[19] El juicio.

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JAKE.

Apreté los dientes para no gruñir mientras observaba a mi padre fijamente, sentado en la silla central de aquella sala de juicios. Él, con sus ojos negros y con la seriedad en su rostro, parecía tan lejano como cualquiera de los otros lobos que habían pasado toda su vida junto a mí y que ahora estaban aquí para ver cuál sería mi destino.

La manada se había reunido en aquella enorme sala con un solo propósito: castigarme. Sin embargo, estaba seguro de que la decisión que tomaría después de esta noche no cambiaría. Iba a irme. Iba a seguir a Amalia. Y me importaba bien poco las consecuencias que eso pudiese traerme.

  –Jake –dijo de pronto mi padre, haciendo callar los murmullos que había en el fondo de la sala– ¿Eres consciente de lo que has hecho?

No respondí aunque sabía la respuesta. Él apretó la mandíbula, furioso.

–Has atacado a tu Alfa. Has atacado a tu padre... ¡Me atacaste por una vampiro! –gruñó furioso, levantándose y acercándose a mí. Cuando estuvimos a sólo unos pasos, no pude evitar levantarme del suelo y anclar mi mirada en la suya– ¿Cómo te has atrevido a...?

–Es mi Compañera –le espeté, intentando controlar la ira y el dolor que sentía. ¿Es que no era capaz de entender el por qué? ¿No era capaz de recordar lo que se sentía por su verdadera mitad?– ¡Tú mejor que nadie deberías entenderme, después de haber perdido a tu verdadera Compañera!

Mi padre se tensó como una cuerda, furioso y dolido. La Manada entera enmudeció ante mis palabras y aunque sabía que me había pasado al nombrar a mi madre, no iba a retirar lo que había dicho.

  –Jake –imploró de pronto Alessandra, saliendo de entre los lobos. Los ojos blancos de la anciana brillaban con dolor y pesar, sufriendo al ver como me peleaba con mi padre–. Eso no es justo...

Cerré los ojos, inspirando lentamente para poder tranquilizarme. Cuando volví a abrirlos los clavé en los de mi padre y pude observar el enorme dolor que mis palabras habían despertado en él. Apretando la mandíbula con fuerza y por pura fuerza de voluntad, agaché la cabeza y clavé la rodilla en el suelo en señal de respeto. A pesar de todo, no pude contener el gruñido furioso de mi lobo.

 –Serás castigado por atacarme, Jake–dijo mi padre con el ceño fruncido. Habían pasado varios minutos de largo silencio en los que él había estado observándome fijamente, preguntándose qué podía hacer conmigo. Me contuve para no bufar cuando escuché una exclamación exagerada de Corina.

  –¿Solo le vas a castigar por atacarte? ¡Su estúpida zorra me atacó también a mí! –gritó ella, furiosa–. Merece la expulsión, pa...

Un gruñido amenazante rompió sus estúpidas quejas, y casi me sorprendí al darme cuenta que había salido de mí.

  –No vuelvas a insultar a mi Compañera, Corina –le advertí en un tono ronco y bajo de voz, furioso. Mis manos se habían convertido en garras de manera inconsciente, y estaba clavándome mis propias uñas en la piel para poder controlarme. Quería su sangre–. O será la última vez que hables, ¿me has entendido?  

Cuando clavé mi mirada en ella, sus ojos se abrieron de par en par, asustados. La tensión era casi palpable cuando ella asintió rápidamente. Segundos después, había conseguido retraer mis garras pero el olor de mi sangre bailaba en el aire.

 –Aceptaré el castigo que me impongas, padre, pero mañana por la noche me iré –dije seriamente, poniéndome de nuevo en pie–. Debo estar con Amalia.

Mi padre se quedó en silencio, con el ceño fruncido y una extraña expresión en el rostro. Suspirando, alzó la voz para dirigirse a los demás y dijo:

–¡Que todo el mundo salga, ahora! 

La conmoción brilló en el rostro de todos al darse cuenta de que iba a ser mi padre el que me castigara. Yo también me sorprendí pero no dije nada; lo aceptaría. 

  –Andrew... –suplicó Alessandra, acercándose a nosotros mientras los demás salían lentamente de la enorme y fría sala–. No lo hagas, perdónale...

–Madre –interrumpió él sin mirarla–. Vete, por favor.

Alessandra apretó los labios en una fina línea, molesta con su hijo. Mirándome a mí, agradecí cuando posó su mano sobre mi brazo en señal de apoyo.

  –Ven a verme cuando termine todo esto, hijo.

No le respondí mientras la veía salir de la sala, pesarosa. Me tensé inconscientemente cuando Corina pasó por mi lado, susurrándome con burla:

–Prepárate, idiota. Vas a sufrir.

Gruñí con molestia. Cuando la sala se quedó por fin vacía, miré hacia mi padre y, a pesar de que tenía el dolor refulgiendo en su mirada, la decisión estaba tomada.

Esta noche iba a ser muy larga. 

* * * * * * * * * * * *

Me dejé caer bocabajo sobre la cama con un profundo gruñido de dolor. Mis músculos temblaban por la enorme presión a la que les había sometido, mi garganta picaba por los gritos que había aguantado, mi espalda ardía por las enormes heridas que habían sido abiertas con fuerza.

El sol empezaba a clarear el cielo, iluminándolo y haciéndome saber que había pasado toda la noche en aquella sala. Gruñí de nuevo cuando un nuevo rayo de dolor me recorrió el cuerpo; maldije. Ni siquiera tuve tiempo de moverme cuando la puerta de la habitación se abrió, y un jadeo de incredulidad se extendió por toda la habitación.

  –¿Cómo ha sido...?

–Abuela –refunfuñé, mirándola con los ojos entrecerrados. El cansancio me estaba matando, pero el dolor me impedía dormir. Sin embargo, ver las lágrimas contenidas en los ojos blanquecinos de mi abuela fueron suficientes como para pedirle que se marchara a pesar de que necesitaba su ayuda–. Vete, por favor. Me curaré con el tiempo.

–¡Eso no tiene nada que ver, niño, estas heridas necesitan atención! –se quejó ella, apartándose las lágrimas de un manotazo y acercándose a mí con lentitud. Dejando aquel enorme bolso a sus pies, sacó todo lo que necesitaba para limpiar las heridas y frunció el ceño–. Tu padre no debió hacer esto, ha sido demasiado.

–Abuela no es para tanto –mentí intentando que mi tono de voz no cambiase al notar como empezaba a deslizar las pequeñas gasas por las heridas–. Sabes que en un par de días estaré como nuevo.

–Jake –me interrumpió, frunciendo el ceño–. Que no sea capaz de ver las heridas no significa que no las note. Siento tu dolor, ese es mi don... ¡Y no te atrevas a hacerte el duro delante de mí, niño! 

Yo resoplé y apreté las sábanas entre mis manos, notando como un frío sudor se extendía por mi cuerpo.

  –Está bien, Alessandra –susurré con dolor, preparándome para que–. Solo cura las heridas. Esta noche tendré que irme.



UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora