[35] Interno.

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AMALIA.

El dolor cada vez era más insoportable. Sentía mi cuerpo manchado por la sangre de aquella nueva víctima; los gritos de dolor se clavaban en mis tímpanos como dagas afiladas. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras era una espectadora silenciosa y obligada de aquella horrible tortura.

La joven loba que tenía delante de mí, encadenada, gritaba de dolor mientras la sangre manaba continuamente de sus heridas. Tenía el pelo rapado y la sangre le empapaba el rostro, y era únicamente limpiada por sus lágrimas. 

Las quemaduras, los cortes, los desgarros... Había pasado tanto tiempo desde que había empezado aquella tortura que no era capaz de encontrar un trozo de su piel que no estuviese herida. Mi mirada se quedó clavada entonces en el cuello de la chica. Mi estómago se revolvió al ver los enormes desgarros de piel por culpa de los colmillos. ¿Cómo podía mi padre haber hecho todo esto? ¿Cómo podía haber hecho alguien algo tan atroz?

Intenté tomar el control de nuevo, intenté moverme o apartar la mirada, pero todo fue en vano. Sentí como mi cuerpo se estremecía por el dolor; de pronto, una risa fría me distrajo momentáneamente de los gritos que aquella loba producía.

  –Es fantástico, ¿no crees? –sentí su voz fría y sin emociones envolviéndome. Me estremecí y el terror me inundó–. Saber que se tiene el poder para arrebatarle la vida a otro, es lo mejor que has sentido nunca, ¿a que sí? 

 Sentí la bilis quemándome la garganta. Si no hubiese sido porque tenía los dientes tan apretados para no gritar, le hubiese dicho que le odiaba. Aunque estaba segura de que eso él ya lo sabía.

La visión de aquella chica desapareció entonces, y sentí como si cayese sobre el suelo negro. A pesar del sudor que cubría mi piel por todo el esfuerzo que había hecho para tomar el control, todavía sentía aquel contacto gélido que me recordaba continuamente que jamás había sido libre.

  –Conseguiré salir de aquí –le susurré, sin poder levantar la mirada. Me temblaba la barbilla por el miedo, pero las palabras de Jake no dejaban de volver una y otra vez a mi mente. Por ese recuerdo, fui capaz de ponerme en pie–. No dejaré que me controles, no dejaré que me hagas daño... ¡Prefiero morir antes que dejar que me controles!

 La fría risa de Enric volvió a estremecerme.

  –¿Te crees que porque un estúpido perro te haya dicho que puedes conmigo, va a ser verdad? Incluso después de morir, incluso con el insignificante poder que tengo ahora, podría destruirte a ti sin pestañear –apreté los dientes cuando sentí como las cadenas invisibles que me atrapaban se tensaban y me obligaban a caer sobre mis rodillas, con los brazos en cruz–. Eres tan débil que hasta me avergüenzas. Debería haber matado a aquel estúpido lobo cuando tuve ocasión, no te entregó nada de utilidad en vuestra Unión.

El miedo recorrió mi estómago. Me mordí el labio y alcé la mirada, mirando hacia la enorme oscuridad que me envolvía, pensando en la ocasión de la que hablaba. Pronto, recordé cuando tomó control de mi cuerpo mientras Jake estaba indefenso. El terror quemó mi pecho. ¿Esa había sido la razón por la que no lo mató? ¿Quería conseguir algo con nuestra Unión?

  –Jake no te permitirá hacer lo que sea que quieres hacer –susurré, con las lágrimas desbordando mis ojos–. Aunque controles mi cuerpo después de mi muerte, no seré yo. Él te matará antes de que le hagas daño a alguien.

Las cadenas se tensaron un poco más. El dolor se extendió por mis brazos, pero me contuve para no gritar.

–Él no será capaz de matarme... porque no tengo pensado matarte, hija.

Aquellas palabras, a pesar de que debían de ser un alivio, solo empeoraron mi miedo. Empecé a temblar sin control cuando delante de mí empezó a aparecer su imagen, él. Como si estuviese creado por una densa niebla, su rostro era deforme y parecía desgarrado; lo único que era capaz de ver con claridad era la mitad de su cara y el brillo perverso y psicópata de su mirada.

 Sabía que no debía preguntarle por aquellas palabras. Sabía que ni siquiera debía plantearme todo lo que significaba, pero no fui capaz de silenciarme. 

  – Entonces... ¿qué vas a hacer conmigo? –susurré, con la garganta apretada y el corazón acelerado.

Una sonrisa asesina apareció en él.  

  –Me reservé aquella última tortura para justamente este momento, Amalia –sentí como me obligaba a girar el cuello, descubriendo mi piel. Grité de terror cuando me di cuenta de lo que quería hacer. No, no, no–. Te mantendré aquí para siempre, me alimentaré de tu sangre y adquiriré todo el poder que perdí...

Sentí una brisa fría rozando mi cuello. Segundos después, me di cuenta de que se trataba de su respiración.

–No, no, no... –susurraba entre lágrimas, suplicando que algo ocurriera.

Cuando sentí una punzada de dolor recorriendo todo mi cuerpo y un grito inhumano rompió el silencio, aquel mundo pareció desvanecerse por un instante.

* * * * * * * * * * * * * *  

JAKE.

Volví a estremecerme, y no estuve seguro de por qué. Sentía una presión dolorosa en el pecho, pero me obligué a mí mismo a centrarme en lo que tenía entre manos. No podía hacer otra cosa de lo que estaba haciendo, la única opción que me quedaba para proteger a Amalia era alejar a Corina y a Marcella de allí... Sin embargo, todavía teníamos que encontrar a Diana y a Rick.

Carlo, transformado en un lobo de color marrón, corría a poca distancia de mí, sin intención de huir pues sabía que era una estupidez. Llevábamos media hora corriendo sin descanso, pero cada vez notaba más cerca el leve olor de Diana... junto con una extraña sensación que me hacía gruñir en advertencia.

Cuando estuvimos cerca, entendí por qué. Salí primero entre la maleza, acercándome al par de cuerpos de los lobos que estaban desgarrados y casi mutilados. Acercándome con cuidado a ellos, distinguí el leve olor de Diana en uno de ellos, el que lucía un enorme arañazo en el rostro. Fijándome mejor en el enorme desgarro de su cuello, distinguí un matiz salvaje que solo podía pertenecer a Rick. Al instante, me relajé. Rick no podría haber permitido que nada le ocurriera, y noté como el peso de la preocupación por Diana desaparecía.

Ahora, solo quedaba encontrar a Corina y Marcella... Y estaba seguro de que quedaba muy poco para eso.

Gruñí lo suficientemente alto para que los otros lobos me escucharan. Al instante seis lobos, contando con Carlo y Jacques, aparecieron delante de mí. Mis ojos se clavaron en los del traidor y gruñí furioso cuando casi vi la lástima en su mirada por sus compañeros caídos. El lobo apartó la mirada.

Escuché el gruñido molesto de Jacques cuando descubrió que Rick había llegado antes que nosotros; cuando intentó seguir el rastro, me interpuse en su camino y negué levemente con la cabeza. Él no debía meterse en eso, no después de lo que era capaz de hacer Rick si se descontrolaba.

Prosiguiendo la marcha tras ordenar a Jacques y a otro de los lobos que regresaran a la aldea con Carlo, los restantes nos movimos lentamente durante media hora más, siguiendo el leve rastro de las lobas.

Cuando llegamos a una pequeña y perdida cabaña del monte, no pude evitar gruñir de satisfacción. Sentí como mi lobo se erizaba por la proximidad de ambas.

Muy pronto les demostraría que no me importaba quiénes fueran, o quiénes se creyesen que eran. No iba a permitir que amenazaran ni a mi mejor amiga, ni a mi Compañera. 


UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora