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Antonia


Rosi entra en mi habitación justo cuando doblo la última prenda. He sacado todo lo que había en el clóset, vacié cada cajón, recogí el escritorio y apilé cada una de las partituras que Lina me fue dando desde que me dio la primera clase hace casi tres meses.

—Me siento un poco culpable —dice tras sentarse en la cama, a un lado de mi maleta—. No me mires así.

—No te estoy mirando de ninguna manera.

Sí lo hice, pero fue involuntario. Aunque no voy a reconocer la razón. No creo que sea buena idea decírselo, porque no va a comprenderlo.

Solo quiero irme y tratar de seguir con mi vida, como si Emilio y su drama familiar no hubieran influido para nada en mí. En el fondo sé que me va a costar mucho, y eso si es medianamente posible.

—Emilio está sentado en el despacho, bebiendo, y su madre tratando de calmar los nervios con el té de las Doce Flores.

Se masajea las sienes con los dedos índices.

—Es un problema que ellos ya tenían cuando nosotras llegamos. No te sientas mal.

Bufa y empieza a ayudarme a guardar más ropa.

—Entiendo cómo se siente Emilio, es todo.

Sus padres estuvieron a punto de divorciarse una vez. Rosi siempre ha sido muy dedicada en todo lo que se propone, en la universidad no era diferente. Cuando sus padres tuvieron ese lapso, ella bajó el rendimiento. Recuerdo que estaba tratando de buscar la manera de ayudarles.

Me acomodo a un lado de ella y cruzo mi brazo por encima de sus hombros.

—Supongo que no podemos resolver los problemas de nuestros padres —digo—. De verdad no pensé que Emilio pudiera tener todo eso encima.

—Nunca pensamos que la gente en general tenga sus propios problemas —me mira con escepticismo.

Intento no adjudicarme esas palabras, pero fracaso con violencia. Estamos muy juntas y el abismo por ello se siente kilométrico. Quiero arrancarme la lengua o convertirme en un avestruz.

Lo que sea para reparar lo que dije.

—¿Mi papá tiene problemas?

—Si a una novia le podemos llamar un problema, entonces sí.

Se muerde un labio.

—¿Mi papá tiene novia?

Me trago el nudo que se me forma detrás de la lengua. No quiero que se me rompa la voz, es lo que menos necesito.

—Hace un tiempo —dice Rosi, las mejillas sonrosadas—. No te lo dicen porque no saben cómo te lo vas a tomar.

—Qué poca fe tiene en mí.

—No es eso, están preocupados. —Se recuesta en el colchón, los ojos cerrados—. Pero ya te ves mejor.

—Me siento mejor, pero ¿quién es?

—Su socia.

—Ah.

—Por favor, no le digas que te lo conté.

—Pudo haber confiado en mí —digo, dolida—. Aún puede hacerse a la idea de que ya no soy una niña y hay cosas que puedo digerir.

Rosi no dice nada durante un buen rato, mientras termino de cerrar la maleta y preparo la ropa que vestiré para irnos. Me deja sola después de responder a una llamada de mi hermano, que dice no haber podido localizar a Emilio. Rosi le explica que no es un buen momento y entonces sale de la habitación.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora