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Emilio


Lina lleva encerrada en su habitación toda la tarde. Siento que debería ir a llamar, pero me falta valor y eso comprueba todo lo que Gastón dice sobre mí. Nunca he tenido el temple para resolver problemas, quizá por eso trataba de no conseguírmelos antes.

Incluso aunque no son míos, los conflictos de mi madre me afectan y empiezo a comprender que no tengo herramientas para ayudarla, que nunca las he tenido.

Encerrado en el despacho, me sirvo otro vaso de whisky. Es el tercero. Alguien toca a mi puerta, pero no respondo. La segunda vez, Rosalin habla con fuerza y sin hacer ningún ruido.

—Sé que probablemente estés enojado, solo quiero comunicarte que Antonia quiere irse mañana mismo. Por favor, necesitamos hablar.

Aprieto los ojos y me hundo en el sofá. Tienen que pasar varios minutos para lograr reunir un poco de energía y encaminarme hacia la puerta, que abro sin ninguna intención de ser colaborativo con esta chica.

Vuelvo al sofá y nada más sentarme me sirvo otro vaso.

Rosi se cruza de brazos y se queda de pie a un metro de mí.

—No pensé que fueras del tipo que ahoga sus penas en alcohol.

Tomo una bocanada de aire, pese a que mi alrededor se siente presurizado.

—Empieza a ofenderme que me crean algo que no sé si me gusta...

—Vamos, Emilio, no eres tan cerrado como nos quieres hacer creer, y ese Gastón no sabe resolver las cosas como la gente civilizada.

Niego con la cabeza.

—Ese Gastón es hijo de mi padre también, no debiste decirle que pienso vender La Generala.

Levanto la vista hacia ella.

—No me arrepiento de nada, intenté amenazarlo para que no le dijera a Anto sobre los videos. Pero veo que a ti eso no te importa... Brandon y su padre confiaron en ti para alejarla de la prensa, y ahora tu hermanito ha hecho esto y tú como si nada.

—No lo hará, te lo prometo.

Mientras espero a que continúe con más preguntas, observo los hielos derritiéndose dentro del líquido dorado. Huele ligeramente a vainilla y me gusta que sea menos amargo que otros que hay en la casa, porque con lo de hoy ya tuve suficientes espinas que tragarme.

—Si puedo ayudarte con algo, este es mi número.

Deja un papel sobre la mesita. Con esto sé que no intentará hablar más conmigo y no sé si agradecerle o es que soy más estúpido por ello.

—Gracias —digo finalmente.

Rosi se abraza más a sí misma y dice—: Antonia está preocupada por ustedes, me dijo que les ofrezca quedarse en su casa una temporada... Sobre todo si Lina necesita salir de aquí.

Me cubro la cara con las manos.

—Ojalá pudiera convencerla de irse —resoplo, conteniendo el llanto, la desesperación, todo a la vez—. Ojalá Lina me escuchara un poco.

Confesarlo me hace más consciente del problema todavía. Hace que se aclare el panorama completo, que todos mis esfuerzos se vean como una especie de manipulación.

Sirvo más whisky, con Rosi examinándome como si tuviera algo extraño en la cara.

—Cuando murió mi padre y se leyó el testamento, había un tercer beneficiario.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora