22. Los peones y el rey

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Las bolsas blancas cuelgan de sus manos

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Las bolsas blancas cuelgan de sus manos.

Camina con cierto coqueteo, pues quien sabe quien lo mira por la calle, y siempre tiene que parecer superior a los demás. Abel siempre tiene que ser superior. La gente tiene que saberlo de una forma u otra, y es extraño, porque Michael no piensa igual, él prefiere ser más serio aún con esa sonrisa segura suya.

Da igual. Cada quien tiene su forma de expresarse.

Abre la puerta de aquella casa tan grande para dos personas, pero no importa, es más lugar para disfrutar.

Cierra la puerta y coloca las bolsas encima del mesón de la cocina, sube las escaleras y escucha gruñidos molestos.

—¡Maldita sea!

Cuando se asoma en la puerta ve a Michael, pisando con rabia el piso y lanzando un pedazo de papel a la cama. Tiene el cabello alborotado y está rojo como la lava.

Se acerca y toma el papel.

—¿Qué te pasa?

—¿Cuándo llegaste?

—Acabo de llegar. ¿Qué es esto? Recibo de pago... ¿Sigues pensando en eso?

—¿Acaso no te molesta? Ese maldito no se quiere rendir.

—Algo tuvo que sacarte. Aciano tu hijo después de todo.

—¿Y para qué lo quiero yo de hijo?

—Para sacarle dinero —agita el papel con una sonrisa—. Es eso o que te quedes con la casa. Aunque te seré sincero, también me interesa la casa.

—Podríamos venderla por la misma cantidad que se la estamos poniendo a él. Pero si el muy maldito sigue así va a terminar pagándola. No estoy dispuesto a entregársela.

—¿No fuiste tú quien inventó todo esto? Sabías las consecuencias.

—¿Qué me iba a imaginar que iba a conseguir el dinero? Ni siquiera porque le aumentamos la deuda.

—¿Crees que tenga el dinero algún día? —se acuesta boca abajo.

—No. Es un muerto de hambre. Sólo tiene suerte.

—¿Entonces por qué te preocupas?

Se acerca por la espalda a Michael. Le susurra en el oído mientras le acaricia los hombros con lentitud.

—¿Tienes miedo a que logre pagar? —muerde la oreja de Michael, y éste se estremece.

—No ahora —se resiste.

—¿Por qué no? —lame la oreja del hombre y luego besa su cuello.

—No estoy de humor. Y no, no tengo miedo de ese mocoso, pero me fastidia su insistencia.

Se sienta en la cama y sonríe.

—Bueno, hablando de él, te tengo que contar algo.

—¿Qué?

—Hoy lo vi. Vi a Aciano en la universidad.

Michael se voltea, abriendo los ojos con fuerza.

Muy pocas veces ve a Michael estresado de esa manera, y mucho menos sorprendido. Michael es un hombre que tiene el control de todo, y si hay algo que se sale de su margen, hace hasta lo imposible para que sea suyo. Y cuando habla de todo, es de todo. Por eso le excita ver a Michael en aquel estado, y mejor aún, le gusta tener un poco de control en su amante. Michael podrá ser inteligente y controlador, pero también es humano, y como humano, se puede utilizar sin darse cuenta, como lo ha estado usando a su favor todos esos años.

—¿Qué hacía allá? ¿Ahora quiere ser músico?

—No, acompañaba a un amigo suyo. Con mucho talento, por cierto.

—¿A dónde quieres llegar? —Michael camina hacia él.

—No creo que sean sólo amigos.

—¿Novios? —Michael se detiene frente suyo. Quedan muy cerca.

—Es posible. No mostraron señales de que lo sean, pero hay algo entre ellos. También estaban juntos la vez que fui a cobrarle. Creo que son muy importantes entre sí.

—Además de estúpido, gay —Michael pasa la mano por su rostro, acaricia la piel con el grueso pulgar—. Definitivamente ese no puede ser mi hijo. ¿No crees que es una decepción?

—Es un estorbo. Un peón. Como quieras llamarlo —busca el dedo del hombre, y cuando lo encuentra, lo mete a su boca y comienza a lamerlo.

Michael sonríe con sadismo.

—Eso es lo que deberían ser todos. Simples peones. Eso es lo que son todos.

Tiene los ojos cerrados, pero cuando Michael mete el dedo más profundo y juega con la boca, los abre. Sus ojos se encuentran y sabe que Michael ya está excitado. El hombre lo lanza contra la cama y se desabotona la camisa.

—¿Tú también serás mi esclavo?

—Seré eso y mucho más.

Michael se le sube encima y comienza a besar su cuello con energía, le quita la camisa, acaricia sus pezones erectos y baja por el estómago, acaricia su miembro y luego tiene sus dedos dentro suyo.

Se estremece al sentir como los dedos recorren su interior, con ganas, con diversión, con perversión. Ni siquiera tuvo algún consentimiento, los introdujo con rapidez y se mueven de igual forma. Siente como la lengua lame su oreja y no sólo es suficiente con dedos, quiere más. Michael lo sabe, y es entonces cuando lo siente dentro de sí. Más grande y grueso que dedos. Más caliente.

Cada empujón es mucho más fuerte que otro. No sabe más que gemir y sentir como su interior está siendo besado por el miembro de su amante. Al que tanto se ha acostumbrado. Al que tanto desea. Al que está desesperado y emocionado por el deseo sexual. Es como una bestia salvaje en celo.

Esa faceta de Michael también le encanta. Cuando se emociona, cuando está estresado o enojado, se vuelve una bestia y no piensa en consideraciones, sólo se deja llevar por sus instintos. Y por Dios, ese día Michael está tanto emocionado como estresado y enojado.

No tiene tiempo de pensar. Ni siquiera tiene tiempo de respirar. ¿Cambiaron de posición? No importa, no importa nada, sólo quiere más y más, no importa cómo, pero lo quiere.

Su piel no es suya, su mente no es suya, todo está siendo abarcado por lo que su cuerpo está sintiendo. Y no sabe cuando ni cuánto tiempo duró, pero siente como el líquido caliente recorre sus paredes internas, y tiene manchado el pecho de su propio semen.

Está arropado. Satisfecho.

Michael se está colocando la camisa de nuevo. Se levanta y se peina el cabello. Ahora se ve mucho más serio, más inteligente, más imponente.

—¿Ya sabes lo que tienes que hacer? —le pregunta Michael.

Voltea a verlo y sonríe coqueto.

—Sé muy bien lo que tengo que hacer.

—Sé muy bien lo que tengo que hacer

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