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Emilio


Al final de las escaleras, Gastón y Rosi se despiden con una sonrisa bobalicona. Disminuyo el paso en los últimos peldaños para tratar de escuchar un poco de lo que están diciéndose, pero me reprendo al segundo siguiente. Elevo la mano y me ajusto los lentes al puente de la nariz.

Ninguno de ellos se molesta con mi presencia, de manera que avanzo lejos del rellano lo más rápido que puedo.

Siento como si mis pasos crujieran en la moqueta del piso, pero gran parte de este nerviosismo es porque no quiero enfrentar a Gastón delante de las visitas una vez más.

Recordar la escena de las bodegas me avergüenza; intento arrojarla a un lugar oscuro de mí para acomodarme en la silla en la que llevo toda la tarde sentado, trabajando. Estoy abriendo la laptop cuando veo que Rosi entra en el comedor, las manos dentro de los bolsillos de su suéter.

Una línea apretada conforma sus labios mientras se acerca.

—Esta casa es enorme, ¿no preferirías trabajar a solas en un despacho? Apuesto a que lo tienes...

Su tono despreocupado, muy extrañamente, me relaja mucho. En otra ocasión y en otras circunstancias, hubiera estado encantado de no responder a eso, pero no tiene cara de querer molestar.

Es la asistente del padre de Brandon y también ha estado pasando mucho tiempo con Gastón, de alguna manera me siento responsable por cualquier aburrimiento que la aqueje.

—El despacho sigue siendo de mi padre —suelto—. Siéntate.

Le señalo una silla. Ella duda, pero acaba acomodándose. Sus ojos se pasean por los papeles que tengo desperdigados en la mesa. Dedos delicados sujetan uno y sus ojos se pasean por el encabezado.

—He escuchado que la hacienda tiene muchos problemas de liquidez —dice sin preámbulos— y estas notificaciones bancarias no son partituras ni mucho menos.

Deja la hoja en su lugar, mirándome.

—La verdad es que no tengo mucha experiencia haciendo esto. Era cosa de mi padre...

—Ah, tu papá. —Sonríe—. Este fin de semana, cambiando de tema, tengo que enviarle un pequeño informe al licenciado. Sobre Anto.

Enarco una ceja en su dirección.

—No creo que le vaya a gustar eso —digo, aunque no sé por qué lo sé.

—Es mi trabajo.

Sus ojos ahora me inspeccionan de una forma grosera.

A veces la gente hace eso con otras personas, cuando piensan que las conocen a través de un par de palabras. Casi cuando creen que ya te pueden regalar o bien el cielo o bien el infierno según tus acciones.

Empujo apenas la laptop para poder poner mis brazos encima de la mesa. Rosi no ha apartado la vista al volverla a mirar.

—Soy su amiga también, no me malinterpretes, pero su padre quiere saber que se está portando bien. Puede ser un poco complicada.

Debería de decirle que Antonia es todo menos complicada. No es una niña caprichosa en absoluto, como la han señalado los tabloides, pero podría jurar que su padre la ha sobreprotegido mucho, y que ella tiene su vida basada en ese tipo de validación. El pensamiento me hace tragar duro.

Quizá solo necesitaba tiempo y espacio.

Lina dice que requiere de muchas atenciones. Aún no puedo preguntárselo a Brandon directamente, pero tengo la duda de si alguien le ha dicho a Antonia que ella no es su madre. No tienen ni siquiera una tesitura de voz similar y según mi amigo es algo que su papá no tiene bien claro.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora