Emilio
Rosi viene a verme al despacho por tercera vez en la semana. Esto empieza a parecerme una rutina. Al principio creí que había entrado por accidente, pero resultó todo lo contrario. Pensé que Antonia tenía algo que ver y evité preguntar hasta que la misma Rosalin se confesó.
Ella sabe...
Lo sé por las palabras que usa para dirigirse a mi madre y a mí y las escogidas que utiliza en cuanto a Gastón. No sé si eso me molesta o me alivia, o igual me preocupa. Porque también creo que a estas alturas Antonia ya debe de saberlo.
Sé que Brandon jamás revelaría nada que tuviera que ver con mis problemas familiares, pero siento mucha vergüenza y de verdad no quisiera tener que enfrentarme a esas explicaciones que llevo evadiendo cinco años.
A veces pienso que hubiera sido mejor que Gastón y su madre lo heredaran todo.
Sí. Gastón. El hijo que mi padre tuvo fuera del matrimonio.
De todas maneras, más de uno aquí cree que todos mis intentos por recuperar la hacienda son vanos, que estoy dirigiéndome hacia un acantilado. He comenzado a creerlo también.
Cuando Rosi se sienta deja antes una carpeta encima de otros papeles que tengo ahí. Los veo por el rabillo del ojo porque no puedo evitar que me invadan chispas de humillación. También quisiera ser más humilde, como me sugieren amigos, profesores y colegas todo el tiempo.
Pero gran parte de esta carga es autoimpuesta... Tal vez porque Lina se ha recluido aquí y no estoy dispuesto a dejarla vagando en compañía de un fantasma que ni la quiso a ella ni quiso a esa otra mujer.
—Tienes muchas falencias en la parte contable, la hacienda no está tan mal como crees —dice Rosi.
Levanto brevemente la vista y sopeso la idea de echarle una ojeada a lo que ha visto en mis libros. Ayer me rogó para que la dejase mirar.
Hoy tiene un veredicto y se me enciende una llama de esperanza.
Que ella apaga de inmediato al decir—: Si renuncias a la siembra y compras insumos a otras bodegas probablemente te ahorres un buen capital.
—No quiero dejar de sembrar.
—Eso he visto, pero te están consumiendo los acreedores.
Echo la espalda en la silla, fatigado.
—Puedo inyectar capital siempre que falte.
—Y así hasta que tus regalías no sean suficientes y los campos insostenibles, ¿no?
Trago duro, no tengo palabras que valgan. Estoy conmovido por el consejo, pero atrapado entre estas paredes.
Ojalá fuera tan fácil.
—Gracias, Rosi, pero no me interesa vender.
Ella asiente.
—¿Es por tu padre?
Arrugo la nariz. Es una pregunta directa y me duele escucharla. Podría mentir y decir que es en memoria de él que sigo con este lugar en pie, pero ni siquiera tengo lo que se requiere para escabullirme de esa manera de una realidad que no escogí.
Quiero decir que no, que en realidad es por mí.
Temo irme de aquí a seguir con mi vida mientras mi madre se atormenta y Gastón la tortura.
—Está bien, solo piénsalo. Te puedo ayudar con la gestión antes de que volvamos a la capital.
Se levanta y recorre la silla un poco más de la cuenta.

ESTÁS LEYENDO
Todos tus secretos
DragosteUn fracaso se puede interpretar de dos formas. Una, que algo se está terminando. Dos, que algo está por comenzar. Para Antonia, que estaba rozando la desesperación por no saber qué hacer de su vida, huir de las cámaras es exactamente aceptar que fr...