Sigues por ese camino?
—Tienes razón en recriminármelo, por mucho que me cueste aceptarlo... Pero, Emilio, no se trata solo de complacerlos... Me gustó trabajar contigo. Y puedo tomarme esto como un desafío o puedo verlo como la oportunidad de mi vida.
Asiento, pese a que no puede verme.
—Cualquiera que elijas está bien para mí.
—Gracias —dice—. Podemos incluso hacer como si nada hubiera pasado. Solo si tú quieres. Todos aquí dicen que eres una persona muy profesional, y yo quiero que veas que puedo serlo también.
—Es una cuestión de madurez —He perdido la seguridad al respecto, pero no voy a defraudarla así—. Voy a tratar de responderle a Mimi esta semana.
Antonia se muestra emocionada cuando se lo digo, y luego me pide que salude a Lina de su parte. Antes de colgar, le pregunto cuántas canciones se supone que tendrá que grabar con Mimi.
Al final de la conversación, recuerdo mis propias palabras y descubro lo mucho que he mentido.
Esto no está bien para nada.

ESTÁS LEYENDO
Todos tus secretos
RomanceUn fracaso se puede interpretar de dos formas. Una, que algo se está terminando. Dos, que algo está por comenzar. Para Antonia, que estaba rozando la desesperación por no saber qué hacer de su vida, huir de las cámaras es exactamente aceptar que fr...