[41] Sueño eterno.

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JAKE.

Ni siquiera sentía las frías manos del sanador mientras me vendaba las heridas, ni siquiera sentía ya el dolor por ellas... Lo único en lo que podía pensar era en Tobías... en el pequeño vampiro que estaba acostado sobre una camilla, con sus ojos cerrados como si estuviera encerrado en un profundo sueño.

Del que no parecía querer despertar.

  – ¿Qué es lo que le ocurre? –susurré con la garganta apretada, sintiéndome como una mierda por haberle pedido a alguien tan joven como él que cuidara de Amalia. Maldito fuera, todo esto era por mi culpa.

El sanador le lanzó una rápida mirada al vampiro y suspiró con pesar antes de volver con su trabajo. Mientras apretaba las vendas, su rostro brillaba afligido.

–Sinceramente... no lo sé. Su cuerpo está en perfecto estado, pero todavía no puedo entender por qué no despierta. He intentado de varias maneras devolverle a la consciencia, pero parece imposible –cuando terminó de fijar las vendas, miró fijamente al vampiro, como si fuera un enorme rompecabezas que deseaba resolver–. Es como si estuviera en coma, como si no quisiera despertar.

  – ¿Por qué está así? –gruñí, con los puños apretados.

  –Supongo que lo que todos temíamos, sucedió –dijo él simplemente, recogiendo sus materiales y guardándolos cuidadosamente–. Enric era un vampiro muy poderoso, pero puede ser que este niño junto con tu Compañera, han sido capaces de derrotarlos –el silencio se hizo pesado mientras recapacitaba sus palabras.

Aquellas palabras fueron como dagas en mi corazón. Hasta ahora no me había podido replantear lo que significaba aquello, lo que tanto Amalia como Tobías habían tenido que pasar durante veinticuatro horas. Ellos se habían enfrentado al mayor peligro que ambas razas habían tenido en siglos. Ellos solos... Y parecían haber ganado... a un alto precio.

La culpa me carcomió. Me puse la camiseta mientras me sentaba en una silla que había al lado de la camilla de Tobías; el vampiro, en total diferencia con Amalia, no parecía haber sufrido ningún daño externo... Pero sí psíquico. Maldije entre dientes.

–¿No hay forma de curarle? –pregunté en voz alta mientras miraba fijamente al sanador, esperando una respuesta que yo mismo conocía.

El sanador se quedó en silencio, recapacitando... hasta que negó con la cabeza.

–Si hay una manera de sanarle, no está aquí... Yo no tengo las habilidades suficientes como para entrar en su mente y comprobar el estado en el que se encuentra –el viejo hombre negó con la cabeza con cansancio–. Quizá en Keros, la capital de los vampiros, pueda haber alguien que encuentre una solución. Por ahora, no la hay.

Mi pecho se apretó por la enorme injusticia y sentí de pronto todo el cansancio acumulado de las pasadas horas. Me levanté de la silla y me acerqué al vampiro. Inclinándome, besé su frente y maldije interiormente, sintiendo una dolorosa presión en el pecho. 

  Sin poder decir nada más, salí de la enfermería sintiéndome más solo que nunca. Tobías estaba inducido en un profundo sueño; Rick y Diana estaban desaparecidos; Alessandra no podía reconfortarme con sus palabras; y Amalia, la vampiro que me tenía obsesionado desde que la vi por primera vez, estaba acostada en su habitación tras haber combatido mentalmente con su padre y haber ganado... a un alto precio. Maldije de nuevo.

 Llegué a la habitación de Amalia y me encontré a Marie todavía allí. La Alfa se levantó del sillón y me miró fija y seriamente; el ambiente se espesó.

  –Dentro de un semana tendremos una nueva reunión de Alfas, a la cual debes asistir para hablar de todo lo que ha ocurrido aquí –ordenó con voz dura a pesar de que sus ojos eran gentiles–. Cuida de Amalia y quédate con ella el máximo tiempo posible, ella... parece mejorar cuando tú estás aquí.

Aquellas palabras aliviaron un peso que ni siquiera sabía que tenía sobre mis hombros. No respondí a nada más mientras la Alfa abandonaba la habitación y me dejaba a solas con mi moribunda Compañera.

 Me acosté a su lado, acariciando las hebras negras de su pelo y sus mejillas pálidas y delicadas. Cerré los ojos con fuerza mientras inspiraba su aroma único; me sentí rehabilitado por unos segundos... hasta que el olor de la sangre se mezcló cruelmente con su aroma. Gruñí y abrí los ojos de nuevo.

 Sin poder evitarlo, acurruqué el frío cuerpo de Amalia junto al mío, desesperado por devolverle algo de calidez y brillo a su piel. 

  –Vamos, mi chica terca, despierta... Recupérate –le susurré al oído con los ojos entrecerrados, acariciando con mis labios su oreja–. No me hagas esperar mucho, ¿eh...?

Besé delicadamente su mejilla, con miedo de poder hacerle daño, y cerré los ojos de nuevo. Esta vez, con intención de conciliar un sueño... que no llegó hasta horas después.

* * * * * * * * * * * * * * 

DIANA.

Me relamí nerviosa los labios mientras observaba la primera línea de árboles, en busca de Rick. Estaba empezando a odiar quedarme a solas, y no quería pensar en el por qué. El miedo me hizo estremecer, de nuevo.

  –Por favor, aparece –susurré con el corazón agitado y con las lágrimas picando tras mis ojos.

Me tensé cuando una ráfaga de viento me golpeó en el rostro, pero rápidamente me obligué a recomponerme. Cerré los ojos con fuerza y me abracé a mí misma.

<<No, no, no, no. No pienses en eso, Diana. No lo recuerdes. No lo recuerdes.>> 

Me repetía una y otra vez esas palabras mientras apretaba los dientes. Los fríos recuerdos de aquellas ásperas manos volvieron a mí, la sensación de estar atrapada y sola, las arcadas, la ira... 

Grité de pronto y me aparté de un salto, abriendo los ojos con el miedo bombeando en mi corazón. Con la respiración agitada y al borde de las lágrimas, me sentí estúpida al ver a Rick delante de mí con solo su pantalón a pesar del frío que hacía. No pude decirle nada mientras él me repasaba lentamente con su mirada. ¿Quién había creído que era? ¿Cómo había podido asustarme de él? Su rostro pareció brillaron con una salvaje furia por un momento.

  –Debería haberlo hecho yo –espetó entre dientes con un gruñido atascado en su garganta. 

 –¿Qué?–susurré con la voz ahogada, desconcertada. ¿Qué era lo que él debería haber hecho?

Cerró los ojos con fuerza durante varios segundos; cuando volvió a fijar aquella marea plateada de nuevo en mí, brillaban con su seriedad habitual. 

  – ¿Qué haces aquí fuera? –preguntó él, ignorándome.

Apreté los labios en una fina línea, negándome a expresarle mis miedos a alguien que no quería aceptar los sentimientos recíprocos que sentíamos. 

  –Me aburría –mentí entre dientes, girándome y empezando a caminar hacia el interior de la cabaña. Sentí su mirada fija en mí; segundos después, a pesar de que no oía sus pisadas, sabía que me seguía. Sonreí levemente reconfortada por la seguridad que él me entregaba–. Debemos volver a la aldea pronto, Rick. Llevamos dos días fuera y...

–Mientes –me interrumpió él, agarrándome de la muñeca y obligándome a parar cuando estábamos en el porche. Sus ojos plateados brillaban seriamente con la total intención de encontrar la verdadera respuesta. Maldije su terquedad.

  –No lo hago –repuse mientras apartaba la mirada. La presión aumentó rápidamente, su olor me envolvió como una manta cálida. Me mordí el labio mientras él se acercaba cada vez más.

Rick se quedó en silencio, con los ojos entrecerrados y mirándome como si quisiera abalanzarse sobre mí. Casi le grité que lo hiciera, que soltara sus propias correas por primera vez.

Y cuando estaba segura de que iba a hacerlo, un fino aullido rompió el silencio. Una advertencia. Un recordatorio. Una amenaza. No estuve segura de cuál de ellas fue, pero estaba segura de que fue por culpa de ese aullido que Rick volvió a apartarse de mí.

Me mordí el labio con fuerza mientras él entraba en la cabaña rápidamente, dejándome sola allí. Resoplé. Estaba empezando a odiar cuando hacía eso.   

 

UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora