Capitulo 70

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                                                                                 Abril.

Estoy en la sala de Rectory Rose, en este cómodo sofá, con tanta frustración y  molesta, como pude ser tan idiota, me duele la cabeza, tengo tanto miedo no se que hará este hombre ahora que sabe lo que planeaba, lo único de lo que tengo certeza es que no me quedare más a su lado.

No como estamos ahora, si lo se... mi matrimonio, la prensa, todo el mundo, hasta los de su mundo criminal los mafiosos saben del matrimonio. Me quemare en el infierno por lo que pienso hacer, es una locura.

Pero algo dentro de mi me dice que esta bien lo que hago, que esta bien alejarme de él, no estaba siendo yo La Abril Anderson de siempre, algo dentro de mi me dice, que estoy empezando a tomar el rumbo de mi propia vida, mi destino.

Atlas entra a la sala, se cambio de ropa a una más casual, de negro como de costumbre

—Cenaremos temprano, tengo cosas que hacer.

—Yo no tengo hambre.

—Cenaremos juntos.

—No quiero ni verte

Se acerca a mi, con un cara de pocos amigos, si lo sé, lo estoy sacando de quicio con mis actitudes, pero no quiero estar cerca de él. —Dije que cenaremos Abril.

—Y yo dije que no tengo hambre. —suspiro, pero mantengo la mirada en él. —Y no quiero ni verte.

—!Que diablos te pasa! Dime, ¿ahora me harás caprichos de niña pequeña?

—Piensa lo que quieras, me tiene sin importancia. —me pongo de pie, dispuesta a salir de su presencia.

Pero soy sujetada con fuerza y arrojada al sofá.

—¡Bestia!

—!No he terminado de hablar contigo¡

—!No me interesa¡ —de nuevo lo intento, me pongo de pie y sigo mi camino.

—¿En serio no te importa la vida de tu hermano? —su voz retumba en la habitación, cargada de frustración.

Me detengo en seco, el corazón se me acelera. Siempre es lo mismo: usa a los que más amo como herramientas para frenar mis decisiones.

—Mi hermano me importa y mucho, lo sabes —respondo, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se entrelazan en mi pecho.

Siento que se acerca a mí, su aliento cálido me envuelve mientras coloca sus brazos alrededor de mi cintura, me siento prisionera.

—Entonces, sé buena conmigo —susurra, casi como un ruego.

—Dijiste que me amabas, que nunca me lastimarías —mi voz tiembla, y no sé si es por el dolor o la rabia.

—Mi amor...

—¡No me llames así! —me vuelvo bruscamente, mirándolo a los ojos. La indignación me quema por dentro—. No uses esa palabra para referirte a mí.

—Eres mi amor... —sus ojos, una mezcla de desesperación y deseo, intentan atraparme.

—No lo soy. Si realmente lo fuera, no me harías esto —las lágrimas amenazan con brotar, pero me esfuerzo por mantenerme firme.

—Hacerte qué, ¿darte una vida de reina? Eso hice —su tono se vuelve defensivo.

—No hablo de lo material.

—No puedes quejarte de mis sentimientos —me interrumpe, la frustración surgiendo—. He sido un esclavo a merced de tus deseos. Ninguna mujer en la tierra podría quejarse del amor tan puro que te ofrecí, pero tú...

Por siempre inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora