Antonia
Quiero dejar de mirar a Emilio. Quiero pensar en otra cosa que no sea en él con su olor a madera tan perceptible y ese mechón de pelo que se le ha salido del peinado. También quiero apartar la imagen de él sonriéndome por cualquier cosa.
No es justo que su sonrisa sea linda.
Un gritito de Rosi me saca del trance en el que había entrado. Dos chicos estaban con el micrófono, divertidos con una canción muy famosa, regional. Me siento desubicada y como si debajo de mí hubiera arenas movedizas.
Quizá sea el alcohol.
Busco mi copa y me doy cuenta de que los hielos se han derretido. Me vuelvo en mi asiento para ver si logro captar la atención de la mesera. Ella está atendiendo otras mesas, pero de pronto mira hacia acá y se dispara en esta dirección.
Si pudiera decir algo, pediría que Emilio no vuelva a acortar tanto la distancia entre nosotros. Me doy cuenta de que quisiera que hubiera venido vestido con la ropa que usa a diario, o incluso con la ropa que usó para ir a visitar a mi hermano.
Mientras estaba en la universidad coincidíamos poco, pero Brandon lo mencionaba todo el tiempo y su madre era una constante en mi vida. Aun así, no me habría atrevido jamás a decir que es un hombre atractivo o que desprende eso que estoy segura que viene de él en este preciso instante.
Voy a empezar a temblar si me vuelve a mandar a usar el micrófono, pero en el bar ya hay suficientes personas como para tener que esperar durante algunos minutos más.
Pido la bebida a la mesera, que no había visto y cuando tengo la copa de nuevo llena frente a mí no me amilano esta vez y le doy un trago enorme, que me hiela la frente y me endurece los poros de la nariz.
Mi siguiente turno llega y no quiero cruzar una sola palabra más con él. Me impulso para no dejar que Rosi me imponga un tema que me sea tan desconocido. Nunca pensé que me sentiría tan cómoda en el silencio que me ofrece Lina cuando practica conmigo.
Su hijo no me había turbado para nada, pero ahora siento náuseas al imaginarme desafinando o leer una cosa diferente en la pantalla. Deslizo con brusquedad el dedo para buscar algo que me ayude a despejar la mente, que me aparte esta niebla de temor que siento de pronto.
Aprieto el micrófono en cuanto intercepto una canción que he escuchado desde los seis años sin cansarme. Es Juan Gabriel, así que me aclaro la garganta, como si en verdad fuera necesario.
Me regaño a mí misma al notarme apretando los dientes. Es increíble que las críticas aún sigan reproduciéndose en mi mente, como si ayer mismo me las hubieran dado. No es que no me las mereciera, es que siempre eran en función del talento que heredé de mi mamá. Alguien a quien recuerdo solo en las fechas en las que se siente su ausencia.
De cierto modo, su recuerdo vuelve sólo para hacerme daño.
No sé si les va a gustar, pero ataco las primeras notas de Abrázame muy fuerte, intentando que no me afecte la letra. Los sonidos a mi alrededor comienzan a alejarse. Mi garganta escuece un poco. Relajo los hombros como si quisiera dejarme caer, lo que me devuelve un poco de tranquilidad.
Siento miradas clavadas en mi espalda. Rosi ya no está gritándome para dar ánimos y cuando la música ambiental de la canción aumenta me tomo ese espacio para mirar por el rabillo del ojo. Emilio está completamente recargado en su silla.
No sé por qué me está importando tanto. No sé por qué al llegar esa explosión en el tema me recorre una ráfaga de electricidad.
Jamás me habrían permitido cantar nada con lo que me sintiera cómoda en ese programa de televisión. Juraría que saboteaban algunas de mis presentaciones.
No soy la persona más experta del mundo, pero siempre reconocí el eco en las ecualizaciones, mis agudos altísimos que hacían de mi voz un compendio de chillidos siempre que tuviera que elevarme.
Ahora la melodía es mía y me siento libre y no me interesa si lo he hecho perfecto. Pero sigo sintiéndome en una armadura oxidada cuando se termina. Escucho aplausos a mis espaldas, un pequeño batiburrillo, como si varias sillas a la vez se hubieran recorrido.
Una pareja se aproxima a los parlantes. Le entrego a la chica el micrófono y trato de volver a mi lugar, la vista en el suelo. Tarde me fijo en que estoy frotándome las manos en el pantalón. He estado sudando como hacía mucho no me pasaba.
—¡Es que sí da miedo! —grita Rosi.
Como no sé a qué se refiere me concentro en mi bebida. Esta vez no quiero saber la opinión de Emilio, quiero que siga hablando con Rosalin, que se concentre en sus problemas y no en si lo he hecho bien, si está invirtiendo bien su tiempo o si soy una pérdida total de él.
—Era una canción difícil —le escucho decir, pero no lo miro.
Rosi está tecleando en su teléfono cuando la busco. Poso mis ojos en ella, parpadeando.
—Ya, ya se lo envío.
No sé de qué hablan, pero me remuevo en mi asiento para llamar su atención. Emilio no está sonriendo en este momento. La canción de la pareja se ve más interesante que cualquier cosa que le haya parecido lo que hice.
No sé tampoco si se lo tomará como un desafío.
No sé qué esperaba que dijera.
—Es una canción difícil —repite esta vez hacia mí.
—No me di cuenta —miento y trago saliva.
Un leve asentimiento por su parte. Le da un sorbo al vasito de mezcal. Se nota que lo está disfrutando y que sabe bebérselo, porque sus tragos son cautelosos. Tiene las mejillas enrojecidas a estas alturas.
Supongo que el alcohol sí le está haciendo efecto.
Lo compruebo al verlo erguirse. La canción de la pareja se ha terminado y la gente se está riendo. Alguien aplaude y otros abuchean, aunque no de una forma despectiva. Es más la felicidad que la queja.
Emilio está de pie a mi lado y me hace una seña para que lo siga. Pienso si debería hacerlo o si prefiero quedarme aquí. Preferiría no correr ningún riesgo al ridículo otra vez. No quiero que mis esfuerzos por superar lo que sea que estoy superando se vean mermados.
Pero al final no tengo opción.
Él no se limita a esperarme, sino que avanza, derecho y alto, el perfil ligeramente sombreado por las luces del lugar. Sus dedos están deslizándose por la pantalla del karaoke, mientras detrás de nosotros Rosi tiene el teléfono celular en alto.
Me grabó. Lo grabó todo y no sé si eso me hace sentir aterrada o aliviada.
Tengo la mente en blanco cuando Emilio me extiende el micrófono. También ha sujetado uno y ha comenzado a sonar un tema que he escuchado en alguna parte.
Un dueto.
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Todos tus secretos
RomanceUn fracaso se puede interpretar de dos formas. Una, que algo se está terminando. Dos, que algo está por comenzar. Para Antonia, que estaba rozando la desesperación por no saber qué hacer de su vida, huir de las cámaras es exactamente aceptar que fr...