[38] Aullido.

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JAKE.

El viento había cambiado de dirección repentinamente, pero ya no importaba. El olor próximo de la sangre y el sonido de sus pisadas se escuchaban claramente para nosotros. El lobo que me acompañaba parecía fuera de sí; el dolor por la pérdida de su hermano estaba consumiéndolo en busca de una venganza que no me atrevía a arrebatársela. Sin embargo, sabía que podíamos estar corriendo directamente hacia una trampa, lo notaba, lo sentía.

La frialdad del aire fue aumentando a cada segundo que pasaba, mientras el cielo se tornaba oscuro y en el bosque reinaba el silencio, únicamente roto por el sonido de nuestras respiraciones.

De pronto, el olor de la sangre seca llegó a nosotros. Un gruñido furioso salió de mi garganta cuando supe que esa sangre había pertenecido a uno de los míos. Aminoramos el paso a la vez que el olor de la sangre se hacía más presente; mi compañero, frenético por encontrarlos y cobrar su venganza, miraba hacia todas las direcciones mientras un gruñido furioso salía de su garganta.

Me tensé completamente y analicé nuestro alrededor. Segundos después, la tensión se rompió a la vez que tres grandes lobos se abalanzaban sobre nosotros. 

Intentando reaccionar con rapidez, me aparté rápidamente del camino de uno de ellos y contraataqué contra el que quiso abalanzarse sobre mi compañero, derribándolo mientras él atacaba al que más sangre tenía: el asesino de su hermano. 

Rugí de dolor de repente, cuando sentí como desgarraban mi costado al atacarme por la espalda. Me obligué a alejarme de ambos lobos, gruñendo por lo bajo mientras mis músculos temblaban por el dolor. El lobo que había dejado en el suelo se levantó con lentitud mientras la sangre manchaba su cuello; maldije mentalmente. 

Clavé las garras en el frío suelo mientras los observaba y los reconocía como jóvenes lobos de mi manada. Ambos me miraban fijamente, sabiendo que no iba a permitir que se interpusieran en la pelea y que no podrían conmigo por separado. Gruñendo de furia, agaché la cabeza y me tensé completamente con intención de atacar. No iba a perdonar una traición como esta.

Me lancé contra ambos mientras la furia me golpeaba. Me lancé contra el que había derribado por primera vez y acabé por fin con su vida; a pesar de que sentí dolor por haber matado a alguien de mi manada, el arrepentimiento no duró demasiado tiempo. 

El otro lobo aprovechó para atacarme por la espalda, derribándome y hundiendo sus dientes en mi cuello. Rugí de dolor y conseguí apartarlo de mí con un movimiento brusco que desgarró mi piel. La sangre manchó mi pelaje, pero ni siquiera me importó mientras contraatacaba, tirándolo al suelo y desgarrándole el cuello, como ellos habían hecho con el joven lobo.

El silencio se hizo mortal entonces. La sangre saturaba el aire; el frío nos envolvía, pero ni siquiera era capaz de sentirlo. La adrenalina corría sin pausa por mi sangre, haciéndola manar sin control. Maldije mentalmente, sabiendo que quedaba poco tiempo antes de que mis heridas me arrastraran a la inconsciencia. 

Levanté la mirada de los dos lobos que había matado y la fijé en el lobo que me había acompañado. Acostado en el suelo frente al cuerpo del mutilado lobo que había asesinado a su hermano, maldije entre dientes y me acerqué a él lentamente. Sus ojos oscuros estaban fijos en la nada mientras la sangre manaba de una aparatosa herida del cuello. Sin necesidad de observarla más, supe que esa herida iba a matarle. Mi garganta se apretó con fuerza.

Me quedé inmóvil, viendo como sus ojos se iban apagando cada vez más rápido. Sabía que probablemente no conseguiría encontrar a las lobas si me quedaba aquí, pero no era capaz de abandonarle. La frustración ardió en mí, pero no hice nada para evitarla.

Diez minutos después, el lobo cerró los ojos y espiró su último aliento. 

Aullé entonces en su honor, desgarrando el silencio que reinaba en ese bosque, deseando que su alma encontrara el descanso tras haber cumplido su venganza.

* * * * * * * * * * * *

DIANA.

Me desperté con un gemido de dolor atascado en mi garganta. Parpadeé confusa mientras observaba la oscura habitación en la que me encontraba. Pequeña y modesta, solo contaba con la cama en la que estaba acostada, una pequeña mesilla con una vieja lámpara apagada y un armario en una esquina. 

Me estremecí entonces, recordando el último trozo de mi inconexo sueño, y creyéndolo real. ¿Ese aullido tan desgarrador podía ser imaginario? Me mordí el labio, algo atemorizada. Ese tono animal me había recordado demasiado a Jake, pero estaba segura de que esta habitación no pertenecía a ninguna casa de la aldea.

Fue entonces cuando me di cuenta de que no sabía dónde estaba. Sin embargo, no estaba nerviosa ni preocupada, y todo por la simple razón que esta cabaña olía a Rick. A mi terco Compañero. Me sonrojé.

Salí de la cama con intención de buscarle para pedirle explicaciones y me sorprendí al darme cuenta de que llevaba una camiseta que no era la mía. Mis mejillas ardieron con fuerza cuando reconocí al dueño de la misma; la vergüenza y la furia me inundaron cuando recordé por qué había perdido la mía.

Me abracé a mí misma mientras me obligaba a no compadecerme por lo que había estado a punto de ocurrirme. Rick me había salvado, y eso era lo único que importaba.

Salí de la habitación con algo de reparo. Paseé sin hacer el menor ruido por la casa, pero me sorprendí al verla vacía y a oscuras, salvo por la luz de las llamas de la chimenea. Caminé con nerviosismo hasta la puerta de entrada y me la encontré entreabierta; el sonido de su voz me sorprendió.

Me mordí el labio y salí al pequeño porche de la pequeña cabaña. El frío de la noche me golpeó, pero ese no fue el motivo por el cual me estremecí. Contuve un grito atemorizado cuando vi a Rick en medio del pequeño claro, con el lobo más grande que jamás había visto. De un color plateado, su pelaje parecía fluir como el mercurio bajo la luz brillante de la luna. Sentí miedo por Rick, pero él parecía estar tan relajado en presencia de un animal tan salvaje que no pude decir nada. 

  –Acaba con ellas –susurró Rick entonces, con una fría y mortal furia inundando su voz–. No me importa quiénes sean, quiero que paguen por lo que han hecho. 

Mi garganta se apretó al oír su enorme furia. Me estremecí cuando el lobo le gruñó, inconforme.

  – Hacedlo, o lo haré yo –continuó Rick, sin girarse y sin mirarme a pesar de que sabía que estaba allí.

El silencio se extendió por el bosque. La tensión se rompió de repente cuando, tras levantar su mirada gélida de los ojos de Rick y clavarla en mí, se giró y desapareció rápidamente entre la maleza. 

Tragué saliva mientras Rick caminaba lentamente por el claro, acercándose cada vez más a mí. Me mordí el labio con nerviosismo, jugueteando con el borde de su camiseta. Lo observé subir los pequeños escalones de madera sin decir nada.

  –Rick –susurré, apartando la mirada de su definido cuerpo. Me mordí el labio con más fuerza.

Él no dijo nada, no respondió a mi susurro. Simplemente acercó su rostro a mi cuello y inspiró lentamente. Mi cuerpo tembló con fuerza, y cerré los ojos para poder emborracharme de su olor también.

Sin embargo no me dio tiempo a hacer nada más. Apartándose de repente de mí me miró a los ojos con el ceño fruncido, reprochándome algo que no comprendía, y entró rápidamente en la cabaña dejándome sola en medio de la noche.

UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora