Primera parte: Sumergidos en azul

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1. Los días grises

Si tan sólo la vida fuera tan sencilla como cuando uno es niño, cuando se tiene entre 5 a 9 años, pero un niño de 8 años no tiene porque preocuparse por las infidelidades de sus padres

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Si tan sólo la vida fuera tan sencilla como cuando uno es niño, cuando se tiene entre 5 a 9 años, pero un niño de 8 años no tiene porque preocuparse por las infidelidades de sus padres.

Recuerda sus pasos subiendo las escaleras, y quizás el silencio de toda la casa no ayudó, porque si hubiera algún otro ruido que lo distrajera no habría escuchado las voces del cuarto de sus padres. Y como todo niño curioso, fue a revisar que pasaba. Ojalá nunca lo hubiera hecho.

—¿Todo bien ahora?

—Sí. Ahora sí. Eres tan bueno en eso —hay un gemido— ¿y tu esposa? ¿Y tu hijo?

—Ella siempre se pierde, y el mocoso está en la escuela. Tenemos la casa para nosotros —dice su padre—. Mejor cállate y ven aquí.

Se queda en la puerta del cuarto observando los cuerpos desnudos. Oculto. Y es una imagen que se quedó grabada por el resto de su vida.

Si tan sólo la vida fuera tan sencilla cómo cuando uno es niño, y la preocupación más importante es llegar de la escuela, sentarse en el sofá a ver el programa favorito, comer, jugar, y contarle a los padres como fue en el día; si así fuera la vida para siempre, sería maravilloso, pero él ni siquiera tuvo eso. Quizás en algún punto de su infancia lo fue, pero los recuerdos que ahora abarcan su mente son los de su madre llorando, los gritos de sus padres, las peleas y las deudas. Y se replantea si realmente le gustaría ser niño de nuevo.

Esos pensamientos suelen rondar por su cabeza todos los días, a cada hora, y tiene la sospecha de que no dejará de tenerlos hasta que pueda poner su vida en orden. Tenía esos pensamientos cada que salía a estudiar, a trabajar, cuando regresaba a casa, y por último, cuando iba a dormir. Todo como un interminable bucle monótono y aburrido.

Está en el balcón de su casa, que le dejó de herencia su padre, recostado en las barandillas de madera y su cabello se mueve junto a la brisa. Llegó a la conclusión que así sería su vida para siempre. En el fondo siempre lo supo, y también sabía que ese era el peor sueño que podía hacerse realidad.

Recordó unas palabras, con una voz suave que lo envolvía con calidez. Lo hacía sentir seguro.

—¿Te sientes azul? —preguntó su madre, moviendo una hoja en blanco, donde había escrito "Me siento azul" con una letra poco trabajada.

—Sí —había respondido él.

—¿Cómo es eso posible?

—Sólo me siento azul. ¿Está mal? —ladeó la cabeza.

Su madre sonrió. Bajó la hoja.

—No. Todos nos sentimos azul en algún momento de la vida. ¿Por qué no mejor me cuentas cómo te va en la escuela?

Regresó así mismo cuando escuchó las hojas moverse con violencia por la brisa. Se quedó mirando el cielo. Era azul, pero un azul oscuro y turbio. Azul.

Cuando salió del cuarto, escuchó pasos interminables, como si estuvieran corriendo. Más de dos pies. Cuando se asomó por el pequeño pasillo se dio cuenta que no eran pies, sino patas. Sería extraño que fueran pies, porque él no vive con nadie, a excepción de Sky, su gata. Y cuando lo vio por primera vez en la mañana, comenzó a maullar; maullidos cortos, hasta que llegó a sus pies y mirar hacia arriba.

—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? —tomó a Sky entre sus brazos. La acuna como si fuera un bebé que necesita la protección de sus padres, y quizá así era, después de todo, Sky es como su hija. Es su familia. La única que tiene desde hace muchos años.

Mientras bajan las escaleras le acaricia la panza a Sky. Cuando llegan a la cocina, bajó del refrigerador la comida de Sky y la sirvió en su plato. Sonrió al verla comer tan alegre. Recordó que cuando era más pequeña no le gustaba la comida para gatos, y siempre que podía, lo miraba a él y a su madre, molesta. Con el tiempo aprendió a comerse su comida. Así viviría más sano.

Por su lado, se sirvió cereal con leche. Se sentó en el comedor, y está satisfecho. Es tonto, pero es en esos pequeños momentos tan sencillos consigue paz, tranquilidad, como si pudiera librarse de todas las responsabilidades; desayunando en el silencio de su casa con su gata.

Eso le recordó a cuando era un niño, cuando aquella casa no era tan silenciosa, cuando vivía con su madre, que para ser una adulta de 35 años, era muy alegre y juvenil. Desayunaban juntos, de esa misma manera, en el silencio de esas paredes, y a su lado, estaba Sky comiendo, mucho más pequeña de lo que sería en algunos años. Era reconfortante. No debía de preocuparse de nada, sólo de aquellos hermosos momentos que guardaría en su corazón, para recordarlos todas las mañana, cuando su madre ya no estuviera con él para acompañarlo en el desayuno.

Una sonrisa triste. Como si con eso quisiese evitar el mar que había dentro de su interior. Por suerte tenía consigo a Sky, que lo acompañó desde que su madre se fue. Por suerte sigue teniendo a Sky. Quizá ella no lo sabía, pero esta muy agradecido con ella, por quedarse a su lado todos esos años.

La gente dice que el perro es el animal más fiel. Pero para él, Sky era lo más fiel que había conseguido en su vida. Incluso más que un perro.

(.)

Cuando ya está listo para irse al curso, tiene una conversación con Sky, diciéndole que no hiciera mucho desastre, que cuidara la casa, que le dejaba un poco de comida en su plato, que lo esperase al medio día, y que por nada del mundo, se fuera de casa. Últimamente Sky ha estado saliendo mucho de casa. Muchas veces se ha asustado con que no regrese más nunca, pero al final siempre lo hace. Sin embargo, antes no lo hacía. ¿Se estará aburriendo de él? ¿Tendrá otra familia? Sea lo que sea, que no lo deje, porque si lo hace, no tendría algún motivo para seguir adelante.

Le dio un beso en la frente a Sky, quien ronronea cada que lo hace. Se asoma al calendario que está antes de la puerta, y ve con un círculo rojo marcado una fecha.

«Tres semanas para conseguir el dinero».

Apenas había pasado una semana desde que pagó la mensualidad de la casa, y ya siente la presión del próximo mes.

Vuelve la mirada a Sky, que lo mira inocente.

—No te preocupes, bebé. Tendré el dinero suficiente. No nos quedaremos en la calle. Él no nos va a ganar —se acerca a ella y le vuelve a besar la frente. Abre la puerta y la mira—. No salgas de casa. Te quiero.

Cuando cierra la puerta Sky se queda inmóvil mirándola y, al pasar unos segundos, da vuelta y se sale por la ventana de la cocina.

Cuando cierra la puerta Sky se queda inmóvil mirándola y, al pasar unos segundos, da vuelta y se sale por la ventana de la cocina

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