Emilio
A veces pienso en los últimos meses de vida de mi padre, y recuerdo algunas cosas que decía. Como que debería escoger mejor mis batallas. Solía contarle los problemas del estudio para el que empecé trabajando, y en su cabeza mis problemas no eran tan importantes.
Nunca fuimos personas expresivas o demostrativas, pero sé que me amaba. Y sé que amaba a Gastón aun cuando tomó tantas malas decisiones en cuanto a él.
Pregunto a un par de chicas del servicio dónde está Lina. Cualquier otro día me habría tomado por sorpresa encontrarla en el salón del piano. Antes de que Antonia viniera, ella no entraba allí nunca. A mi padre le encantaba escucharla.
Pasaban mucho tiempo juntos cuando ella estaba en la casa. Incluso mientras la madre de Gastón trabajaba aquí.
Pero, bueno, yo no sabía que esa mujer que me consoló tantas veces, a la que hoy en día trato de no recordar, llevaba a cuestas dos secretos tan grandes como un hijo.
Dudo antes de poder adentrarme. Está tocando una de sus canciones, susurrándola para sí misma. Logro distinguirla porque lo haría aún si otras cien personas estuvieran cantando al mismo tiempo. Distinguiría la voz de Lina en la mitad de un concierto, con vendas en los ojos.
—Tú lo sabías —digo de golpe.
Hasta hace unos segundos, no sabía que estuviera tan enojado con ella. Pero lo estoy. Porque mi vida es mitad ruina y mitad estructura y apenas distingo la una de la otra.
Y Lina siempre supo.
Pero se calló.
El piano deja de sonar de inmediato y Lina se envara. Lleva el pelo suelto hasta media espalda, así que no distingo nada de los músculos que rodean su cuello y algo me impide moverme. Creo que si veo su rostro de frente esa estructura que me mantiene será escombros.
—Pensé que sabías tocar —murmura.
Pese a la insolencia, no me acerco. No sé qué emana su cuerpo y por primera vez en mi vida temo de mi madre. Temo ver algo en ella que marque un antes y un después en el amor que siento, el agradecimiento, mi vida.
Parte de mí es de ella. La formó, la moldeó.
—Tú sabías que Gastón era hijo de mi papá, siempre lo supiste —doy dos únicas zancadas al interior. Ella baja la tapa del piano con tanta lentitud, que parece estar hecho de cristal.
Tarda, pero se vuelve lentamente en el taburete del piano. Me duele el corazón cuando noto que se le rasaron los ojos. Es una mujer culta, inteligente; la he visto cantar frente a cientos de personas, sin inmutarse, con la pasión de quien agradece un don y lo aprovecha. Es versátil y una mujer polifacética.
Con todo, lo que veo es vulnerabilidad. Y apenas puedo aguantar la mirada sobre la suya, pues yo no tengo la fuerza ni el valor requeridos para sostener a esta familia —lo que queda de ella— ni un minuto más.
—Cierra la puerta, Emilio.
La obedezco. Ese acto simple me alivia, me hace sentir que nunca dejará de ser ella, que finalmente no dejaré de quererla.
Me sobrepasan las emociones cuando la enfrento.
—Gastón le está enviando dinero a esa mujer —escupo—. Quiero que le digas la verdad, porque yo no voy a darle un peso más... Y tú tampoco, mamá.

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Todos tus secretos
RomanceUn fracaso se puede interpretar de dos formas. Una, que algo se está terminando. Dos, que algo está por comenzar. Para Antonia, que estaba rozando la desesperación por no saber qué hacer de su vida, huir de las cámaras es exactamente aceptar que fr...