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—Solo dijo que era un placer conocerme y que estaba feliz por nuestro matrimonio, eso fue todo —respondí, eligiendo mis palabras con cuidado.

Nicolás me miró, su expresión se mezclaba entre sorpresa y una leve preocupación. La verdad de la situación me ardía en la lengua, pero preferí mantener la calma y no darle más detalles.

—Aurora —dijo, con un tono serio que hizo que mi corazón diera un vuelco—, conozco la actitud que tiene él. ¿Segura que no te incomodó?

—Segura —insistí, sonriendo como si nada hubiera pasado. Sentí que aún estaba estudiándome, como si buscara en mi rostro una señal que confirmara sus sospechas.

La voz de James interrumpió el momento con un ligero carraspeo.

—Llegamos.

Nicolás salió del auto y en un gesto de cortesía, abrió mi puerta. Cuando intentó cargarme nuevamente, así que lo detuve inmediatamente.

—Así estoy bien, yo puedo —dije con firmeza.

Nicolás me miró, con una mezcla de resignación y comprensión en sus ojos, pero no insistió. Al entrar, el ambiente era tranquilizador, la mansión aún seguía vacía y las luces estaban apagadas. Casi acogedor en contraste con la noche agitada que habíamos dejado atrás.

Ambos subimos a la habitación y al llegar inmediatamente me quité el vestido y lo guardé, sintiendo un profundo rechazo hacia él, como si el simple hecho de verlo me recordara todo lo incómodo de la noche. Me puse la ropa de dormir, intentando sacudirme el peso de la velada, y salí del armario justo cuando escuché el sonido de la ducha. Nicolás ya estaba ahí, y el eco del agua llenaba la habitación.

Suspiré y me senté al borde de la cama, tomé mi teléfono y le envié un mensaje a mi madre, preguntándole cómo estaba y cuándo era su próxima cita con el doctor. Luego dejé el teléfono a un lado, apagué las luces y me acosté, tratando de acallar el torbellino de pensamientos que me rodeaban.

Minutos después, escuché el sonido de la ducha detenerse, y la cama se hundió cuando Nicolás se recostó a mi lado. Aunque dormíamos juntos, había una distancia calculada entre nosotros, como si ambos hubiéramos acordado esa división invisible. Me di la vuelta y miré su espalda, viendo cómo el cabello mojado se desparramaba en la almohada. La curiosidad me venció.

—¿Puedo preguntarte algo? —murmuré en voz baja, temiendo que el silencio de la noche tragara mis palabras.

Nicolás emitió un sonido de aprobación, y eso me dio valor para continuar.

—Quiero mejorar la relación con tu madre —dije, sintiendo cómo la vulnerabilidad se asomaba en mis palabras—. Esta noche intenté acercarme a ella, pero no pude. ¿Crees que habrá otra oportunidad?

—Habrá un momento —respondió—. Es más fácil hablar con ella cuando no está con mi padre.

Asentí en silencio, sintiendo un ligero alivio. El ambiente se fue relajando, pero noté que el sueño no llegaba. Luego de unos minutos, me giré nuevamente y susurré:

—¿Estás despierto?

Nicolás se dio la vuelta para mirarme, y de repente estábamos cara a cara, su rostro cerca del mío. Su presencia llenaba el espacio, y nuestros ojos se encontraron tan de cerca que olvidé por completo lo que iba a decir. El silencio se hizo eterno, hasta que él lo rompió.

—¿Qué pasa? —me preguntó, su tono suave y sus ojos aún fijos en mí—. ¿No me vas a decir?

Sacudí la cabeza ligeramente, tratando de ordenar mis pensamientos.

LOS WINSTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora