Athena.
El aire estaba cargado de una calma extraña cuando llegamos a la mansión. El bullicio de la operación, el ruido de los vehículos, las conversaciones apresuradas, todo se disipó en cuanto cruzamos la puerta principal. Nos habíamos alejado de las ruinas, pero algo en mí aún no podía dejar ir el ruido de la batalla, el eco de las explosiones, las huellas de la violencia que habíamos dejado atrás.Caminamos en silencio, Neva a mi lado, mis pensamientos parecían estar atrapados en ese caos. Mi cuerpo sentía el cansancio, el desgaste de la pelea, las horas de lucha sin descanso. Sin embargo, algo más me dolía. Algo que no tenía que ver solo con el esfuerzo físico. La tensión de la guerra, de la venganza.
Todo terminó, me repetí, pero las palabras no parecían tener el mismo efecto de calma que solían tener.
Cuando llegamos a la sala principal, Dorian me dio una mirada rápida, una mirada que no era solo de reconocimiento, sino de preocupación. Como si estuviera escaneando cada parte de mí, buscando signos de algo más. Me senté en el sofá, sin poder evitar frotarme los brazos, como si intentara apretar mis propias entrañas para que todo fuera más soportable. El agotamiento me golpeó con fuerza, pero el dolor era diferente.
Dorian se acercó a mí en un solo paso, su mirada fija en la mía, de inmediato su rostro se endureció.
—Athena —dijo, su tono grave—. Estás herida.
Solo entonces lo noté, una punzada que había estado ignorando en mi costado. Me había enfocado tanto en el resultado de la misión, en la necesidad de terminar con Smith, que no había registrado las señales de mi propio cuerpo. Miré hacia abajo, donde mi camiseta estaba empapada, vi el rojo oscuro que la teñía. Había sido una herida superficial, pero la sangre aún fluía lenta y constante.
—Es solo un rasguño —le dije, mi voz sonaba más débil de lo que pretendía. No quería que se preocupase por mí. Había más cosas de las que preocuparse.
Pero Dorian no cedió. En lugar de alejarse, se acercó más, sus ojos miel fijos en los míos con una intensidad que ya conocía bien. Sabía que no podía mentirle. La preocupación era evidente en cada uno de sus movimientos, en la rigidez de sus hombros, en la forma en que se inclinó hacia mí.
—No es una herida superficial, Athena —su voz más suave, más urgente. Sin darme tiempo para protestar, giró sobre sus talones y gritó. —¡Ana! ¡Llamen al médico!
Un segundo después, la figura de Ana apareció en el umbral, mirando a Dorian con preocupación. Ella no dijo nada, solo asintió y salió de la sala rápidamente para cumplir con la orden.
Dorian no me soltó ni un segundo, se quedó cerca de mí, observando cada pequeño movimiento, cada suspiro que escapaba de mis labios. Su mano se posó suavemente sobre mi hombro, por un momento, me dejé llevar por la sensación de que estaba allí, como una barrera que evitaba que el mundo se desmoronara.
—Lo siento, Athena —dijo, su voz quebrada por una mezcla de culpabilidad y amor—. Nunca debí haberte metido en todo esto.
Lo miré con un suspiro, más por la emoción que por el cansancio. Mis palabras fueron suaves, pero verdaderas.
—Lo hice porqué así lo elegí, Dorian. Es lo que quería. Lo haría una y otra vez, si es necesario.
La puerta se abrió de nuevo, esta vez entró un médico, acompañado por dos asistentes. Empezaron a examinarme rápidamente, trabajando con precisión mientras Dorian se mantenía a mi lado, observando en silencio. Pude sentir la presión de su mirada, como si no quisiera apartarse ni un segundo.
El médico me hizo recostar suavemente, quitando la camiseta con cuidado para ver la herida en mi costado. No era profunda, pero necesitaba atención. La herida había sido de un cuchillo, un corte limpio que podía haber sido mucho peor si no me hubiera movido tan rápido.
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El rubí del Emperador [+18]
Romance-¡Lang lebe der Kaiser! -clamaron, sus voces reverberando como un decreto inquebrantable de poder. Athena Harrison llevaba cuatro años sobreviviendo en el club nocturno Heaven's, un lugar donde los sueños morían y las almas eran consumidas. Había ol...