033. ¿Qué verdad?

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¡Esos hijos de la chingada! —gritó Alexandra en español, con una mezcla de rabia y frustración, su voz resonando en medio del bullicio del paddock. Charles se quedó paralizado por un momento, sus ojos abiertos de par en par ante el vocabulario de su amiga. Nunca la había escuchado hablar así.

—¿Qué? Las mujeres también decimos palabrotas —le soltó Alexandra, alzando una ceja, desafiante.

—Pero... yo no dije nada —respondió Charles, tratando de disimular una sonrisa que amenazaba con asomar.

Alexandra le devolvió el celular con un gesto brusco, y Charles bajó la mirada al mensaje que le había enseñado: unas palabras de Frederic que parecían haber sido cuidadosamente diseñadas para lastimarlo. Su amiga, sin embargo, no compartía el autocontrol diplomático que él se esforzaba por mantener.

—¿Quién se cree esa... esa ballena sin corazón? ¿Acaso su esposa no le da cariño? —continuó Alexandra, sin filtro alguno.

Charles apretó los labios, conteniendo una risa. Sabía que no debía reírse, pero tampoco podía evitarlo. Alexandra, con su explosividad y su energía desbordante, tenía esa habilidad única para hacer que, aunque fuera por unos instantes, olvidara el sabor amargo que le había dejado el mensaje.

—¿Y tú? ¿No vas a decir nada? —La voz de Alexandra lo trajo de vuelta a la realidad. Lo miraba con los brazos cruzados y una expresión de franca incredulidad.

Charles suspiró, bajando la cabeza. —¿Qué quieres que diga? ¿Acaso puedo decir algo? —Su voz era apenas un murmullo, pero en el fondo sabía que deseaba poder responder, gritarle al mundo todo lo que llevaba dentro. Pero no podía. Estaba tan cerca de alcanzar su mayor sueño, y sentía que un paso en falso lo podría arruinar todo.

Alexandra bufó, exasperada. —¡Algo, por el amor de Dios! —replicó. Había una nota de dolor en su voz, porque odiaba verlo así, tan sumiso, tan dispuesto a soportar lo que fuera sin defenderse. Sabía cuánto deseaba Charles estar con el español, y precisamente por eso no entendía por qué estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente ante las amenzas de Alfa Romeo.

Por un momento, se quedó mirándolo en silencio, observando su perfil serio y tenso. Entonces, suavizó su tono. —Charles, si sigues callando cada vez que te pisan, no vas a poder volver con él. Y sé que tienes miedo de perderlo todo, pero... ¿realmente quieres llegar así? ¿No quieres ser feliz? ¿No quieres luchar por quién amas?

Charles levantó la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de gratitud y tristeza. Las palabras de Alexandra lo golpeaban, porque sabía que había verdad en ellas, pero también porque le recordaban cuánto le costaba enfrentarse a aquellos que, en teoría, estaban allí para apoyarlo.

—¡Mira, Charles, ahí viene Checo! —señaló Alexandra con entusiasmo, como si acabara de descubrir una oportunidad única.

Charles la miró, confundido. —¿Y qué con eso? —dijo, intentando entender qué pretendía. Hace apenas un momento ella lo abrazaba para calmarlo, y ahora señalaba al mexicano como si fuera la solución a todos sus problemas. No entendía nada.

Alexandra se llevó la mano a las sienes y suspiró dramáticamente. —Carajo, este europeo... —dijo en tono resignado, antes de mirarlo con una mezcla de paciencia y picardía—. Puedes intentar hablar con él. Que él hable con Carlos por ti.

Sin darle tiempo a replicar, Alexandra levantó la mano y comenzó a agitarla enérgicamente, llamando la atención de Checo, quien, por suerte, caminaba solo por el paddock. Al ver que la novia de Charles lo llamaba, Sergio se acercó, aunque con cierta cautela.

—¿Sí? —preguntó, mirando de reojo a ambos, claramente intrigado.

—Charles tiene algo que decirte —anunció Alexandra, empujándolo un poco hacia adelante.

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⏰ Última actualización: 19 hours ago ⏰

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