No hables con extraños!

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Susana se encontraba muy ocupada, sacando aun cosas de las cajas de mudanza y buscándoles en lugar en la nueva casa. Tan entretenida estaba en esta tarea, que pasó por alto la ausencia de la más pequeña de sus hijas. Cuando al fin reaccionó, se dio cuenta que no la veía hace horas, y fue en su búsqueda, para encontrarla al fin metida en un armario cuchicheando un par de cosas.  —¡Hija!, ¿qué haces escondida en el armario? llevas ahí horas, ¡Ya es hora de salir! —dijo Susana en tono firme y claro.

—No mamá, estoy con mi amigo —respondió la niña sonriente, pero con un tono de molestia por ser interrumpida.

  —¡¿Cuál amigo?! Recién llegamos aquí y no has tenido tiempo de conocer a nadie. ¡Te he dicho mil veces que no hables con extraños! —dice enérgicamente la madre algo alarmada, dispuesta a abrir de par en par las puertas del armario, pero su hija responde al instante, helándole las ideas: —No es ningún extraño mamá, es el mismo señor con cuernos que todas las noches se paraba junto a tu cama y te jalaba las sabanas en la antigua casa.  


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