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Emilio


Gastón está sentado en la silla detrás del escritorio cuando entro en el despacho. No está haciendo nada, salvo girar la silla en medio círculo y volver al punto original.

Recuerdo cuando era un bebé en brazos de su madre. Mi padre nunca lo cargó y nunca supe de ningún comportamiento que sugiriera más amor o respeto del que siente un padrino por su ahijado.

Era Lina la que se ponía nerviosa si estaba enfermo, y también fue quien se ocupó de su educación. Seguramente, por orden de mi padre.

Al fin y al cabo, él lo incluyó en su testamento y entonces me enteré de lo demás.

Evalina. La cantante.

Todavía no sé si estoy enojado con ella por eso, pero en parte reconozco lo mucho que habría preferido cambiar de circunstancias.

—Pensé que estarías en la empacadora —digo. Suelto un sobre que acaba de llegar, es posible que con más facturas de proveedores.

Él se pone de pie, saliendo de detrás del escritorio. Se guarda las manos en los bolsillos del pantalón como cuando intenta ocultar que ha cometido un error.

No es la primera vez que pasa.

Llevamos cinco años en este vaivén de verdades y mentiras, conviviendo como si mi papá y su mamá nos hubieran engendrado enemigos. Pero para mí es exactamente todo lo contrario.

—Quería ver a Antonia antes de que se fuera —dice—. Le quiero decir que no va a pasar nada con sus videos.

Asiento.

Gastón no se mueve y al cabo de algunos segundos noto que tiene la cara enrojecida.

—Yo ya hablé con ella —le aseguro.

—¿Anoche en la terraza?

Contengo el aire, seguro de que es una pregunta cuya respuesta él ya tiene. Empiezo a notar el estrés a causa de la noche anterior, que lo haya visto lo convierte en una losa pesada.

—Antonia sabe que no vas a mostrar nada.

—No voy a decir nada tampoco —dice, sus ojos clavados en los míos; son azules los suyos—. Pensaba que eras gay, de todos modos.

Me retraigo, no ofendido, sino lleno de sorpresa.

—Pues no.

—Ya vi —asiente—. Mira, es guapa, pero...

—Gastón, hay cosas que hacer en las bodegas, y no quiero que otra persona atienda a los clientes, por favor.

Escucho pasos de gente bajando las escaleras, el ruido pertinente. Entonces él se encamina y yo lo sigo.

Antonia le está dando un abrazo a mi madre y, cuando se gira, su primera mirada no es para mí. Enarca una ceja hacia mi hermano, los labios apretados en una línea tensa.

Rosalin saluda a Lina y viene derecho hacia mí. Luego todos salimos, Antonia la primera, sin mirarme ni hacerme ninguna pregunta. Pienso que será un momento muy incómodo, que el tramo hasta el aeropuerto es como de cuatro horas y yo tengo los nervios a flor de piel.

No sé si es una bendición o lo contrario, pero ella se sienta en el lugar del pasajero y deja a Rosi al frente, conmigo. Evito el espejo retrovisor, enciendo la camioneta y agradezco infinitamente por la cháchara que Rosi es capaz de soltar sin detenerse. 

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora