[30] Enemigos.

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DIANA.

Me fijé en la casi inexistente cicatriz  que tenía en la frente y sonreí. Era increíble lo rápido que cicatrizaban los vampiros, sobre todo si eran tan jóvenes como Tobías.

Miré al pequeño vampiro en silencio mientras me abrazaba a mí misma para entrar en calor. Estábamos en el bosque a poca distancia de la aldea, sentados en un enorme árbol caído mientras esperábamos al amanecer. Desde mi último encontronazo con Rick, no podía descansar bien y por eso pasaba las noches despierta, acompañando a mi pequeño amigo.

– No sé cómo ayudarla –dijo de pronto Tobías, sacándome de mis propios pensamientos. Mi estómago se apretó cuando vi al pequeño vampiro con el ceño fruncido y una expresión seria en el rostro. Ningún niño debería parecer tan preocupado por algo, ni siquiera cuando él mismo se había ofrecido para ello–. Ella se cierra completamente, y yo no... No quiero hacerle daño, Diana.

Me mordisqueé el labio mientras pensaba en alguna solución. Desde la última vez en la Enric había controlado a Amalia, Tobias no era el mismo. Se pasaba las horas pensando en una solución, intentando encontrar la manera de ayudarla sin tener que hacerle daño... Sobre todo, para encontrar la forma de expulsar a Enric de la mente de la vampiro.

  –Quizá no haya otra forma de hacerlo, Tob –le dije seriamente, observando entre los árboles como el cielo empezaba a clarear–. Quizá tengas que hacerle daño para entrar en su mente... Para ayudarla.

El joven rostro del vampiro se contrajo en una mueca.

–Mi madre me dice que no tengo que hacerle daño a los demás...–insistió él, con los ojos rojos llenos de pesar–. Dice que mi don puede ser tan malo como bueno, y que tengo que evitar a toda costa usarlo para hacer daño.

–Y tu madre tiene toda la razón –le sonreí, apartándole los pequeños mechones de la frente. Me fijé entonces en la cicatriz y mi estómago se apretó cuando pensé en las consecuencias que habría si él no lo hacía. Enric había golpeado a un niño de su propia especie... ¿Qué sería capaz de hacer contra un niño que perteneciese a los lobos?–. Pero si no entras en su mente, el padre de Amalia le hará mucho más daño de lo que tú podrás hacerle nunca. Incluso le hará daño a otra gente.

Tobias resopló y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta, pensando y recapacitando cada una de las palabras que le había dicho. Cuando volvió a mirarme, sus ojos brillaban con mil dudas. Sonreí con algo de pesar. No sabía si estaba preparada para responder todas aquellas preguntas.

  –¿Entonces está bien hacer algo malo, si al final va a ser bueno? –su ceño se acentuó–. ¿Eso es posible?

Yo me eché a reír y me incliné para darle un beso en la mejilla.

–No estoy segura, Tob. Pero es tu decisión, nadie puede obligarte a hacer algo que no quieres –me levanté del tronco caído, sintiendo el frío calándose en mis huesos. Extendí mi mano–. Pero ahora acaba de amanecer, pequeño... Y tú tienes que dormir.

 Él me la cogió y se levantó de un salto. Mientras caminábamos de nuevo hacia la aldea, sentí como me estremecía. Escuchaba la voz de Tobías, pero no era capaz de entender lo que decía. Me tensé levemente mientras me instinto me gritaba que corriese. Mi loba gruñó en advertencia.

–Corre –susurré, mirando hacia la oscuridad del bosque. Tobías me miró extrañado durante unos instantes– ¡Corre!

Tobías obedeció ante mi orden. Segundos después, un gruñido furioso rompió el aire.

Girándome con rapidez, solo tuve tiempo de observar unos fríos y furiosos ojos verdes antes de que sintiera la fría tierra sobre mi espalda y unas pesadas garras hundiéndose en mi piel. Gemí de dolor antes de caer en la inconsciencia, deseando con todas mis fuerzas que Tobías fuera capaz de llegar a tiempo a la aldea.

* * * * * * * * * * 

JAKE. 

Me levanté de la cama en silencio y sin poder dejar de observar a Amalia. Su rostro estaba hundido en la almohada y lucía cansado y demasiado pálido; su pelo se extendía por la cama como una cascada oscura. Era hermosa, incluso cuando las ojeras enmarcaban sus ojos. Mi estómago se apretó. 

Me incliné sobre ella y le besé en la frente, sintiendo como suspiraba y se inclinaba inconscientemente hacia mí. Sonreí con dolor, sintiendo como la furia volvía a recorrerme. No podía dejarla ir, no iba a ser capaz de aguantar su pérdida. Maldito fuera Enric, pero no iba a permitir que me la quitara... No lo habría permitido antes, y mucho menos ahora.

Acariciando su mejilla con lentitud, me cambié de ropa rápidamente y salí de la habitación sin hacer ruido. Amalia necesitaba descanso y después de darle aquellas malditas hojas estaba seguro de que Enric no podía tocarla... Al menos, por ahora.

Bajé rápidamente las escaleras sabiendo que me encontraría al pequeño vampiro acostado en el sofá. Todas las noches se quedaba despierto y en cuanto amanecía se quedaba dormido en el salón. Más de una vez lo había llevado a la cama y ya me estaba preparando para hacerlo... cuando no encontré a nadie allí. Ni siquiera la chimenea estaba encendida, y eso despertó cada alerta en mí.

Caminé hacia la entrada y esperé encontrarme con el abrigo del vampiro. No lo hice, y tampoco estaba el de Diana. Maldije. Subí a las habitaciones y no encontré a nadie; busqué a Marie en su despacho y en su habitación, sin encontrarla.

¿Pero es que no había nadie en la maldita aldea?

De pronto, el rostro de Rick apareció en mi mente. Él debía saber dónde estaba su madre; sobre todo, él podría ayudarme con esto. Salí rápidamente de la casa y corrí hacia la cabaña más alejada de todas. Cuando llegué, ni siquiera tuve que llamar a la puerta antes de que se abriera.

Rick me miraba con el ceño fruncido y un gruñido molesto resonando desde su pecho. 

  –¿Qué? –preguntó seriamente, con su frialdad natural. Sin embargo, había algo extraño en él: sus ojos plateados brillaban con un salvajismo que era algo nuevo en él. ¿Dónde estaba aquella paz calmada que tanto le definía?

Mi lobo enseñó los dientes, molesto con el trato tan agresivo. Intenté ignorarlo.

  –Diana y Tobías. No están, y hace horas que ha amanecido –apreté la mandíbula y me temí lo peor–. No encuentro a tu madre, tampoco.

Los ojos plateados parecieron agitarse.

  –Mi madre ha salido para investigar el rastro que encontré días atrás. Varios lobos se dirigían hacia aquí –él gruñó y frunció el ceño–. Al parecer, están más cerca de lo que creí.

  Mi estómago se apretó de preocupación y furia. 

–¿Crees que han sido ellos los que han hecho algo con Diana y Tobías? –pregunté apretando mis puños.

El silencio se extendió entre nosotros durante unos segundos. La tensión creció y pronto recordé la imagen del enorme lobo plateado: su imagen. Su tono fue calmado como el mar... antes de estallar una tormenta.

–Sí. No me cabe ninguna duda. 

 


UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora