El vidrio de la ventana estaba rasguñado. Jamás lo había estado. Durante sus 20 años ese vidrio había permanecido intacto, y le parece curioso que no haya sido él el causante de esos rayones, sino de que era producto de aquel animal que un día se encontró en la calle.
Está sentado en una pequeña butaca frente a la ventana, observando los rayones, pensando en si hay alguna solución para ello. No quería tener problemas con su madre si se llegase a enterar de eso. Su madre. Una mujer tan exigente. Apuesta a que si su madre se lo propone, su padre la apoyaría y ambos se irían en su contra, como lo hacían siempre. Seguro lo obligarían a hacer lo que sea para reparar el vidrio. El estúpido vidrio.
Se levanta de la butaca y la deja a un lado de la habitación, en una esquina. Pareciese que la lanzó sin más, sin preocuparse por el desorden, pero, de hecho, estando allí arrinconada daba cierto aspecto al cuarto, junto los demás discos de vinilo colgados en las paredes y los póster.
Deja el cuarto atrás. Ya es tarde, así que sus padres seguro no están en casa, lo que para muchos podría sonar cruel, pero le resultaba encantador que ellos no estuvieran cerca. De esa forma puede tocar la guitarra cuan alto le diese la gana, y nadie lo interrumpía, ni siquiera los vecinos. De hecho, sus padres se preocupan más por la comodidad de los vecinos que ellos mismos. Sus padres deberían relajarse por un momento, tomarse una o dos botellas de vino, y dejar que cada quien viviera su vida como le daba la gana. Cómo le gustaría vivir su vida como le diese la gana. Se sirve un vaso de jugo de naranja, el cual no era su favorito, pero era el que su madre había hecho por toda la semana. Deja el jugo en la mesa cuando ve al gato negro con rayas manchas de diferentes colores entrar por la ventana de la cocina.
—¡Burbujas! —lo llama— ¿Cómo has estado? Oye, tus arañazos no se quitan de la ventana, ¿sabes? Si mi mamá se llegara a enterar.
Burbujas comenzó a maullar, caminando por el suelo. Lo estaba saludando.
—¿Tienes hambre? —pregunta a Burbujas. Saca comida que guardaba en el horno, y de los gabinetes, muy en el fondo de los gabinetes, saco un plato para gatos— Finalmente te lo compré, pero tengo que esconderlo para que mamá no lo vea. Ten. Eso. Come.
Sonríe, lleno de paz. En su vida se imaginó sentirse así por alguien, mucho menos por un animal, pero Burbujas tenía algo que él jamás había experimentado. No le dio mucha importancia. Sólo se dejó llevar. ¿Acaso eso era lo que sentían los padres cuando tienen a sus hijos en sus brazos por primera vez? ¿Cuándo ven a sus hijos felices? Esa calidez que recorre su pecho al verlos seguros con una sonrisa en el rostro ¿es así cómo se sintieron sus padres cuando nació? ¿Se habrán sentido así de felices y en armonía consigo mismos? ¿Fue ese mismo sentimiento que se fue perdiendo a través de los años cuando fue creciendo y fue adquiriendo gustos que a ellos no les gustaba? Cómo su forma de vestir, su cabello pintado de naranja, o la música. La música más que todo. La música. Un flechazo cruzó su corazón.
ESTÁS LEYENDO
Sentirse azul
Roman pour AdolescentsLa vida suele ser complicada para todos, y Aciano y Dalí de 20 años no son la excepción. Aciano no puede estudiar la carrera de sus sueños porque trabaja sin descanso alguno para pagar la enorme deuda de su casa, y así proteger lo único que le da s...