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Antonia


El salón del piano está vacío, las ventanas se encuentran abiertas y las partituras de Lina ya están acomodadas en el atril. Ayer no quise tener una clase más con Emilio, así que le pedí a Rosi que mintiera por mí; se negó al principio, pero no tuvo de otra que admitir que Emilio puede ser bastante insoportable.

A Lina le conté por la tarde lo difícil que me había parecido interpretar De mí enamórate, y a ella le temblaron los labios en una sonrisa.

Ahora la partitura tiene ese título, breves anotaciones con la letra pulcra y estilizada que ya reconozco de ella. Suspiro al encontrarme con su típica taza de té y el bolígrafo que suele llevar consigo. Dejo mi botella de agua sobre el piano, consciente de cada uno de los muebles alrededor.

Hoy no tengo ánimos de cantar tampoco, el karaoke me drenó todas las energías mentales que poseo. Emilio debe de haber tenido un cometido especial al pararse a cantar conmigo...

Cierro los ojos y me vuelvo con violencia, como si la luz que entra por la ventana fuera el recuerdo directo de cómo se siente su tacto. Tiene los dedos largos y un poco ásperos, con las callosidades en las yemas de quien toca con frecuencia una guitarra.

En mis clases siempre es con el piano, nunca recurre a las cuerdas para tratar de ayudarme.

Si le puedo llamar a eso ayuda.

Repaso la estantería de libros para no darles lugar a esos pensamientos. Ya llevo dos noches con ello en la cabeza, no quiero continuar, no quiero obsesionarme al imaginar que soy la tonta más deseosa de atención en el mundo.

Paso un dedo por los lomos de los libros hasta que alguien cierra la puerta y pasos de tacones pisan el suelo de madera. Lina se sienta con gracilidad en el banco frente al piano, esta vez lleva pantalones de lino y una blusa sencilla y blanca. Está usando lentes, cosa que no hace muy seguido.

Por lo demás tiene el mismo aspecto.

—Ayer no tuviste práctica con Emilio. ¿Por qué? —dice.

Me gustaría no tener que explicar la ridiculez que me tiene tan nerviosa, pero siento que le debo una respuesta.

Me tiemblan los dedos y apoyo las manos en la superficie dura y lustrada del piano.

—No quería verlo. Lina, tu hijo es demasiado para mí, a veces.

Pienso que va a decir lo débil que soy, que pensará cuán incorrecto es querer dedicarme a esto si se me doblan las rodillas cada vez que un profesional en la materia me critica o... se me acerca así.

Pero Lina sacude la cabeza, mientras levanta la tapa del teclado.

—A veces para mí es todos los días —limpia las teclas con un pañuelo y sin levantar la vista, agrega—: Emilio sabe lo que hace, pero no te culpo por querer descansar de su presencia.

—Lo lamento.

Sus ojos me buscan ahora sí.

—¿Por qué?

Encojo los hombros y digo—: No quiero complicar las cosas entre ustedes, sé que me están haciendo un favor.

Lina niega con la cabeza.

—Las cosas entre Emilio y yo ya son complicadas, no tienes que culparte por nada de eso. —Suspira—. Sé cómo nos vemos delante de la gente cuando se supone que tendríamos que ser unidos como una madre y un hijo... pero también tengo que admitir que lo único que sacó de mí es el gusto por la música y sus pocas ganas de socializar.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora