[29] Más problemas.

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RICK.

Apreté la mandíbula con fuerza, sin llegar a comprender por qué me sentía así. Me dolía el pecho y sentía unas irremediables ganas de golpear a mi hermano desde que le vi intentando ligar con Diana la tarde pasada. Aún después de todo un maldito día, seguía notando todo aquello que me había negado a sentir. Estaba empezando a pensar que regresar no había sido una buena idea.

  –Rick –escuché el tono dulce y calmado de mi madre sacándome de mis pensamientos. Levanté la mirada hacia ella y clavé mi mirada en la suya, del mismo color plateado– ¿Estás seguro de lo que me has dicho, hijo?

Yo me quedé en silencio. No hacía falta responder algo que ella ya sabía: yo no mentiría sobre esto. Sobre todo, no habría vuelto a la aldea tan pronto si no hubiese encontrado aquel rastro. Ella suspiró.

–En ese caso, será mejor que envíe a un pequeño grupo a investigarlo. Si estás en lo cierto, puede que ya no solo tengamos que tener cuidado con Amalia, sino con los que nos están vigilando –su ceño se acentuó, y soltó un suspiro cansado.

Asentí levemente sin intentar incluirme en ese grupo. A pesar de que tenía curiosidad por saber quienes eran aquellos lobos que habían entrado en nuestro territorio sin permiso, no quería arriesgarme más al transformarme delante de los otros. Ya no había nada más que hacer, así que me giré con intención de salir de su despacho cuando escuché como me llamaba, susurrante. Cuando volví a fijar mi mirada en ella, tenía la mirada algo húmeda. La observé tragar con dificultad.

  –¿Cómo está? 

Su pregunta fue vacilante. La incomodidad reinó en el aire. Pronto, una imagen de aquel enorme lobo plateado que era mi padre llenó mi cabeza. Me tensé levemente cuando sentí una punzada de dolor.

– Él está como siempre, madre –le dije con seriedad, cruzándome de brazos–. Y los otros también.

Ella se quedó callada con la mirada perdida y sumida en sus propios recuerdos. Sin decir nada más, salí del despacho y cerré con cuidado la puerta a pesar de que estaba apretando el pomo con demasiada fuerza.

Contuve el gruñido que mi lobo estaba deseando dejar escapar. No podía dejar que él tomara el control, no aquí. No ahora. Intentando contener todas las emociones que sentía, salí a la calle con rapidez y maldije cuando me encontré con lo último que quería ver.

  –Rick –dijo Jacques con voz fría. La falsa simpatía que rebosaba en su voz normalmente no me enfurecía. Hoy, al ver a Diana a su lado, lo hizo. Gruñí–. Qué bien que hayas vuelto, ¿cómo está nuestro salvaje favorito? 

Me quedé callado, intentando controlar a mi lobo. Cada vez me era más difícil aguantar a aquel idiota; hoy estaba a punto de rebosar la línea y de demostrarle por qué no debía meterse conmigo. 

  –¿De qué estás hablando? –preguntó Diana con desconcierto.

Me fijé en ella sin poder evitarlo. Tenía las mejillas y la nariz rojas por el frío, sus ojos dorados brillaban con desconcierto y su melena negra enmarcaba su rostro de manera perfecta. Me obligué a apartar la mirada.

–De nada –espeté entre dientes, furioso con Jacques. Diana no tenía por qué enterarse de nada, no tenía que relacionarse con ese maldito tema–. No te metas en esto, Diana.

Me intenté convencer a mí mismo de que no sentí nada cuando sus ojos brillaron con dolor y furia. Observé como apretaba los labios en una fina línea, clara señal de que había herido su orgullo. Apreté la mandíbula cuando me di cuenta de la pequeña sonrisa victoriosa que puso Jacques cuando ella se marchó sin decir ni una palabra más.

– Quizá es mejor así –me susurré a mí mismo mientras veía a Jacques seguirla con rapidez.

Sin embargo, mi lobo no parecía estar de acuerdo con eso. El dolor de cabeza aumentaba a cada tirón que daba, con cada insistencia de tomar el control.

Antes de hacer alguna estupidez o locura, caminé rápidamente hacia la pequeña casa que era únicamente mía. A cada paso que daba me costaba más y más el poder contenerme; cuando llegué por fin, una fina capa de sudor me recorría la espalda. No pude contenerme más.

Grité.

* * * * * * * * * 

AMALIA.

Desperté con la respiración de Jake acariciándome el rostro. Me sonrojé levemente pero no pude evitar sonreír. Estaba feliz por estar así, me sentía completa por fin... Y ni siquiera el enorme dolor de cabeza podía manchar mi felicidad. 

Sentí de pronto la caricia de su mano en mi mejilla y sonreí todavía más. Alzando la mirada de su pecho, me encontré con aquel par de gemas doradas que me miraban fijamente. Jake sonrió lentamente.

– ¿Cómo te encuentras? –preguntó en un susurro, sin dejar de acariciar mi mejilla. El tono ronco y suave de su voz me hipnotizaba.

Me reí levemente.

–Estoy perfecta, Jake... Ahora sí –intenté contener una mueca cuando sentí una punzada de dolor atravesándome la cabeza. 

Cuando su rostro se contrajo de dolor, supe que no me había creído. Quizá lo hubiese hecho si mi nariz no hubiese empezado a sangrar, de nuevo. El dolor se hizo más pesado cuando me obligué a mí misma a levantarme de la cama y caminar con rapidez hasta el baño.

–Amalia... –la voz de Jake me siguió como un susurro, una extraña petición de que le dijera realmente lo que me ocurría. Pero, ¿cómo podía llegar a explicarle cómo me sentía? 

El dolor era increíble, cada vez lo sentía con más claridad... Sin embargo, me sentía mejor que nunca. No sabía como podía decirle lo mucho que me había entregado con nuestra unión, la enorme paz que había encontrado en él. Sobre todo, no podía decirle que sentía la muerte cada vez más cerca... Y con ella, la presencia de mi padre. Me estremecí.

Miré mi reflejo en el espejo y tuve que contener un jadeo. La enorme camiseta de Jake estaba manchada del continuo flujo de sangre que escapaba de mi nariz.  Cerrando los ojos con fuerza, me mordí el labio y abrí el grifo del agua al máximo para intentar enmascarar el gemido de dolor que estaba reteniendo en mi garganta.

  –Amalia –la voz de Jake sonó más firme, al otro lado de la puerta. Al parecer no había funcionado–. Déjame entrar.

Quizá fue su orden, o la pequeña petición que se guardaba bajo su tono... pero segundos después, estaba abriendo la puerta mientras me taponaba la sangre con la mano. Sus ojos brillaron con dolor; tragó con dificultad. Sin embargo, no dijo nada. Y lo agradecí.

Pasó media hora hasta que paró de sangrar. Cuando terminó, estaba débil y temblorosa por la pérdida continua de sangre... Jake estaba tenso y furioso con mi padre.

  –Jake–susurré con los ojos entrecerrados, bebiendo de su imagen. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando sentí el terror inundándome; no quería morir. No quería perderle. No quería que sufriera... Sin embargo, debía decírselo–. Queda poco tiempo... Lo siento.

Él cerró con fuerza los ojos y maldijo entre dientes.

  –Encontraremos una puta solución –susurró con la voz tensa, pegando nuestras frentes y dejando que me hundiera en su mirada–. No voy a perderte Amalia.


UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora