Cinco años pueden cambiar a una persona, o quizás solo sacan lo que siempre estuvo ahí, escondido.
En mi caso, creo que ambas cosas ocurrieron.
Durante este tiempo, viví lo suficiente para comprender el peso de mis decisiones, para reconocer el filo que tiene la vida y cómo puede cortar tanto como una espada.
Luché junto a mi padre, Thorgrim, en más batallas de las que quiero recordar.
Fui su aliada, su arma, su sombra en el campo de guerra.
Cada lucha dejó su marca: cicatrices en mi piel, dolores que tardaban en sanar y noches interminables de vigilia.
Sobreviví.
A duras penas, pero sobreviví.
Me volví más fuerte, más dura, más implacable.
El dolor dejó de ser una barrera y se convirtió en mi aliado, un recordatorio de que podía soportarlo todo.
Pero a pesar de haber peleado codo a codo con él, mi relación con Thorgrim no mejoró.
Seguía siendo el mismo hombre cruel, incapaz de mirarme sin lanzar una palabra humillante o un desafío innecesario.
Cada conversación con él era una batalla en sí misma, y aunque aprendí a no tomar sus palabras como dagas, nunca dejó de doler del todo.
Él intentaba aplastarme, pero yo me levantaba una y otra vez, más fuerte, más sádica, más insensible.
En esos años, encontré en las luchas un propósito que nunca creí necesitar.
El campo de batalla era mi terreno, un lugar donde podía ser quien era sin pedir disculpas.
No me importaba el caos ni la sangre.
Mi pena desapareció, reemplazada por una frialdad que me protegía.
Pero mi vida no fue solo guerra.
Hubo algo más, algo que me mantuvo cuerda: los viajes.
Recorrí el mundo, vi lugares que nunca pensé que existirían fuera de las leyendas.
Conocí culturas distintas, probé comidas que me dejaron sin palabras, aprendí idiomas que desafiaron mi lengua y mi mente.
Cada lugar era un mundo nuevo, y cada experiencia me hacía sentir viva de una manera que las batallas nunca lograron.
En las montañas del este, me encontré con un pueblo que vivía en cuevas y tallaba historias en las paredes de roca.
En el sur, aprendí a danzar bajo un cielo cargado de estrellas, rodeada de fuego y música.
En el oeste, vi mares tan vastos que parecían no tener fin.
Y en el norte, sentí el frío cortar mi piel mientras aprendía los secretos de las auroras.
Todo eso era mi refugio, lo que mantenía mi corazón latiendo.
Y aunque Ivar seguía en algún rincón de mi corazón, no era un peso que me hundiera.
Lo recordaba con algo parecido al cariño, pero sin sufrimiento.
Me di cuenta de que la vida continuaba, que había tanto por vivir que no podía permitirme detenerme.
Su lugar estaba ahí, intacto, pero no me atormentaba.
Simplemente seguí adelante, disfrutando de la libertad que había encontrado.
Hoy, con 24 años, mi vida estaba en orden.
No perfecta, pero suficiente.
Había aprendido a vivir con mis cicatrices, tanto físicas como emocionales, y encontré una forma de equilibrio en el caos.
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El Mismo Temperamento +18
FantasyXacnia siempre penso que nadie la entenderia por su mente macabra,nunca penso que encontraria a alguien con el mismo temperamento de locura hasta tal punto de asesinar