Decirlo en voz alta frente a alguien más fue más complicado de lo que había pensado.
Su garganta arde tan fuerte que cree que quedará sin voz durante días, y al parecer serán muchos días, porque aquel dolor se prolonga cada segundo mientras hay silencio en la sala. No es de sorprenderse que Dalí no sepa que decir, pero es aquel silencio que lo incomoda. Al mismo tiempo tiene miedo y vergüenza como para girarse y verlo a los ojos. Los mismos ojos que dicen más que mil palabras. Por suerte Dalí rompe el silencio.
—¿Qué? —hace una pausa— ¿Cómo que van a embargar la casa?
Escucha unos pasos, por lo que se vuelve a ellos y se encuentra con los ojos de Dalí. Ojos asustados y preocupados.
Dalí está preocupado por él, y de alguna manera eso hace que su corazón se sienta pequeño.
Ahora está completamente expuesto ante Dalí, y eso lo hace sentirse débil, tanto así que quiere que lo abrace.
—Pues, sí, van a embargar la casa —ríe, para evitar llorar.
La risa es su manera de llevar las cosas. La risa es la máscara de su llanto.
—Es que no lo entiendo. ¿No es esta tu casa?
—En teoría la casa sigue siendo de mi mamá.
—¿Me puedes explicar mejor las cosas?
Dalí se sienta en el sillón del frene, uno más pequeño, uno individual.
La presencia del chico hace que se sienta nervioso. Nunca había visto a Dalí de esa forma, preocupado, serio, lo que le parece interesante y ensordecedor. Él siempre está sonriente y siendo infantil, y verlo de aquella forma despierta algo mucho más allá de lo que logra entender.
—Claro —se levanta y va por la carta y se la da a Dalí—. Esta carta me llegó unos días antes de que nos conociéramos.
Dalí la toma entre sus manos y su rostro se arruga. No lo comprende, y sabe que tiene que explicarlo más a profundidad, así que se sienta de nuevo en el sillón de al frente y toma una respiración lo suficientemente honda como para poder continuar.
—La casa está a nombre de mi mamá, sí, pero tiene una deuda bastante grande, como te puedes dar cuenta. Y si no pagamos esa deuda, nos embargan.
—¿Por qué aceptaron una casa de esta cantidad si no podían pagarla?
—¿Recuerdas que te conté que mi padre nos la regaló?
—Sí, claro. Fue para no dejarlos a la deriva cuando se divorciaron tu mamá y tu papá.
—Sí —ríe con rabia—. Bueno, resulta que mi papá no es el mejor hombre de todos. Cuando era niño mi padre solía decirme que se había enamorado de mi madre porque era muy brillante de joven, que tenía unas vibras muy buenas, y porque era una chica muy inocente que sentía la necesidad de protegerla del mundo. Mentira.
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Sentirse azul
Teen FictionLa vida suele ser complicada para todos, y Aciano y Dalí de 20 años no son la excepción. Aciano no puede estudiar la carrera de sus sueños porque trabaja sin descanso alguno para pagar la enorme deuda de su casa, y así proteger lo único que le da s...