Capítulo 52

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Athena.
El sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas de la habitación, llenando el espacio con una luz suave y cálida. Abrí los ojos lentamente, parpadeando mientras mi mente regresaba al presente. Estaba en nuestra cama, en nuestra casa, con Dorian. Había una paz inusual, algo que nunca pensé que podría experimentar después de todo lo que había pasado.

Me giré hacia el otro lado, buscando a Dorian, pero solo encontré un espacio vacío. El calor de las sábanas todavía permanecía, señal de que no había salido hace mucho. Me estiré un momento antes de levantarme, el aroma del café recién hecho y algo más —¿tocino?— flotando en el aire me guió hacia el comedor.

Al bajar las escaleras, lo vi. Allí estaba él, de espaldas, con la camisa blanca remangada, preparando algo en la cocina. Era una imagen fascinante. El hombre más peligroso del mundo, el Kaiser, ahí estaba, sirviendo jugo y cortando fruta con una concentración absoluta.

—¿Desde cuándo Dorian Kittel pasó de ser el gran Kaiser de la mafia alemana para ser cocinero? —pregunté, con tono jugueton en mi voz.

Él se giró y me dedicó una de esas sonrisas arrogantes que conocía tan bien.

—Desde que descubrí que hacerlo para mí rubí vale la pena. —lanzó una mirada traviesa antes de volver a su tarea.

Caminé hacia la mesa y tomé asiento, observándolo con detenimiento. La escena doméstica no solo servía para molestarlo con comentarios irónicos, sino también para disfrutar de esa calma que sentía al estar a su lado. Es como si todas las piezas rotas dentro de mí comenzaran a unirse de nuevo, gracias a él.

Minutos después, Dorian colocó un plato frente a mí: huevos, tocino, fruta fresca y pan tostado. Lo miré con una ceja levantada.

—¿Intentas impresionarme?

—¿No lo estoy logrando? —preguntó, sentándose frente a mí con una taza de café en mano.

Sonreí y probé un bocado, asintiendo mientras él me observaba con ojos expectantes.

—Está bueno, lo admito. Pero no te acostumbres. A la próxima, yo te sorprenderé con el desayuno, ya lo verás.

Él soltó una carcajada, esa que rara vez dejaba salir, la cuál siempre hacía que mi corazón se acelerara.

—Acepto el reto. —Sus ojos miel brillaron en tanto se inclinaba hacia adelante, apoyando los codos en la mesa—. Pero antes de que compitamos sobre quién debe convertirse en el cocinero oficial de la casa, pensé que podríamos hacer algo diferente hoy.

—¿Ah, sí? —pregunté, curiosa.

—Quiero que salgas conmigo, Athena.

Solté una risa suave.

—Dorian, vivimos juntos. Salimos todo el tiempo.

—No me refiero a negocios o cenas con aliados. Hablo de una cita. Tú y yo. —Su voz bajó un poco, volviéndose más seria.

Lo miré, un pequeño escalofrío comenzó a recorrerme. Era tan raro verlo así, tan relajado, pero al mismo tiempo, tan sincero.

—¿Y qué tienes en mente?

—Museumsinsel. Quiero mostrarte algo que no tiene nada que ver con nuestra ajetreada vida. Algo tranquilo.

Lo pensé por un momento. La idea de pasear entre arte e historia con él sonaba extrañamente normal. Y nunca habíamos tenido algo normal.

—Está bien. Llévame.

Su sonrisa se ensanchó, por un momento, pareció más joven, como si la carga de su título se desvaneciera por completo.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora