[7] Pensamientos.

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AMALIA.

El silencio se extendió por la habitación tras mis duras y frías palabras. Sus ojos habían perdido ese brillo dorado que me había estado hipnotizando desde que había entrado en mi habitación minutos atrás, y aunque estaba arrepintiéndome a cada segundo de lo que le había dicho, no me retracté. Yo... yo no era buena para él, estaba rota, sucia. Mi mente estaba destrozada y cada vez que cerraba los ojos, lo recordaba: estaba perdiendo la cordura lentamente, a cada día que pasaba, con esas pesadillas horribles que se creaban en mi cabeza y que parecían querer destruir lo poco que mi padre había dejado de mí.

Alzando la cabeza para enfrentarme a Jake, a su lobo, a su justificada furia, me sorprendí al ver su mano extendida hacia mí... con el pañuelo sobre su palma. Mi estómago se apretó y tuve que morderme el labio inferior para que no temblara ante las lágrimas que empezaban a inundar mis ojos. Su mirada estaba fija en mi rostro, pero estaba segura de que su mente estaba en otro sitio, que estaba sumido en sus pensamientos... Lejos de mí. Apreté mis manos hasta clavarme las uñas en las palmas. Se había rendido.

Él... se había rendido conmigo.

Y me dolía, muchísimo.

  –Tómalo, Amalia –dijo él con voz neutra, fría e impersonal. Su tono se clavó en mí como una daga ardiente y afilada. Cuando hice lentamente lo que me pidió, dejó caer su mano vacía y sonrió sin humor, dolido. Me aterraba pensar que iba a irse, que la parte humana que había en él había decidido que ya no valía la pena el dolor que le causaba; sin embargo, ¿eso no era lo que había estado buscando durante meses? Contuve un sollozo confuso–. Da igual lo que diga, ¿verdad? No importa lo que haga, lo mucho que tense las cosas, jamás vas a aceptarlo, ¿no?

Mis ojos se inundaron de lágrimas cuando oí su tono herido; no obstante, era su expresión rendida lo que más dolía. 

Al ver que no respondía, él negó con la cabeza y se giró con intención de dejarme sola, de abandonarme, de hacerme pagar cada una de mis palabras. El terror me inundó cuando una sensación desoladora se clavó en mi estómago. No quería que se fuera, no quería perderle, le necesitaba.

  –Jake –dije con voz aguda, aterrorizada. Dejando caer el pañuelo al suelo, ni siquiera me importó en ese momento. Lo único que quería era que aquel lobo que estaba a punto de abandonar mi habitación, se girara y me abrazara. Temblando, caminé hacia él mientras observaba su espalda, tensa y dura. A escasos centímetros de su cuerpo, no pude contener un lloroso gemido–. No... no te vayas, por favor. No... no me dejes sola... Jake, lo sien...

Mis palabras fueron interrumpidas por mi propio llanto. Las lágrimas que me había jurado que jamás iba a liberar delante de él, ahora corrían libremente por mis mejillas y empapaban mi rostro. Tenía miedo de todo, de que me odiara por estar rota, de que no fuera suficiente para él. Yo ya no era lo que había sido, mi padre había destrozado una parte interna de mí que no estaba segura de que pudiese curar... Sin embargo, ahora lo sabía: le necesitaba a él. Necesitaba sus palabras mordaces, sus miradas burlonas... Necesitaba que me enfureciera, que me hiciera sentir. No podía perderle, no quería perderle.

Sin embargo, no fui capaz de decirle aquellas palabras cuando se giró y me miró con sus ojos negros, profundos como una noche sin luna. Su rostro estaba tenso por mis lágrimas, pero a pesar de que sabía que estaba conteniéndose para abrazarme, entendí por qué no lo hizo. Quería que hablara, que le dijese algo, que le diese esperanza. 

Y aunque no podía encontrar las palabras o las fuerzas para decírselo, intenté demostrárselo con el único gesto que él me había pedido.

Dando un pequeño paso hacia él, nuestros cuerpos se rozaban mientras me ponía de puntillas sobre el frío suelo y, agarrándome de sus grandes hombros, le di un suave beso en los labios. Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda como un rayo, y apreté sus hombros para no perder el equilibrio mientras sentía ganas de llorar de felicidad. Le escuché inspirar con fuerza cuando el pequeño roce se rompió, y cuando abrí los ojos pude ver que él tenía los suyos fuertemente cerrados; su cuerpo estaba tan tenso que temblaba levemente.  Yo también temblaba, pero lo hacía por las enormes sensaciones que se habían desatado en mí interior y que no estaba segura de como controlar. Una parte de mí gritó: ¡Mío! Y por primera vez no me molesté en negar que lo era.

Aquel lobo negro, Sucesor y futuro Alfa, era mío. Mi Compañero de Vida... y ahora tenía que encontrar la manera de hacerle saber que lo había aceptado por fin. 

  –Jake –susurré su nombre de manera desesperada. Quería que hablara, que abriese sus ojos para que pudiese intentar leer algo de su interior. Sin embargo cuando lo hizo, su mirada era tan negra y profunda que supe que iba a ser un reto conseguirlo. 

  –¿Me has besado para que me quede? –preguntó él con voz ronca, la seriedad brillando en su expresión tensa– ¿Lo has hecho para seguir jugando conmigo, Amalia? ¿Te divierte?

Sus palabras furiosas salieron entre dientes, y negué rápidamente con la cabeza, horrorizada. ¿Jugar con él? ¡No! Lo único que había querido era protegerle, había querido estar sana tanto física como mentalmente para poder darle lo que necesitaba. Sin embargo, no me había dado cuenta de que él era el único que podía ayudarme hasta que había visto que se había rendido. 

Al ver el dolor de su orgullo herido, comprendí que había llegado demasiado lejos rechazándole. Él era mi Compañero, y tanto él como yo lo sabíamos; eso, realmente, agravaba la situación.

  –No, Jake, no –susurré, con el corazón latiéndome a mil por hora. Tenía que darle algunas respuestas, las que menos doliesen... Las que más sintiese–. Te he besado porque he querido, porque me aterra que me dejes. Yo... quiero estar contigo, pero necesito... –mi respiración se aceleró. ¿Cómo podía contarle que necesitaba curar, sin contarle las vergüenzas que corrían por mi mente?–, necesito que me des tiempo.

Cuando solté aquellas palabras, supe que jamás me había costado tanto decirle algo a alguien. Tenía las mejillas ardientes mientras bajaba la mirada, y entendía profundamente que acababa de aceptarle. En el momento en el que sentí su mano cogiéndome de la barbilla y alzando mi rostro, una luz se encendió como un faro en mi pecho. Apreté los labios en una fina línea para no sonreír cuando vi el brillo dorado de nuevo en sus profundos ojos.

–Te daré lo que necesites, Amalia –dijo seriamente, como si fuera obvio–, pero no voy a permitir que lo niegues más. Somos Compañeros, y aunque noto que te ocurre algo que no quieres decirme, esperaré a que estés preparada para decírmelo. 

Asentí mientras la gratitud me envolvía. Notando como los nervios se arremolinaban en mi estómago al sentir que su pulgar acariciaba la piel de mi mejilla, me estremecí levemente y me sonrojé. Él sonrió con el lobo brillando en aquel gesto, y se inclinó para depositar sobre mis labios un profundo beso.

Sentí el calor recorriendo mi rostro mientras le devolvía el beso, y cuando por fin nos separamos, él se echó a reír entre dientes mientras me apartaba un mechón rebelde de la cara y lo escondía tras mi oreja.

  –Creo que vas a tener que llamar al niño de nuevo. El agua ya estará fría.

Y sin poder contenerme me eché a reír, sintiendo la felicidad y la esperanza creciendo de nuevo en mi interior. Iba a sanar, por él y por mí. 



UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora