Interludio: pensando en él

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—¿Una abeja?

—Sí, una abeja —respondió Andrew.

Él estaba en el balcón junto a Frank, alejados de la fiesta la cual ya estaba terminando.

—Me enteré porque Diana me dijo lo que pasaba —explicó— al parecer, esa abeja fue la que causó tantos problemas. De hecho, ella fue la que me alentó a rescatar a Ambrosius de ese momento tan embarazoso.

Frank apoyó los brazos en las barandas del balcón y soltó un suspiro.

—¿Y qué te motivó a volver a tocar el piano? —preguntó— creí que lo habías dejado desde hace años.

Andrew se quedó pensativo por un momento, con su mirada fija hacia el cielo estrellado.

—Tuve una conversación con la señorita Kagari —dijo.

Frank se quedó esperando una explicación más detallada, la cual nunca llegó.

—¿Y sobre qué hablaron? —preguntó finalmente.

—Dejémoslo en que... —Hizo una pausa para buscar las palabras— me motivó. Un poco.

Era cierto. Fue justo después de que Diana lanzase el hechizo para revertir los efectos de la abeja.

Andrew recordó las palabras de la bruja: "¿No tienes sueños, un sueño libre y propio. Algo que no tenga que ver con hacer lo que tu familia elija por ti?". Esas palabras llegaron hasta lo más profundo de su ser, aunque no lo demostrara mucho.

—¿Te gusta esa chica? —le preguntó Frank con una sonrisa divertida— la señorita Kagari no está mal. Es bonita y muy extrovertida.

—¿Es una broma? —preguntó Andrew, frunciendo el ceño.

—Confrontaste a tu padre y volviste a tocar el piano por ella —dijo, haciendo énfasis en las últimas dos palabras.

Andrew se quedó callado. No tenía una respuesta clara para eso.

—¿Y tú? —dijo después de un tiempo— te vi hablando con la chica pelirroja, ¿cómo se llamaba...?

—Lotte Jansson —dijo Frank. Su semblante cambió un poco— pero... al parecer, ella ya tiene a alguien.

—¿En serio? —Arqueó una ceja.

—Sí. —Se encogió de hombros— Michelangelo. No sé si sean algo serio pero al parecer hay algo entre ellos dos.

—No sabía que Ambrosius fuese un don Juan.

—¿Por qué lo dices?

—Diana tiene una fijación extraña con él —se explicó.

—¿Es en serio? —dijo Frank con decepción— ¿Cómo puede ser que él siempre se quede con las mejores?

En cierto modo, era verdad. Diana tenía una fijación por Mikey, aunque Andrew había malinterpretado el sentimiento que ella tenía por su rival. Al parecer, el odio y el amor eran fáciles de confundir a simple vista.

¿O quizá no?

Diana se mantuvo en silencio mientras  volvía a Luna Nova junto a Hannah y Bárbara, en una limosina de la familia Parker, la familia de Bárbara.

Estaba absorta en sus pensamientos, rememorando el tiempo que pasó junto a Mikey.

«¿Por qué estoy pensando en él?» se preguntó. Era, curiosamente, la misma pregunta que Mikey se hacía sobre ella.

¿Por qué pensaban tanto en la persona que odiaban?

La respuesta no era sencilla. Quizá porque ese odio tan visceral, casi apasionado, tenía matices que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir.

Pero ella no podía permitirse titubear. Era Diana Cavendish, la heredera de una de las familias más prestigiosas de toda la comunidad mágica. Su lugar estaba entre los mejores, y Mikey era todo lo contrario a lo que ella representaba.

—¿Todo bien, Diana? —preguntó Hannah al notar su silencio.

Diana tardó un momento en responder.

—Sí, estoy bien —dijo finalmente, con su tono habitual de compostura, pero sin mirar a sus amigas.

Hannah y Bárbara intercambiaron miradas cómplices pero no dijeron nada más. Ambas sabían que algo rondaba la cabeza de Diana.

A pesar de ser siempre tan firme y decidida, últimamente su mente parecía estar en otra parte, y la causa tenía un nombre: Michelangelo Ambrosius.

Ambos nunca se han llevado bien. Desde que se conocieron, tuvieron una mala impresión de ambos, y sumado a que siempre querían ser mejor que el otro en todo, hacían que su rivalidad solo creciera.

Por puro orgullo se negaban a intentar llevarse mejor, más bien, se empeñaban siempre en sacarse de sus casillas mutuamente. Pero ambos empezaban a sospechar que entre sus constantes roces se escondía algo que ninguno estaba dispuesto a admitir.

Todavía no.

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Al menos no por ahora.

Yo fui F Green, su escritor anónimo de confianza. Me lees en el próximo capitulo.

El Primer, Único e Inigualable Brujo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora