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Nicolás me llevó a su auto, pero cuando me acomodé en el asiento, me di cuenta de que el chofer era nada más y nada menos que James. Me llevé una gran sorpresa y lo observé a través del retrovisor para confirmar que era él. James desvió la mirada como si no me conociera y condujo hacia la mansión Winston.

Cuando llegamos, bajamos del coche y Nicolás me llevó a la recámara de ambos. La habitación era impresionante, llena de lujo, con un amplio armario repleto de vestidos y zapatos de mujer que, aparentemente, eran para mí. Pero Nicolás se fue rápidamente, sin decir alguna palabra, dejándome sola y confundida sin explicaciones.

Me quité el vestido de novia y me recosté en la cama, esperando a que Nicolás regresara. Pero al parecer no lo haría.

Unos minutos después, mi teléfono sonó. Era una enfermera del hospital. Contesté rápidamente, ansiosa por tener noticias sobre mi madre.

—¿Aurora? Soy la enfermera Medrano del hospital. Tengo noticias sobre tu madre.

—¿Cómo está? -pregunté con el corazón en un puño.

—La operación salió de maravilla. Tu madre aún está sedada y la mantenemos bajo monitoreo constante, pero todo ha ido según lo planeado. Los médicos están muy optimistas.

Sentí un alivio abrumador al escuchar esas palabras. Las lágrimas brotaron de mis ojos.

—Gracias, muchas gracias. ¿Cuándo podré verla?

—Podrás visitarla en cuanto se despierte y esté estable. Te llamaremos para avisarte.

—De acuerdo. Por favor, cuiden bien de ella.

—Lo haremos, no te preocupes. Mantendremos contacto contigo.

Al terminar la llamada supe que todo lo que hice había valido la pena, mi madre estaba bien y ahora yo podía descansar tranquila sabiendo que se recuperaba positivamente.

A la mañana siguiente, me desperté y me di cuenta de que Nicolás no había llegado a dormir. Bajé al comedor, esperando encontrar a alguien y vi a la señora Winston. Era una mujer delgada de aspecto cansado y grandes ojos azules perdidos. La saludé y me presenté para ser amable y conocerla mejor, pero ella mantuvo la mirada baja, me escuchó y se limitó a hacer una seña de que me había oído antes de marcharse, dejándome aún más confundida. La casa estaba prácticamente vacía, excepto por algunos empleados de cocina y limpieza.

Sin nada más que hacer decidí que era momento de ir a visitar a mi madre al hospital. Me alisté y me dirigí a la salida, pero al querer cruzar la puerta un empleado me detuvo.

—Lo siento señorita, pero no pude salir.

—¿Disculpa? -respondí atónita.

—Así como lo escucho, no puede salir por su cuenta. A menos que sean órdenes del señor Nicolás.

—No tengo tiempo para esto, déjame pasar. -respondí tratando de pasar a la fuerza, pero el empleado se mantuvo firme.

Debe estar bromeando, ¿No poder salir? ¿Qué es esto, una prisión? Molesta, llamé a Nicolás, pero su teléfono estaba apagado.

Miré por la ventana y distinguí a James entre los choferes cerca de la puerta. Tomé mi teléfono y le envié un mensaje sarcástico:

Encargado de un bar? No me dijiste que por el día eres uno y por la noche otro.

James sacó su teléfono, leyó el mensaje y respondió visiblemente molesto:

«¿Quieres que hablemos de engaños? Bien. Nunca me dijiste que te casarías con él. Dijiste que tu vida estaba en peligro por haber escuchado algo ese día.»

LOS WINSTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora