38. La culpa es la peor de las cargas

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No puede quitarse de la cabeza la imagen de Dalí

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No puede quitarse de la cabeza la imagen de Dalí.

Cuando aceptó ayudar a Jeanette a que Dalí entrara en razón pensó que sería una conversación de lo más tranquila, no que fingirían un accidente para hacer que su hijo faltase a la prueba.

—Jeanette, no me parece bien todo esto —le dijo a su esposa.

—¿Y entonces qué es lo que te parece bien? ¿Dejar que Dalí presente esa maldita prueba y estudie música?

—No digo eso, pero quizá una conversación sería lo más conveniente.

—La prueba es hoy, Raimundo. Si Dalí aprueba no habrá nada en este mundo que lo haga cambiar de opinión, y tú lo sabes.

Es cierto, él lo sabía, después de todo Dalí era su hijo.

Dalí era un chico decidido y apasionado. Recuerda la primera vez que lo escuchó cantar frente a la televisión, se le veía de lo más emocionado, y le encantó ver el brillo que había en sus ojos cuando le compraron por primera vez una guitarra acústica para niños. Juró que para esas cosas es que trabaja tanto, para ver feliz a su familia. Cuando Dalí dijo que quería ser músico pensó que era simplemente cosas de niños, porque todos a su edad queremos ser artistas y soñamos con las mejores cosas del mundo. Pensó que esos pensamientos abandonarían la cabeza del niño mientras creciera, pero fue todo lo contrario, y era algo que no entendía, y era algo que molestaba mucho a su esposa.

—Acuéstate, voy a llamar a Dalí —dijo Jeanette.

La peor parte fue cuando vio a Dalí entrar a la casa.

Se le rompió el corazón cuando vio la preocupación de Dalí en sus ojos. Realmente estaba desesperado. Y pensar que eso es gracias a una de sus mentiras. Desde entonces no fue capaz de mirarle a la cara, no tenía la dignidad para hacerlo, mucho menos después de escuchar la voz de Dalí mientras gritaba. Realmente estaba herido. Le habían roto sus sueños, y en ese momento se imaginó a Dalí de niño emocionado por la música. Se imaginó el rostro de ese niño si le estuvieran haciendo lo que le hicieron a Dalí ese día, y eso le rompió el alma.

Ahora Dalí se fue de casa y está con su esposa.

—¿Puedes votar todo eso? —le pregunta ella.

Mira los papeles que ella coloca en la mesa; son todos los papeles que Michael les había entregado hace días.

Jeanette ni siquiera esperó una respuesta y se fue a su habitación, destruida, y se pregunta si realmente tienen derecho de sentirse así.

Se levanta del sillón y toma los papeles, pero encima de ellos están los trozos de papel que antes eran la carta del productor musical que había contactado con Dalí. No la recuerda de un todo. No le dio chance de leerla por completo, pero quería hacerlo, realmente quería hacerlo.

Por mero instinto mira a los lados para asegurarse que su esposa no se encuentre cerca, y cuando lo hace, busca cinta adhesiva y se sienta en la mesa de la cocina a pegar trozo por trozo. Le lleva mucho tiempo, pues tiene que adivinar cuales trozos encajan con otros, y tiene miedo de que Jeanette baje y lo vea, pero por suerte eso no sucede y finalmente tiene la carta reconstruida.

Toma la carta con mucho cuidado, como si fuera un bebé, y la lee.

Sus ojos repasan una y otra vez cada palabra.

No puede creerlo. Realmente una disquera se había interesado por la música de su hijo, y eso le da tantas ganas de llorar por el coraje que ahora nace en su pecho.

Dalí siempre tuvo razón, desde que era un niño la tuvo. Siempre había dicho que sería un músico exitoso y que nunca se rendiría. Siempre vio a su hijo tocar la guitarra infinidades de veces, viendo tutoriales por internet. También recuerda que lo mismo sucedía con el canto, y cada que aprendía algo nuevo iba corriendo hasta ellos para mostrarles. Él no sabía que decirle. Nunca sabía que decirle porque no lograba entender del todo la música, así que sólo mostraba una sonrisa. Y vaya que duele ver como tus hijos crecen y logran todas las cosas que prometieron, y que uno jamás tuvo la fe en ellos.

Pero ahí está su hijo, ha logrado llamar la atención de una disquera, y él y su esposa se encargaron de arrebatarle el sueño de toda su vida.

Siempre supo que todas las estrategias de Jeanette no eran las adecuadas, y es cierto que no entendía el amor por la música de Dalí ni mucho menos una carrera como esa, pero eso no justifica todo lo que hicieron. Y sabía que una conversación bastaba, y no una para hacer cambiar de opinión a Dalí, sino una para que Dalí tomara la riendas de su vida, y como padres, ellos tenían que aceptarlo, pero no hizo nada y se dejó llevar por la voz de su esposa.

—Lo siento tanto —llora en silencio, saboreando la miseria—. Realmente lo siento tanto.

Pero llorar ahora no vale nada.

Cuando realmente tenía que estar para Dalí no lo estuvo, y ahora no sirve de nada llorar y lamentarse.

Cuando realmente tenía que estar para Dalí no lo estuvo, y ahora no sirve de nada llorar y lamentarse

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Sentirse azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora