Los días que siguieron estuvieron llenos de emociones y preparativos. Organizar una boda, incluso una pequeña y discreta, no era tarea sencilla, pero la ilusión de compartir ese momento con Nedim hacía que cada detalle cobrara un significado especial.
Estambul, con su inconfundible encanto, se convirtió en nuestro escenario para planificar. Pasamos horas recorriendo mercados buscando flores frescas, probando pasteles en pequeñas pastelerías locales, y eligiendo música que reflejara nuestra historia. Cada rincón de la ciudad parecía estar conspirando a nuestro favor, ofreciéndonos ideas y momentos inolvidables.
Una tarde, mientras caminábamos por el Gran Bazar, Nedim se detuvo frente a un puesto de joyas antiguas. En el centro, destacaba un anillo con un diseño delicado y clásico, como si hubiera esperado siglos para encontrarnos.
—Este sería perfecto para ti —dijo con una sonrisa, tomando el anillo con cuidado.
—¿No crees que ya tenemos suficientes detalles en la lista? —respondí, riendo, aunque mis ojos no podían apartarse de la pieza.
—No es solo un detalle, es un símbolo —replicó, colocándomelo en el dedo como si en ese instante no existiera nadie más alrededor.
El anillo quedó en mi mano, encajando como si siempre hubiera sido mío. Era un recordatorio de todo lo que habíamos superado juntos, y de los sueños que estábamos construyendo a partir de ahora.
Las noches, sin embargo, eran nuestras. Después de los días ajetreados, volvíamos al banco frente al parque, al lugar donde todo había empezado. Allí hablábamos de todo: del pasado, de nuestras expectativas y de las emociones que nos inundaban. La conversación sobre los hijos también regresaba de vez en cuando, pero esta vez con más risas y menos incertidumbre.
—¿Te imaginas cómo sería tener una pequeña versión de ti corriendo por la casa? —bromeé una noche, mientras Nedim se recostaba en el respaldo del banco, observando el cielo.
—No estoy seguro si el mundo está listo para eso —respondió con una sonrisa traviesa, girando hacia mí—, pero no me importa. Si es contigo, cualquier cosa parece posible.
Los días pasaron rápido, y con cada pequeño progreso en los preparativos, sentía cómo nuestra relación se fortalecía aún más. Esta boda no era solo un evento; era nuestra manera de cerrar un capítulo lleno de desafíos y abrir uno nuevo, lleno de amor, confianza y esperanza.
El día de la boda llegó con la misma calma con la que habíamos planeado todo, pero mi corazón no dejaba de latir con fuerza. Los primeros rayos de sol se asomaban por la ventana, y la suave brisa de Estambul parecía acariciar cada rincón de la casa donde me estaba preparando. Mi madre y mi abuela estaban conmigo, ayudándome con los últimos detalles.
Mi madre, con su mirada siempre atenta, ajustaba el velo con delicadeza, asegurándose de que cada pliegue estuviera en su lugar. Mientras lo hacía, sus ojos brillaban con emoción.
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