[40] Pena.

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AMALIA.

Muerta. 

Estaba segura de que estaba muerta. 

La oscuridad, el silencio, la frialdad... todo me demostraba que estaba en lo cierto. Las lágrimas se acumularon tras mis párpados, o así lo sentí. No podía oír nada, no podía ver nada. Por mucho que intentase abrir los ojos, parecían estar cerrados con gruesas cadenas; la frialdad parecía haberlos congelado. 

El miedo, tan conocido ya en mí, se extendió por mi pecho como un lento virus, infectándolo todo y haciéndome delirar. ¿Aquello que olía era sangre? ¿Mi padre había conseguido su propósito? ¿Había acabado con nosotros?

Entonces, recordé a Tobías. Su rostro aniñado apareció en mi mente, sus ojos grandes y curiosos, su sonrisa fácil y su trato cordial, y recordé entonces los últimos segundos que pasé con él antes de caer en la inconsciencia. ¿Estaría bien? ¿Enric le habría hecho mucho daño? Con solo pensar en eso, mi corazón se marchitó. No podía, no quería imaginar lo que le habría podido pasar, lo que Enric, en venganza, hubiera podido hacerle. Era demasiado horrible como para siquiera pensarlo.

Sentí entonces como me sacudía un escalofrío por todo el cuerpo. Como una corriente eléctrica, pareció quemar mi piel. Grité de dolor sin saber por qué. ¿Qué era aquello que me hacía tanto daño? ¿Por qué parecía como si mi cuerpo, como si mi mente, estuviese tan vulnerable que cualquier roce me mataba? Dejé que las lágrimas corrieran entonces, sin querer evitarlas y sin poder hacerlo. Incluso después de morir, iba a estar sufriendo.

Sin embargo, había algo que no podía quitarme de la mente. Era lo único que me daba luz, lo que me daba algo de consuelo... Y era el aroma único de Jake. Parecía flotar a mi alrededor como una manta que no se despegaba de mi piel. Jake. Cerré los ojos y me dejé llevar por aquel olor, a pesar de que no podía aliviar mi dolor, era algo que mi padre jamás podría arrebatarme: mi Unión con él.

Pensar en el dolor que mi muerte le estaba causando, me dañó. Pensar que jamás volvería a verle, me desarmó. Pensar que Enric podría hacerle daño, me mató a pesar de estar segura de que ya lo estaba. Porque lo estaba, ¿no? 

El tiempo se me hizo eterno mientras me replanteaba aquella difícil pregunta. ¿Habría muerto? ¿Mi padre me había asesinado? ¿Esto era lo que había después de la muerte, la nada? 

Y, si la respuesta no era correcta, ¿qué es lo que estaba pasando conmigo? ¿por qué no despertaba? ¿qué había ocurrido con Tobías?

Y lo que más me preocupaba, lo único que quería saber con certeza: ¿volvería a ver a mi Compañero de Vida?

* * * * * * * * * * * * * * * * 

JAKE.

No podía ser cierto.

No, no, no. ¡Maldito fuera yo! ¡No!

Apreté los dientes para no gritar de dolor al ver el cuerpo pálido y frío de Amalia, casi sin vida, sobre la cama en la cual la había dejado durmiendo veinticuatro horas atrás. Solo había pasado un maldito día, y la muy condenada había conseguido meterse en mil problemas.

Las lágrimas picaron tras mis párpados.

  –Condenada vampiro –susurré con dolor, sentándome en el borde de la cama, acariciando su rostro y depositando un suave beso en sus labios, desesperado por una respuesta que no llegaba– ¿Cómo puedes hacerme esto ahora, Amalia? ¿Por qué? 

Mi garganta se apretó con fuerza mientras oía sus casi inexistentes latidos. Quise gritar por la injusticia de esto. La dejé sola para intentar protegerla de Corina y Marcella, pero no sirvió de nada... ¡Mierda!

  –Jake –susurró de pronto una suave voz. No levanté la mirada de Amalia, obsesionado, mientras Marie entraba en la habitación con cautela. Notaba la mirada de la Alfa clavada en mí, pero no me importaba nada. Lo único en lo que quería pensar ahora era en Amalia, en cómo había podido ocurrir todo esto en tan poco tiempo–. Deberías ir a la enfermería, nuestro sanador está allí cuidando de...

Marie se quedó en silencio cuando un gruñido amenazante salió de mi garganta. ¿Quería que me alejara de Amalia de nuevo? ¿Es que estaba loca?

–No pienso alejarme de ella de nuevo, Marie. Puedes irte –espeté con dureza, descargando mi ira sobre ella. Sus ojos plateados brillaron momentáneamente con molestia, pero se serenó con rapidez. Ella apretó los labios con fuerza.

–Te estás comportando como un niño, Jake. Has vuelto hace una hora, y estás a punto de desmayarte por la pérdida de sangre... ¡Ve a la enfermería! –dijo ella entonces, cruzándose de brazos. La miré fijamente, sintiendo unas terribles ganas de pelear con ella. ¡Maldita sea, la ira estaba quemándome por dentro!–. Piensas que es tu culpa que esto haya ocurrido, ¿no?

–Ha sido mi culpa –le grité con furia– ¡Mi puta culpa! ¡Nunca debí perseguir a aquellas dos, joder! 

–¿Y qué piensas que podrías haber hecho aquí, lobo? –Marie se acercó a mí, posando su mano en mi hombro para intentar consolarme... Sin embargo, no merecía que lo intentara. Me aparté de ella–. Hiciste lo único que podías hacer para proteger a tu Compañera. Y lo hiciste bien. 

–Ella está al borde de la muerte –gruñí entre dientes. 

El rostro blanco de Amalia, sus labios agrietados, sus huesos demasiado marcados, la sangre seca de la almohada... Todo. Todo la hacía parecer muerta; ciertamente, casi lo estaba. Y eso estaba volviéndome loco.

  –Ella está viva. Ella sobrevivió. Solo déjala sanar, lobo–su voz fue dulce y cálida, como el de una madre. Por un momento, recordé el rostro difuso de la mía y me sentí fuera de juego. 

–No quiero que me odie por no protegerla–susurré con los ojos cerrados, apretando suavemente la fría mano de mi Compañera. Me aterraba pensar en eso–. Le prometí que combatiríamos a Enric juntos, y yo...

 Escuché la suave carcajada de Marie. La miré con seriedad, mientras ella sonreía con dulzura y me miraba como si fuese un niño al que le quedaba mucho por aprender.

  –Tú estabas con ella, lobo –sonrió todavía más cuando fruncí el ceño–. Cuando hay una Unión, Jake, no importa en qué lugar esté cada parte, pueden estar en cada punta del mundo, que siempre estarán juntos, ¿lo entiendes?

Su rostro brillaba con una expresión agridulce. Sus ojos plateados parecían estar gritando de dolor por algo que ocultaba en su interior, pero también brillaban con la decisión de guardar ese secreto hasta su muerte. Pronto, esa expresión cambió y volvió a la seriedad que le caracterizaba.

Tragué saliva mientras recapacitaba aquellas palabras. Marie caminó lentamente hasta la silla en la que había estado sentado Tobías veinticuatro horas atrás. Mi pecho se apretó de desconcierto por el pequeño, y me pregunté dónde estaría y por qué no había sabido nada de él.

  –Ve a la enfermería –me ordenó Marie con seriedad y algo de pena en su voz, dándose cuenta de mis pensamientos–. Allí lo sabrás.

Me quedé en silencio, tenso. ¿Qué quería decir con eso? 

UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora