7. Epifanía

4 1 0
                                    

Cuando llega a su casa no se preocupa por otra cosa que no sean sus ventanas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando llega a su casa no se preocupa por otra cosa que no sean sus ventanas. Sí, es cierto que Sky está de vuelta con él, pero como todos los días, tendrá que ir al curso, a trabajar, a ir de compras, y las demás cosas que puedan venir en consecuencia a esas. Por ende, Sky quedará sola en casa, saldrá por las ventanas, e irá una vez más con Dalí. No sabe si ese chico es una mala persona, pero no quiere arriesgarse. Ya antes tenía la intención de adoptar a Sky. Antes de saber que ya tenía dueño.

Deja a Sky en el suelo de la sala con una mano, mientras que con la otra, lleva dos bolsas: en una contenía una maya de color verde, y en la otra, clavos. ¿Está siendo extremista? Posiblemente, y es cuando de alguna forma entendía a cómo se sentían las madres con la sobreprotección de sus hijos.

Primero empieza por la ventana que Sky usa siempre. Mide el tamaño de la maya, luego la recorta con una tijera, y después, usa cuatro clavos para pegarla al ras del vidrio, con mucho cuidado de no romperlo. Se asegura de que sea lo suficientemente resistente golpeando un poco, y efectivamente, lo es. Ya está lista la primera, faltan las demás, y no se detiene hasta asegurarse de que todas y cada una de ellas estuvieran cubiertas por la maya.

Cuando empezó apenas casi eran la 1:00 pm. Ahora son las 6:00 pm, y el sol ya ha comenzado a ocultarse, destellando líneas naranjas por el pliegue azul claro intenso. Ya el día comienza a perder fuerzas. Tiene sueño. Pronto es hora de ir a dormir.

—Ya está —dice sentado en el sofá—. Ya hemos terminado.

Sky sale por el comedor de la cocina, mirándolo, extrañada y confundida.

—Me habías asustado mucho, ¿lo sabes? No lo vuelvas a hacer de nuevo.

La llama con gestos de manos, y ella se acerca, con lentitud y elegancia. Él la toma entre sus manos y la coloca en sus piernas.

—¿Me puedes decir por qué te ibas tanto? ¿Qué era lo que hacías allá que tanto te gustaba ir? —le acaricia la panza— Bueno, no importa. Ya estamos bien.

(.)

A las 10:00 pm está en su cama, después de haber cenado junto a Sky. Está revisando su teléfono, como es costumbre antes de irse a dormir. Debería irse a dormir temprano, porque mañana tendrá un día largo en el curso y en el trabajo. Al ser consciente que no tiene nada que hacer, apaga su teléfono, se levanta para ir a apagar la luz, pero se detiene cuando escucha unos arañazos y leves maullidos.

Curioso, baja las escaleras.

Sky está en el marco de la ventana, la misma ventana que siempre usa para salir de casa. Está sentada en sus dos patas traseras, y con una de las delantera rasguña la maya. Cuando ésta se da cuenta de la presencia de su dueño, se altera: se coloca de patas, en sus cuatro patas, y sus maullidos son mucho más altos, cómo cuando tiene hambre, mucha hambre. Camina por el pequeño espacio del marco, de un lado a otro.

—¿Qué sucede? —pregunta, y se acerca.

Ella responde con la misma intensidad de maullidos. Luego rasguña con mucha más fuerza la maya, y por unos segundos, piensa que la va a romper, y al otro, piensa que se va a lastimar sus garras si sigue haciendo aquello.

—Oye, oye, detente. Te vas a lastimar.

La toma entre sus brazos, y ella se queda ahí por unos instantes, pero después se retuerce obligando a soltarla y echarse hacia atrás. Le había rasguñado la mano izquierda.

—¡Auch! —se queja, y se lleva la mano a la boca— ¡Oye! ¿Qué te pasa?

Ella sigue haciendo lo mismo.

Claro que sabía que le pasaba, pero tenía la esperanza de que fuera falso, que era un mal sueño, y realmente él ya estaba dormido en su cama, con Sky acompañándolo. Pero no. No era un sueño, y él estaba allí, frente a su gata que lloraba, implorando que por favor, quite las mayas que había colocado detrás de la ventana, que le prohíben la salida y no precisamente a la calle. No, sino que quiere salir para ir por ese largo camino, de noche, hasta la casa de aquel muchacho. Eso era lo que quería Sky, y es por esa razón que colocó las mayas, porque a pesar de que las ventanas estén cerradas, ella se las arregla para abrirlas. Pero ya no. No volverá a abrirlas, se quedará allí adentro con él, segura, segura... ya no...

Escucha sus maullidos. La ve llorar y eso le rompe el corazón. Él es tan débil de corazón.

—¿Realmente lo quieres mucho? —le pregunta a Sky, notando la tristeza de su voz.

Sky le responde con un largo maullido.

Él se permite ver cada una de las ventanas, cubiertas con la maya. Todas y absolutamente todas. De alguna forma se siente encerrado, y quizá... No, es así cómo se siente Sky: encerrada.

—¿Pero qué estoy haciendo? —suspira.

Toma a Sky entre sus manos y se sienta en el sofá.

—Estoy haciendo todo mal. ¿Quién soy yo para privarte de tu libertad? No puedo obligarte a quedarte aquí las 24 horas del día, en especial sino voy a estar todo el día contigo. Y si hay otro lugar al que eres feliz yendo... —le cuesta decirlo, le falta aire para decirlo— ¿Quieres ir con él?

Sky maúlla.

Él le responde con una sonrisa triste. Le besa la frente a su gata.

¿En qué estaba pensando cuando hizo todo eso? Ir a la casa del muchacho, que no era culpable de nada, llegar con esa actitud e incluso discutir. Luego, llegar y cubrir todas las ventanas como un demente, prohibiendo la libertad a quien tanto amaba, a su acompañante más fiel, y todo por sus propios deseos.

Sólo está siendo egoísta. Demasiado egoísta. Si acaso lo perdonaban, tanto el chico como Sky, era un milagro.

Reposa su rostro en la panza de Sky, quien se queda quieta.

—Está bien, Sky. Está bien...

 Está bien

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Sentirse azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora